El lenguaje hacia las mujeres está lleno de concesiones de dudosa intención. En general se suele ofender a las mujeres de un modo que deja entrever o simplemente asegura una vida de mala reputación, otras veces se alude a logros alcanzados a través de los endemoniados encantos femeninos. Y es que el machismo en nuestro lenguaje es realmente brutal. Lamentablemente, me tocó hace no mucho participar de una conversación en que pregunté por qué se tenía una visión tan marcada por la ausencia de mujeres en la escena visual chilena -algo que no corresponde a la realidad- y lo primero que me contestaron fue “es cierto, no hay y si hay son muy pocas, y bueno no hay mujeres por una cosa de carácter” (Nunca me ha parecido tan claro eso de la supremacía del carácter de un hombre sobre el de una mujer, porque la mayoría de las mujeres deben tener un gran carácter para sobrevivir en un mundo tan hostil trabajando hasta triple jornada y siendo ofendidas como lo son constantemente). El remate final de la respuesta a mi pregunta fue la siguiente: “porque las que hay han llegado a algún lugar no porque sean muy buenas sino porque se han acostado con hombres importantes”. Y ahora de una forma totalmente irresponsable un consejero regional de la UDI llama a la Diputada Vallejo putita, haciendo alusión a lo que se llama soez y vulgarmente “subir por el poto”. Me cuesta creer que dicho personaje podría tener tanto espacio hoy en los medios si no es ofendiendo a una diputada de esa forma.
Más allá de quien profiera dichos insultos o a quién se los dirijan, cada vez que se escuchan o se está en situaciones donde se habla de este modo no sólo debemos sentirnos violentadas, sino que a todas luces provoca una indescriptible indignación la facilidad con la que se nos juzga a las mujeres, y digo “se nos juzga” porque ninguna de nosotras está libre de tan livianos y machistas comentarios. Recalcar esto descansa no sólo en un acto de sororidad, sino también como un recuerdo de autocuidado. Ciertamente no importa en lo más mínimo si es verdad o no que las mujeres sean “putitas”, con todo el respeto que merecen las trabajadoras sexuales, pues muy bien se sabe desde hace mucho y parafraseando a Sor Juana Inés de la Cruz quién es más pecador: ¿el que peca por la paga o el que paga por pecar?. Aun así es evidente que en todos los casos en que se enjuicia a las mujeres de esa forma se trata de un recurso desesperado por vilipendiar, ofender y violentar a las mujeres que pueden tener cierta notoriedad, un argumento fácil que se ha transformado en un estereotipo de las mujeres relativamente exitosas, que busca eliminar todo respeto hacia su trabajo, derivando su notoriedad directamente de su vida sexual.
Pero luego de un análisis que puede ser mucho más extenso sobre lo que significan esos insultos en nuestra cultura, no puede sino venir a la mente una serie de preguntas difíciles de contestar. Por supuesto son las preguntas que más velozmente debieran ser respondidas por sus implicancias éticas en el juego perverso del machismo que culpabiliza a las mujeres de un poder mal utilizado, he aquí dichas interrogantes: ¿Quiénes serán esos hombres tan importantes o no tanto que dan favores a cambio de sexo? ¿Qué nos dicen esas acciones de la calidad ética de esas figuras nunca señaladas con nombre y apellido? ¿Realmente esos hombres merecen estar donde están? ¿Cómo es que los hombres, y algunas mujeres, pueden tener tal conocimiento de la vida de las mujeres, cómo y de dónde han obtenido esa información? ¿Existe algo de nobleza o caridad en intercambiar favores por sexo? ¿Existe algo de nobleza en señalar a las víctimas del poder y no a los victimarios? A la luz de una sociedad que se pretende meritocrática el papel que juegan quienes tienen poder en este asunto es totalmente reprobable, alejado de toda probidad, vocación social, académica o política. Tampoco está claro el bien que puede significar el intercambio de favores por sexo, ni siquiera como acto humanitario, hacia las mujeres, ya que seguramente no es el placer sexual lo que les hace falta, sino más bien ser reconocidas por su valor y trabajo.