¡Santiago, despierta!

En la segunda preemergencia ambiental del año, las preguntas sobre los planes que se estructuran para reducir la contaminación, son muchas. Entre las iniciativas que se plantean necesarias se encuentra el frenar la expansión urbana, detener el crecimiento del parque automotor y prohibir el uso de leña en Santiago.

En la segunda preemergencia ambiental del año, las preguntas sobre los planes que se estructuran para reducir la contaminación, son muchas. Entre las iniciativas que se plantean necesarias se encuentra el frenar la expansión urbana, detener el crecimiento del parque automotor y prohibir el uso de leña en Santiago.

Justo el 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, vivimos la primera pre-emergencia ambiental decretada en Santiago este año.

Y en un día como este, resulta impactante mirar desde la precordillera la gruesa capa de smog cubriendo Santiago, sobrepasada sólo por el Costanera Center. Es como si el hedor de la clase política se hubiera convertido en partículas finas y gases tóxicos, inundando y contaminando todo, bajo la atenta y vigilante mirada de su patrón y guardián empresarial.

Después de alrededor de dos décadas de políticas y planes de descontaminación atmosférica en la región Metropolitana, la metáfora no parece tan lejos de la realidad, si nos preguntamos por el origen del problema y por el fracaso en su solución, que se sigue expresando -a pesar de las mejoras estadísticas en cuanto a emisiones- en la muerte de más de 4 mil personas, principalmente ancianos y niños (en su gran mayoría pobres, claro está) por esta causa cada año.

Y es que la des-regulación y la ausencia de planificación, dejando el desarrollo económico y territorial en manos del mercado -i.e. del poder empresarial-, son los factores principales que han determinado urante las últimas décadas los procesos de urbanización poblacional y territorial, así como los patrones de crecimiento de las ciudades chilenas, particularmente la capital.

Expansión y depredación

Por un lado, la migración del campo a la ciudad ha estado forzada por procesos de usurpación y acaparamiento de tierras por terratenientes y empresas agroindustriales, así como por el abandono estatal a la agricultura campesina y los impactos de mega-intervenciones de la industria extractiva y energética sobre territorios rurales e indígenas.

El aumento migratorio y vegetativo de la población urbana, así como de sus demandas por suelo y vivienda, y sus expectativas materiales y económicas, han ocurrido en un escenario de ausencia e improvisación estatal, dominado por la especulación inmobiliaria, segregación socio-espacial y un proceso incesante de expansión urbana horizontal.

Esta expansión, aparte de desplazar a las poblaciones más pobres a las zonas más riesgosas (quebradas y laderas) y contaminadas (rellenos, industria) de los márgenes urbanos, arrasa amplias zonas naturales y agrícolas. De esta manera, la industria inmobiliaria está destruyendo día a día, decenas de hectáreas de bosques naturales y cultivos agrícolas, que además de múltiples beneficios sociales y ambientales que le brindan a los habitantes de la capital, son un factor relevante para la ventilación de la cuenca, la retención del material particulado y la infiltración de aguas lluvias.

Esto es particularmente grave en toda la precordillera de Santiago, donde las autoridades comunales, particularmente de Peñalolén, La Reina, La Florida y Las Condes, continúan aprobando irresponsables cambios en sus planes reguladores y grandes proyectos para la industria inmobiliaria.

La  depredación y pavimentación de esta zona precordillerana hace que las aguas lluvias cargadas de sedimentos rápidamente se transformen en polvo en suspensión en toda la ciudad.

Esta destrucción afecta no sólo a la biodiversidad del bosque esclerófilo de la propia precordillera, sino que impide la recarga de las napas superficiales que nutren a los árboles urbanos de toda la ciudad, y que también juegan un rol no menor en la descontaminación atmosférica. Este daño se ve intensificado por la canalización y sellamiento de los canales San Carlos y Las Perdices.

Otro efecto de la expansión urbana -y también de la suburbanización- es el directo aumento -en cantidad y longitud- de los viajes motorizados, principalmente en automóvil particular, con su consecuente incremento de emisiones a la atmósfera.

La plaga automotriz

En el ámbito de la movilidad urbana, la subordinación política a los sectores privados dominantes -inmobiliario y automotor- ha sido descarada, y el resultado ha sido determinante para mantener el elevado nivel de emisiones de las fuentes móviles.

Esto se ha expresado en la demora en establecer restricciones acorde con la cantidad y el aporte contaminante de cada tecnología automotriz, especialmente los vehículos Diesel -lejos los más contaminantes-, sumado al incentivo asociado a la construcción de autopistas urbanas, subsidiadas por el Estado.

La mala leña

Las cifras son claras, y muestran que el gran déficit en el control de la contaminación atmosférica de Santiago está en la falta de mayores restricciones y de fiscalización de la calefacción a leña. Aunque se asocia a los sectores de más bajos ingresos -efectivamente poseen artefactos de peor calidad- la contaminación proveniente de calefactores a leña, aun en días de restricción, proviene tanto de poblaciones marginales como de barrios de altos ingresos o medios, como -vaya paradoja- la Comunidad Ecológica de Peñalolén.

Las demandas estructurales

En cada proceso de revisión y actualización del Plan de Prevención y Descontaminación Atmosférica (PPDA), al igual que del Plan Regulador Metropolitano de Santiago (PRMS) hemos estado las organizaciones sociales, no sólo reclamando, denunciando y advirtiendo, sino proponiendo aquellas medidas estructurales, que consideramos fundamentales -además de todas las más específicas y tecnológicas- para abordar y resolver de manera radical el flagelo de la contaminación atmosférica de Santiago y también del resto de nuestras ciudades afectadas:

  • Frenar la expansión urbana, y emprender procesos serios y participativos de planificación territorial, para mejorar la distribución de viviendas, servicios y empleos, con mayor calidad ambiental, integración social y diversidad de actividades, y robustecer el carácter rural y natural del territorio interurbano.
  • Detener el crecimiento del parque automotor, paralizar la construcción de autopistas urbanas, restringir el uso de vehículos Diesel e inhibir el uso cotidiano del automóvil particular; implementar un sistema de transporte público de alta calidad, amplia cobertura y asequibilidad.
  • Prohibir el uso de la leña en Santiago y apoyar con recursos financieros la conversión a sistemas de calefacción menos contaminantes y el mejoramiento térmico de las viviendas en sectores de bajos ingresos.

Soñamos con un viento fresco e intenso, que baje de los Andes para despertar y azotar el rostro de los santiaguinos, que desplace la obscura y densa capa de desidia y obsecuencia que gobierna nuestra ciudad, y abra paso a un Santiago más limpio y democrático





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