De acuerdo a los últimos datos de Eurostat, el IPC en la zona euro bajó del 1,1% de septiembre al 0,7% en octubre, el nivel más bajo desde el estallido de la crisis en 2008. La desaceleración de Europa la está haciendo perder su objetivo de 2% anual de inflación, elevando el riesgo de impulsar a España, Italia y Portugal a una depresión aún más prolongada, pues la previsible caída del comercio mundial en 2014 debería hacer descender aún más la actividad.
Como se sabe, las medidas de BCE -así como las de otros centrales del mundo, como EE.UU. y Japón- han buscado evitar el riesgo deflacionario. Pero de acuerdo a las cifras oficiales, la caída de los precios ha continuado, poniendo a la zona euro en dicho riesgo, similar al Japón de inicios de los 90. La profundización de este fenómeno podría obligar al Central Europeo a tomar medidas más audaces, como una nueva rebaja de tasas que llevaría los tipos reales de interés a niveles negativos.
Por otro lado, los riesgos de una mayor desaceleración global continúan creciendo: Estados Unidos no ha logrado impulsar claramente su sector industrial y China sigue dando cada vez mayor prioridad a su mercado interno. Con los riesgos deflacionarios latentes, la experiencia de Japón nos recuerda que una vez que el IPC cayó por debajo del 1%, la economía nipona se desplomó y entró en una espiral deflacionaria que se extendió por más de una década ante al débil entorno de la economía global post crisis asiática.
Para España e Italia, donde el desempleo en septiembre marcó 26,6% y un récord de 12,5%, respectivamente, la caída de los precios parece ser, en parte, resultado de la competencia, pues un alto desempleo obliga a precios más bajos de los bienes y servicios para conseguir mercados en un mundo debilitado por la menor actividad. Como la deuda privada y el déficit público han seguido en aumento, la reducción de los precios tiene efectos perversos adicionales en el control de la deuda y el aumento de la morosidad.
La crisis iniciada en 2008 redujo la velocidad de circulación del dinero, pero la velocidad en la producción de bienes a nivel mundial se ha mantenido debido a grandes inversiones en la industria. Por ejemplo, en China, la inversión en capital fijo alcanzó los 4 millones de millones de dólares el 2012, montos que han llevado a un exceso de capacidad productiva industrial instalada, lo que, a su turno, transmite cierto impulso deflacionario a toda la economía del orbe.
Desde un punto de vista financiero, la deflación, o incluso una inflación reducida, resulta ser una mala noticia para los países endeudados, dado que el fenómeno tiende a inmovilizar la economía, mientras que la inflación reduce el valor real de la deuda y la hace más fácil de soportar. En efecto, cuando los precios son estables (con inflación anual en torno al 2% o 4%) no sólo se pueden programar las decisiones de consumo (podemos postergar la compra pues los bienes costarán más o menos lo mismo en un año), sino también las de producción e inversión, incluyendo las especulativas que provocaron la crisis del 2008. Los precios se transforman en el ancla nominal que marca la pauta de las decisiones económicas. Con precios -incluidos los salarios- no afectados en el mediano y largo plazo por una alta inflación, el inversionista puede calcular qué le conviene: si la renta del capital a tasa de interés bancaria o las ganancias de un proyecto de inversión.
Asimismo, si los precios aumentan, el Banco Central sube la tasa de interés, encareciendo el crédito y, por lo tanto, conteniendo el consumo. Al disminuir la demanda por crédito, debido a su mayor costo, se reduce la inversión y las compras a mediano y largo plazo; luego, al bajar el consumo, las empresas disminuyen su producción y planta de trabajadores para ajustarse a las nuevas condiciones de demanda.
Quienes se benefician con el alza de la tasa de interés son los poseedores de capital: bancos, inversionistas y ahorrantes. Con un consumo reducido, los precios se ajustan, dando lugar a nuevas oportunidades de inversión cuya renta supera la de la tasa de interés bancaria, hecho que estimula la inversión de esos recursos en nuevos proyectos, reanudando así el ciclo de actividad, más empleo, remuneraciones y consumo.
Una eventual deflación europea implica, en consecuencia, no sólo menores precios de las exportaciones, menos inversión y empleo, sino también menos consumo, en la medida que las expectativas de las personas apuntan a que los valores de los bienes y servicios bajen aún más, ralentizando las decisiones y postergándolas hasta cuando los precios se muestren estables.
Para Chile, un escenario de deflación europea y de ralentización de la actividad en China y Estados Unidos augura un 2014 con precios del cobre (y petróleo) más bajos, un tipo de cambio más alto –que encarece las importaciones-, alzas de la tasa de interés (por mayor riesgo), menor inversión, mayor desempleo y menos consumo, si se trata de la pura evolución potencial de los factores del ciclo. Políticas nacionales destinadas a sostener la demanda interna, vía mayor gasto público, por ejemplo, pueden morigerar estos efectos previsibles, pero amenazan con aumentar el déficit de cuenta corriente, hecho que impacta aún más en los costos del capital. Son los dilemas económicos a los que se enfrentarán las nuevas autoridades a contar de marzo de 2014.