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Las búsquedas de la Derecha

Columna de opinión por Wilson Tapia
Domingo 13 de octubre 2013 9:43 hrs.


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Las desavenencias en la derecha apenas se ocultan bajo frases de buena crianza. Pareciera que todo comenzó con el cierre el penal Cordillera. La verdad es que las diferencias son de más larga data. Provienen de las distancias que separaron siempre a conservadores de liberales. Ahora sólo se han aggiornado. Pero si se escarba, las osamentas surgen blanqueadas por el tiempo. Allí abajo está la impronta religiosa y la búsqueda racional de explicaciones válidas. Por eso se habla de diferencias valóricas. Pero hay condimentos más tangibles por lo cercanos.

El botín económico y político que forjó la dictadura, paradójicamente, es lo que une y separa a las dos alas de la derecha. O, dicho más modernamente, lo que impulsa a unos a pregonar la necesidad de buscar a la “Nueva Derecha”. Y, a otros, a sostener que en este mundo en que la ética se cae a pedazos, alguien tiene que soportar la cruz de los valores y sostenerla contra viento y marea. Curioso, esto último sirve para justificar hasta el haber formado parte de una dictadura atroz.

Renovación Nacional (RN) y la Unión Demócrata Independiente (UDI) son fervientes defensoras del sistema neoliberal. Ambas ayudaron a transformar a Chile en el laboratorio de este sistema que, con el correr de los años, ha trocado en una ideología que inspira acciones a nivel global. Se podría decir que la UDI es el ala conservadora, con fuertes nexos con la Iglesia Católica y con grupos tales como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo. Obviamente, esto también abre puertas hacia el poder económico. En las huestes de la Iglesia Católica, y especialmente de estas sectas intestinas, se ubican las cabezas y operadores de los grupos económicos más poderosos del país.

RN también tiene lo suyo. Sin lazos tan explícitos con la Iglesia, mantiene potentes nexos con el sector y con poderosos conglomerados económicos. Por eso es que en la defensa del modelo prácticamente no existen fisuras. Pero en las posiciones valóricas se pueden observar ciertas distancias. Donde las diferencias se hacen más claras es en algo tan humano como la lucha por el poder. Y por eso hay tensiones también por la visión del futuro de la derecha.

Aparentemente, el presidente de la República, Sebastián Piñera, ha sentido un arcano y épico llamado del liderazgo. De allí surgirían sus esfuerzos por dictar pautas en áreas tan sensibles como el comportamiento ético. Y eligió el aniversario número 40 del golpe militar para rayar una cancha de la que quedaron fuera muchos de sus aliados políticos. Pese a no ser un ideólogo y estar lejos de haber sido un estudioso de materias políticas, hoy aparece como el impulsor de lo que ya se vocea como “la Nueva Derecha”. Que, en el fondo, no es nueva. Más bien se trata de acomodar lo ya conocido, pero cambiando de manos los centros de poder político.

Hasta ahora, en esa área, la UDI domina sin contrapeso. Incluso es el partido más poderoso entre el electorado chileno, y durante la administración Piñera esa primacía se ha dejado sentir. De allí que la arremetida del Presidente no sea absolutamente sorprendente. Pero ha causado incomodidad la forma en que ha tratado de construir su liderazgo. Durante su mandato, que comenzó en 2010 y termina en marzo del próximo año, los chilenos nunca lo han distinguido con un porcentaje mayoritario de apoyo. Incluso, en el rubro confianza, los guarismos que ha logrado nunca superaron el 30%. Evidentemente, su imagen no está asociada con la de un líder creíble. Y él eligió precisamente lo valórico vinculada con la democracia, para asumir un rol determinante. En tal tarea, no sólo ha cosechado críticas de la UDI, también dirigentes de su propio partido, RN, lo han condenado. Lo acusan de culpar sólo a la derecha por el golpe. Sus críticos sostienen que el movimiento cívico militar fue determinado por el accionar de la izquierda. En realidad, cualquiera haya sido el comportamiento del gobierno izquierdista del presidente Salvador Allende, lo que ocurrió después es difícil de explicar. La administración encabezada por el general Augusto Pinochet, que contó con la colaboración de connotados personeros civiles y su más destacado ideólogo fue el fundador de la UDI, Jaime Guzmán, produjo 3.200 muertos, 38 mil torturados y más de un millar de desaparecidos.

Piñera ha puesto el énfasis en la defensa de los Derechos Humanos como factor fundamental para construir una democracia sólida. Lo dijo incluso ante la reciente Asamblea General de la ONU. Junto a sus planteamientos valóricos, ha dado pasos concretos para proyectar un liderazgo político que durante su administración lució poco. Sus opiniones sobre el futuro de Chile son tajantes. Cree que el gobierno que lo suceda no lo encabezará la candidata de su coalición, Evelyn Matthei. Piensa que la próxima presidenta será Michelle Bachelet, líder de la opositora Nueva Mayoría. Una postura que molesta especialmente a la UDI, partido en el que milita Matthei.

Sin embargo, las diferencias de apreciación esconden más que miradas divergentes sobre la realidad. Lo que está en juego verdaderamente es el liderazgo de una fuerza política que representa casi la mitad del electorado chileno. Hasta ahora, esa fuerza carece de un liderazgo sólido. Tanto es así, que la actual candidata presidencial es la tercera alternativa que se ha barajado. El sector de Piñera lo sabe y está consciente de que pese al poder electoral de la UDI, ese partido carece de un líder que pueda encabezar otro gobierno de derecha.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.