Estos días se dio a conocer que el Cardenal de Santiago, Ricardo Ezzati presentó ante el Vaticano una denuncia contra los sacerdotes José Aldunate, Mariano Puga y Felipe Berríos. Los tres emblemáticos religiosos serán entonces investigados por la Congregación para la Doctrina de la Fe por sus pensamientos contrarios a la dirigencia encabezada por el salesiano. De ahora en más, y en un proceso que puede extenderse por más de dos años, los tres curas serán estudiados por esta poderosa instancia encargada de velar por la correcta aplicación de la doctrina católica en el mundo.
Los implicados están en la mira del arzobispo por diferentes razones. Los dichos de Puga respecto del rol de la Iglesia en el cuidado de los pobres y la igualdad a la que se debe acercar; los de Aldunate sobre las relaciones homosexuales y los discursos y participaciones de Berríos desde que volvió de África forman parte del prontuario denunciado por el “líder” de los católicos en Chile.
Si bien, desde el Arzobispado desmintieron la presentación de papeles ante la entidad rectora, si reconocieron que el Arzobispo adjuntó material de prensa con las declaraciones de los tres sacerdotes. Información que estaría en Roma. La demora en la respuesta oficial, lo único que generó fue la desconfianza y especulación. Situación que se constató a través de las redes sociales.
Es que la historia personal y el compromiso con su apostolado misionero recibieron inmediato y transversal apoyo. Pocas veces un tema eclesial interno alcanza el revuelo de esta denuncia. Situación que puede confirmar o combinar dos teorías: por un lado, el respaldo con el que Aldunate, Puga y Berríos cuentan a nivel social, en contraposición de la compleja relación que Ricardo Ezzati vive en su validación pública.
En lo netamente formal, el obispo tiene jurisprudencia en la materia, posee la facultad para pedir investigación cuando hay situaciones que le parezcan necesarias. Atribución que posee el Arzobispado y no la Conferencia Episcopal, razón por la que se entiende que éstos últimos no estén al tanto de los pormenores de la situación, como lo confirmó el vocero Jaime Coiro.
En su declaración agregó que éste es “un asunto de especial complejidad, porque para muchas personas algunos de los sacerdotes mencionados han sido y son un testimonio vivo de fidelidad a Jesucristo y de una Iglesia misionera y comprometida con los que sufren. Por eso parece comprensible la inquietud que esta noticia causa en personas y comunidades”.
Pero para que la máxima autoridad de la Iglesia católica en Chile haya decidido tomar esta arriesgada decisión debe sentirse, al menos, respaldado. Cercanos a la Iglesia ponen en duda que haya emprendido tal extrema empresa sin saber que recibirá réditos, por un lado, y también que tendrá el piso suficiente para hacerlo.
En ese sentido, Ezzati sabe que es el cardenal, rango que por sí mismo le otorga poder y decisión. Además, forma parte del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), donde comparte membresía con diferentes obispos de Latinoamérica y el Caribe. También, conocida es su relación con el ex arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, hombre que hoy se posiciona como uno de los cardenales más influyentes de la Iglesia mundial. Por supuesto, una línea de pensamiento apoyada y acompañada por las facciones más conservadoras del credo, tanto en Chile como en el concierto internacional.
Sin embargo, y pese a ello, la decisión de acusar internacionalmente a tres sacerdotes de trayectoria no será gratuita en las consecuencias. “Ezzati fue traicionado por su ego”, es la primera explicación entregada por el teólogo Álvaro Ramis.
“Es una medida a sus propios intereses, insensata. Esto lo daña más a él que incluso a los propios sacerdotes acusados. El ego, las ganas de resguardar su propia autoridad jerárquica se impuso por sobre la prudencia política y pastoral. Uno puede pensar que ni en medio de la dictadura, fueron condenados. Siempre los obispos brindaron su apoyo a los sacerdotes. Entonces hoy, cuando ya están muy ancianos, cuando tienen el capital de prestigio acumulado por una vida heroica, el gesto de Ezzati causa repugnancia en la opinión pública. Es un gesto de altanería, de arrogancia por tratar de resguardar su papel como obispo frente a alguien que los cuestiona con autoridad moral, eso le ha dolido mucho”, dispara tajante el experto.
