La sola mención del nombre Quino despierta melancolía y cariño. Y es que a pesar de no tener hijos biológicos logró engendrar un tipo de ellos que han sido adoptados por millones de lectores. Mafalda, Felipe, Manolito, Susanita, Miguelito, Libertad y el Guille son personajes de historietas, los más queridos y entrañables del mundo ilustrado de estas latitudes. Y si bien ya tienen una edad cronológica de más de 50 años y de ellos no hemos sabido desde 1973, cuando Quino dejó de dibujarlos, su vigencia es evidente en las consignas que de memoria recitamos los hispanohablantes y también los nativos de otras 30 lenguas a las que han sido traducida esta tira. El cariño que se les profesa a estos chicos ilustrados y que se ha sido traspasando de una generación a otra, se amplía al padre de toda esta pandilla maravillosa que encontramos en los libros de Mafalda. El es Joaquín Salvador Lavado, quien debió reducir su nombre desde pequeño solo a Quino, para evitar las confusiones familiares con su tío Joaquín. Y para los Lavado como para el resto del mundo, Quino es una figura de antología.
Su primer libro lo publicó en 1963 y lo tituló Mundo Quino, lo que marca la diferencia de este artista con tantos otros ilustradores que crean otros mundos para hacernos reír. Quino, en cambio, sumergió su pluma en nuestro mundo y nos lo mostró de la manera más seria que encontró: a través del humor, para dejarnos como herencia la infinita capacidad de reírnos de nosotros mismos.
Nació en Mendoza y sus padres eran andaluces. Cesáreo y Antonia eran además, republicanos, anticlericales y antimonárquicos, por eso cuando Quino recibió el Premio Príncipe de Asturias 2014 agradeció no tener que dar ningún discurso porque sabía que no podía sino decir en voz alta algunas de las frases que aprendió en la casa paterna y que habría provocado algún momento tenso. Sin embargo, es posible que tampoco hubiera dicho nada debido a la presencia de una amiga invisible, terca y aguafiestas que lo ha vigilado desde siempre: la timidez. Un rasgo que aparece en quien fuera su alter ego, Felipe, el niño enamorado que de solo divisar a la chica que le gustaba se ponía rojo y enmudecía. Un guiño directo con la realidad que repitió con Guille, el hermanito de Mafalda, que nació con quien lo inspirara: su sobrino Guillermo, que vive en Chile y ha desarrollado una destacada carrera artística como flauta solista de la Orquesta Sinfónica de Chile. La música es uno de los gustos que comparte con este sobrino que lo acoge en su casa ubicada en lo alto de la comuna de La Reina y donde Quino estuvo junto a Alicia, su mujer de hace más de 50 años, y donde se supone se quedaría a vivir una larga temporada, hasta que la nostalgia por Buenos Aires se los impidió. Pero Quino, aunque sigue siendo un asiduo espectador de conciertos, ya no pone discos. Dice que la música la tiene en su interior, que la escucha clara y que la mayoría de las veces es Mozart. A diferencia del cine, otra de sus pasiones, ya no va hasta dos veces al día con Alicia a ver películas, como solían hacerlo. Ella también está enferma y él ya ha perdido prácticamente la vista. Una condena cruel para quien la observación del mundo era su alimento y oficio, como cuando en los restoranes se dedicaba a observar la coreografía de los mozos atendiendo las mesas, equilibrando bandejas y memorizando cada plato según el comensal correspondiente, como hacen gala al otro lado de la Cordillera.
Está apesadumbrado y molesto con la vejez a la que tilda de dictadura militar, cuando le dice NO a todo lo que Quino quiere, cuando no es el mismo cuerpo que silenciosamente desobedece sus órdenes.
Le gusta beber de vino tinto, Cabernet Sauvignon de preferencia, y dice no entender a la gente que dice sentirse sola, cuando una copa es una buena compañía.
La idea de una entrevista lo ha animado un poco, solo un poco.