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Los niños no existen en Chile

Columna de opinión por Patricio López
Martes 25 de junio 2013 7:29 hrs.


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Una de las manifestaciones más crudas de los tiempos que corren, donde hasta las políticas públicas dejaron de hacerse por el deber del bien común, sino por la obtención de un rédito a cambio, es la inexistencia de los niños en el norte de ministerios y reparticiones. Casi tan despreciables como ellos son los viejos, pero éstos sacan alguna ventaja, puesto que votan y pueden gastar casi la totalidad de su mísera jubilación en los remedios fabricados por la industria farmacéutica.

“Los niños no marchan” dice el Gobierno, auto-invocando nuevas políticas educativas para la etapa pre-escolar, pero queda más o menos claro que no es para decirle “sí” a ellos, los pequeños, sino para decirle “no” a los más grandes, a los que sí marchan, como se ha hecho desde 2011 o, si se quiere, desde 2006. Los niños son invisibles en la disputa política y nosotros, que abrazamos a nuestros hijos o sobrinos en la “vida privada”, no los tenemos figurados en el espacio público. Paralelamente, y en la expresión más cabal de la demagogia, persisten fórmulas a la vez vacuas y efectivas, como la tendencia de los pre-candidatos y candidatos a abalanzarse sobre las guaguas en las poblaciones, para besuquearlas. “No falla”, les dicen luego en voz baja a sus asesores.

Respecto a los niños, cada autoridad sectorial se lava las manos. Por ejemplo, si usted empalmara las noticias de salud de los últimos años en esta misma fecha, se encontraría con la misma escena: crisis respiratorias infantiles en los hospitales, el ministro recorriéndolos con la prensa y anunciando inmediatas medidas paliatorias. Nadie le pregunta por qué no previno. Y si lo hicieran, él respondería: “la contaminación atmosférica no depende de este ministerio”. Habría que ir a Medio Ambiente, donde dirían “yo no he construido carreteras para favorecer el automóvil”. En Obras Públicas ensayarían “¡pero si el Transantiago es un desastre!”. Y en Transporte advertirían, con toda razón: “¡Es Vivienda la que nos obliga a aumentar los recorridos, porque desafecta suelos agrícolas y hace crecer la ciudad!”.

¿Conclusión? En éste y en otros casos, las políticas públicas no giran articuladas en torno a las personas, sino a la estructura burocrática.

Más grosero aún, por la incidencia del poder del dinero en la acción del Estado, son las no-políticas en alimentación y deportes, acumuladas lentamente a través de lustros, gracias a la cual los niños llegaron a creer que la hamburguesa aquella, la que nunca se pudre, les daría algo de los poderes del superhéroe de moda. Los resultados son brutales: Chile alcanzó por primera vez el año pasado los dos dígitos en los índices de obesidad infantil. Algo tienen que (no) decir nuestras políticas públicas: por el sedentarismo, inducido desde un sistema escolar que favorece sólo las materias que se preguntan en la PSU, y por la desregulación completa de la alimentación en los niños.

Volvemos a lo mismo. Necesitamos políticas articuladas y, por ello, se ha valorado transformar la iniciativa “Elige Vivir Sano” desde un eslogan en un programa integral. Pero palidecerá, probablemente por presiones de la industria alimenticia, si se impone la Ley 20.606 sobre alimentos y su publicidad, como lo ha consignado el INTA de la Universidad de Chile. Los niños tampoco existen aquí: se quiere imponer un cuerpo legal de bonito nombre, pero que no frena el ingreso de alimentos dañinos a los colegios ni pone límites a la sal (sodio), las calorías ni las grasas saturadas.

En el trasfondo, probablemente, esté la orfandad del enfoque de derechos que empieza recién a revertirse en el país. En tal caso, habría que reponer a la Convención de los Derechos del Niño de 1989, aprobada por nuestro país, como una guía y no como una mera decoración para las políticas públicas. Precisamente, el Estado formuló un plan nacional con metas para la década pasada, pero estudios han mostrado que, tal como en otros temas, el país ha deshonrado sus compromisos internacionales.

Los niños en Chile, que siempre estarán presentes en los discursos que buscan conseguir votos por la vía de la demagogia, son los condenados de antemano a un destino, vía sistema educativo, según el tamaño del bolsillo de sus padres. Los que siguen siendo tratados como delincuentes y no bajo la imposición moral de acogerlos y rehabilitarlos, cuando infringen la ley. Los que están desamparados cuando son agredidos por los mismos adultos que deberían protegerlos y amarlos. No es éste, no se crea entonces, un lugar ideal para vivir la infancia, como podría deducirse de la total inexistencia de este tema, hasta el momento, en las propuestas de los candidatos a la presidencia.

Cómo no contrastar esta realidad con tiempos donde el discurso del poder decía que la felicidad de Chile comenzaba por los niños. De esa época proviene el medio litro diario de leche, el fin de la desnutrición infantil y la existencia de consultorios en todas las poblaciones, medidas que fueron pioneras en el continente y han subsistido, quizás como un vestigio arqueológico, a los violentos sucesos de nuestra historia reciente.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.