Para el historiador Marcial Sánchez, el obispo debe tener sus fundamentos. Argumentos que espera poder conocer en algún momento para poder entender este impasse de la Iglesia.
Es que la línea de conducción de Ezzati se ha dejado al descubierto en diferentes ocasiones, siendo esta una más.
Otra que permanece en el recuerdo colectivo fue la pasividad con la que actuó frente a las imputaciones contra el sacerdote Fernando Karadima, acusado de abuso sexual. Una de las víctimas del pederasta, James Hamilton, al momento del nombramiento de Ezzati como arzobispo mostró su desacuerdo: tiene un “prontuario de encubrimiento” de religiosos que abusaron de niños, dijo en su momento.
Las acusaciones contra Rimsky Rojas, sacerdote salesiano acusado de abusar de niños, al que Ezzati solo trasladó de colegio y las levantadas en contra de Audin Araya, acusado en Concepción por los mismos cargos y enviado a Colombia por Ezzati, son parte del prontuario que permite hablar de su pasividad a la hora de condenar a pederastas.
En su defensa, el arzobispo declaró que ha “tenido una postura muy clara. Yo llegué a (ocupar el Arzobispado de) Santiago cuando la Santa Sede ya había juzgado esto y a mí me tocó ejecutar la sentencia”. En relación a las otras denuncias en las que se le acusa de haber protegido a abusadores, dijo: “En los demás casos que me han tocado, puedo decir que he actuado con severidad, con verdad y haciendo justicia”, situación que no es compartida por las víctimas y que le han valido más de alguna crítica como conductor de la fe católica en Chile.
“Varias personas comentan el estilo de conducción del Arzobispo de Santiago, parece que es algo es reiterado, que hay un estilo de conducción con dificultades de comunicación y de coordinación con quienes que deberían orientarlo comunicacionalmente”, respondió Ramis respecto de esta última arremetida del cardenal.
El teólogo fue más allá. A su juicio, Ezzati cometió una grave falta con esta acusación porque en su condición de poder debe velar por el bien común y no por cuidar su prestigio y cargo: “Su cargo le debería remover la conciencia para pensar que a más poder hay más responsabilidad. Entonces él le está haciendo un grave daño a su prestigio, porque un obispo no solo debe resguardar su propia autoridad sino la comunión eclesial, que acá se está resquebrajando. La idea de catolicidad es la idea de que cualquier persona puede participar en ella independiente de sus diferencias. En esto Ezzati traspasó los límites de la prudencia y generó un grave conflicto que le va a traer costos”, dijo.
El historiador eclesial, Marcial Sánchez morigeró los juicios. En su opinión, es la historia la que va a poder juzgar en su real dimensión esta acción. “Yo planteo que Puga, Aldunate y Berríos son lo que son, es la historia la que juzga, cada uno armará lo que quiera de este hecho, sin quitarle méritos a Ezzati”, dijo.
Conducción de la Iglesia
Este es el punto que más ruido hace en la escena pública. El Papa Francisco ha tratado de levantar un legado en su pontificado que va por la vía del encuentro de la Iglesia con los más pobres, apartándose del lujo, el dinero y el poder.
Más allá, la máxima autoridad del catolicismo ha condenado a quienes se muestran contrarios a esta Iglesia del Cristo pobre, ruta que durante su vida han caminado Aldunate, Puga y Berríos.
Esta situación, más allá del claro cariño popular que respalda a los sacerdotes, pone a la Iglesia misma en entredicho. Por un lado, su máxima autoridad pide una conducción que retome el sentido del cristianismo, por otro, su representante en Chile (nombrado por él mismo para llevar este mensaje) desoye su voz y acciona de acuerdo a sus propias categorías valóricas.
