La incertidumbre y la ausencia de ella es quizás uno de los factores que hacen a las elecciones de este domingo una de las más particulares que hayamos vivido. Mientras en algunos de los cargos que se eligen durante esta jornada los resultados son relativamente predecibles, lo que nadie se atreve a declarar con certeza es el número de votantes que concurrirán a las urnas.
Esta es la primera vez que nos enfrentamos a una elección presidencial y parlamentaria con el sistema de voto voluntario y con un padrón electoral superior a los trece millones y medio de personas, pero que no está depurado, es decir, que cuenta en sus nóminas a personas que viven en el extranjero o que fallecieron, por lo que el número real de votantes es una incógnita.
A esto, se suman antecedentes desconcertantes: una abstención cercana al 60 por ciento en los comicios municipales del 2012 y el sorpresivo aumento de la participación en las primarias, con unos tres millones de electores.
Es por eso que el rango en que se mueven los expertos es amplio. Los más pesimistas sitúan el número de ciudadanos que concurrirán a los locales de votación en cinco millones, mientras que los más optimistas ponen sus dardos en los nueve millones de electores. Cifras que en promedio darían el número histórico de personas que participan en las elecciones presidenciales en Chile: alrededor de siete millones.
Sin embargo, el número de abstenciones no es un tema menor, pues podría determinar si este domingo conocemos el nombre del futuro gobernante del país o debemos esperar a una segunda vuelta electoral, ya que, de acuerdo a los expertos, si más personas van a votar durante esta jornada, hay mayores probabilidades de que el resultado no sea definitivo.
“Se puede jugar con dos hipótesis. La primera es un escenario donde se mantiene la abstención histórica de las presidenciales, y eso nos daría alrededor de siete millones de votantes en estas elecciones, con lo cual Michelle Bachelet tiene más probabilidades de ser electa en primera vuelta. Pero también está el otro escenario, de que los nuevos electores que se incorporan por la vía del voto voluntario concurran a votar y eso, en conformidad a su desempeño en las democracias normales, debería estar en alrededor de nueve millones de participantes, por lo cual la segunda vuelta sería bastante alta en términos de probabilidad”, analiza el cientista político Guillermo Holzmann.
El futuro en sus manos
Todas las miradas están puestas en el comportamiento electoral de los jóvenes, pues además de representar en muchos casos a los sectores más descontentos con la oferta política, son también los que se incorporaron “a la fuerza” al padrón electoral.
El presidente ejecutivo de la Fundación Ciudadano Inteligente, Felipe Heusser, es optimista. Cree que su participación “no es que será alta respecto del universo total de los jóvenes en edad de votar, pero sin duda que va a ser muchísimo más alta que la cantidad de jóvenes que votaron en la última elección presidencial de 2009, donde todavía no estaba el voto voluntario y la inscripción automática”.
Mientras que para la Coordinadora del Magíster de Ciencia Política del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile, María Cristina Escudero, “la tendencia debiera seguir siendo la misma porque es así en casi todas partes del mundo, los jóvenes votan menos, pero en la medida en que se van incorporando a ambientes laborales, van consolidando su ambiente social y van madurando su ciudadanía. No es extraño que la participación de los jóvenes siguiera siendo menor que la participación de los más adultos”.
Cuando muere la ilusión
Son muchos los factores que desincentivan la participación política de los ciudadanos. Entre los principales, se cuenta la desilusión que con los años les ha generado un sistema que parece estático o que sólo se profundiza.
“La participación o no participación de los electores no está asociada a una idea de cambio radical o a una elección que sea tan crucial, dado que el modelo se mantiene más allá de las expectativas de cambio que puedan haber. Hay factores subjetivos en términos de cómo se valora la democracia en Chile y la capacidad de evolucionar, de adaptar la estructura del sistema y de poder generar respuestas más oportunas y convincentes a la población”, apunta Holzmann.
El analista explica que, por ejemplo, uno de los motivos que alejan a las personas de las urnas es cuando las elites hacen oídos sordos de las demandas ciudadanas.
Por su parte, el representare de Ciudadano Inteligente plantea que los factores que inciden en la abstención van desde la decepción con la clase política hasta problemas prácticos asociados al transporte.
“El desencanto de muchos sectores con la oferta política puede provocar desincentivo a votar, también puede provocar en algunos que la elección tiene un resultado previsible, al menos en la presidencial. También tuvimos en las municipales anteriores que el transporte público no funcionó adecuadamente provocando mucho tiempo de espera para trasladarse al local de votación y la falta de claridad de cuáles eran, ya que con la inscripción automática los locales variaron. Hubo cierta confusión que podría generar un desincentivo. Pero por otro lado, esta es una elección donde tenemos un récord de candidatos a Presidente de la República, por lo tanto, hay bastante diversidad respecto de la oferta política y eso, en teoría, debiera captar el interés de las personas para ir a votar”.
¿Derecho o deber?
Quienes se oponen al voto voluntario argumentan que la abstención generaría una deslegitimización de las estructuras democráticas, considerando que los cargos de elección popular van a ser decididos por un porcentaje menor de los chilenos.
A este mismo fenómeno se asocia, además, la llamada elitización de las elecciones, es decir que, de los pocos que votan, la mayoría de ellos pertenece a las clases más acomodadas, lo que en el caso de Chile contribuiría además a profundizar la desigualdad, pues concentraría aún más el poder político, económico y de influencia.
Si bien los expertos no están completamente de acuerdo en este punto, variada evidencia internacional parece indicar que es ese el camino que siguen las democracias con voto voluntario.
“Eso es empíricamente cierto, no sabemos cómo va a suceder en Chile porque todos los países son distintos, pero sí se ha medido en otros países y es así. Incluso, cuando el voto era obligatorio, la juventud que estaba más inscrita era la ABC1, por lo tanto, eso se vuelve a repetir en el padrón voluntario”, explica María Cristina Escudero.
Desconocer al dedillo el comportamiento electoral, como ocurría antes, sin duda que se ha transformado en un desafío para los partidos, candidatos y expertos en propaganda y ha llevado a los mismos que impulsaron el voto voluntario a dar pie atrás y proponer retornar a un sistema obligatorio.
Pero para Guillermo Holzmann la solución no pasa con forzar a las personas a ejercer su derecho cívico sino con educarlos políticamente: “Tener voto voluntario supone que hay también una cultura política que va orientada a poder incentivar la participación como un tema de responsabilidad cívica. Si genera menor participación, el tema no se resuelve con implementar el voto obligatorio sino con aumentar la cultura política y la responsabilidad cívica de participar en este tipo de decisiones. En consecuencia, el voto voluntario es parte del ejercicio de la libertad de cada ciudadano y tiene que ser bajo un marco de responsabilidad. El tema es cómo se fortalece esa cultura política para que el voto voluntario sea la expresión no solamente del derecho sino de las preferencias que tiene el elector”.
Una discusión sobre la que recién este domingo tendremos cifras certeras para poner sobre la mesa.