“Hay una señal de inconsistencia. La credibilidad de la institución eclesial se ve dañada, porque lo que valida cada organización es la coherencia que se dice en todos sus niveles. Entonces, la gente tiene derecho a preguntarse por qué si el Papa dice algo, el Arzobispo de Santiago hace otra, cuál es la línea real de la Iglesia. Eso se suma cuando la Conferencia Episcopal hace una afirmación de desconocimiento de esta acusación y los sitúa como testigos de la fe y los pone de ejemplo. Esa dicotomía expresa que hay un desajuste comunicacional y doctrinal: hay dos visiones de Iglesia en pugna y, claramente, el Papa Francisco no siempre cuenta con el apoyo de sus obispos, hay quienes se resisten”, advierte el crítico Ramis.
Consecuencias de la acusación
Mientras dure la investigación, los tres acusados podrían verse restados de su vida eclesial activa. Esto quiere decir, por ejemplo, que Berríos podría no ser nominado para una destinación que le entregara una buena tribuna de acción o que no pudieran hacer clases o publicar libros, explican los entendidos. Situación que se prolonga hasta que el Vaticano emita su veredicto.
“Dos de las tres personas que están siendo llevadas al tribunal (Puga y Aldunate) han marcado su vida en este camino y serán recordados por su integridad y consecuencia, son verdaderos prohombres difícilmente emulados, tal vez seguidos por una línea impulsada por Felipe Berríos y que representan la Iglesia en la que quiere avanzar Francisco, por tanto la historia juzgará las acciones”, menciona Marcial Sánchez.
Pero más allá de lo que implica para los propios imputados, el costo político se lo lleva el propio Ezzati. Según las disposiciones vaticanas, el cargo de Arzobispo de Santiago lo puede ejercer hasta los 75 años (actualmente tiene 72). En esa edad debe renunciar y, eventualmente, el Papa podría extenderle su periodo por uno o dos años más, hasta nombrar un sucesor. Durante este tiempo que queda, el sacerdote deberá sostener un liderazgo cuestionado, manchado por escándalos y actitudes déspotas, al que ahora se suma el haber criticado a tres de los sacerdotes más queridos en el país, por pensar distinto a él.
En este sentido, Álvaro Ramis confirma que esta es una pésima decisión política: Si él quería lograr algo con acallarlos ha generado desconcierto, crispación. Es una medida imprudente que no beneficia a nadie en la convivencia eclesial. Lo único que puede ganar es que haya miedo. Que mucha gente que dice “mira si hacen esto con ellos cómo no lo van a hacer conmigo”. Entonces religiosas, sacerdotes o laicos quieren dar su opinión se van a callar. Genera un efecto muy perverso de inhibición de la opinión pública”.
Más allá de las repercusiones públicas que el escándalo de la acusación le puedan remitir, en lo material nada le ocurrirá. Esto, porque las acusaciones no comprobadas no tienen consecuencias para sus querellantes, menos cuando son obispos, porque la gente no los puede sacar de sus cargos.
Pero, sin lugar a dudas, la más afectada es la propia Iglesia. Cuestionada en su autoridad moral por los diversos escándalos que la han vinculado con temas como abusos, desigualdad, que se ve, ahora, envuelta en una nueva disputa de poder.
“La Iglesia se ha visto enfrentada a situaciones complejas y deleznables. Este tipo de situaciones no le hacen bien a ninguna iglesia, porque uno como laico observa y responde y tiene el deber hasta de disentir con las acciones. El Papa nos llama a decir la verdad, a salir a la calle. Esta iglesia necesita aire, necesita abrir la ventana, por eso creo que es un impasse que no beneficia a esta iglesia”, finalizó Sánchez.
Toda esta situación, plantean los expertos, da pie para que religiosos y civiles se pregunten con qué Iglesia se quedan, con la de los tres acusados o con la de Ezzati. Lo que se puede concluir de aquello es que Francisco no tiene adeptos en todos lados.