Crónica|Un salvavidas llamado Brasil

Cuando ya se ha perdido todo en el lugar de origen, estar a salvo es el primer desafío. Luego vendrán el conseguir alojamiento, un trabajo, comenzar a aprender un idioma e intentar hacer nuevos amigos Los refugiados que llegan a Brasil tienen en general el mismo perfil: hombres jóvenes, de entre 20 y 35 años, con competencia académica, bilingües árabe-inglés y que aspiran a integrarse profesionalmente una vez que revaliden sus diplomas.

Cuando ya se ha perdido todo en el lugar de origen, estar a salvo es el primer desafío. Luego vendrán el conseguir alojamiento, un trabajo, comenzar a aprender un idioma e intentar hacer nuevos amigos Los refugiados que llegan a Brasil tienen en general el mismo perfil: hombres jóvenes, de entre 20 y 35 años, con competencia académica, bilingües árabe-inglés y que aspiran a integrarse profesionalmente una vez que revaliden sus diplomas.

Justo detrás de la barra, el fuego comienza a prender. Bajo un tejado de zinc y madera se instala una cocina sencilla, pero con lo necesario: Un wok con abundante aceite hirviendo, recipientes plásticos con verduras rebanadas y salsas sazonadas con especias ajenas a la tradición culinaria brasileña. Un trozo macizo de carne se asa en la máquina de shawarmas y los falafel, esas albóndigas fritas hechas de garbanzos molidos, perejil, cebolla y ajo; reposan listas para ser lanzadas al calor.

Los dos hombres que se instalan detrás de la barra, mueven los utensilios de cocina con total ligereza. En ellos se percibe experiencia y nada hace sospechar que su presencia allí no fue opcional, sino más bien una urgencia o azar.

Esta cocina se ubica entre murallas cargadas de murales artísticos. La rodean sillas con largos respaldos, algunos maceteros y una vista con luces parpadeantes y edificios eternos del Oeste de Sao Paulo. Apenas son las 19 horas en Fatiado, un bar de cervezas y vinilos en el barrio Sumaré, donde habita la escasa clase media brasileña. Adentro, se instala la caja del bar, los discos y el rincón de la música en vivo. Afuera, se ubica la cocina que cada martes vende especialidades árabes y que a poco andar la noche, se satura de gente queriendo comprar una porción. Lo que diferencia a Fatiado de otros restaurantes no es sólo el sabor de su carne o el ambiente relajado y algo hipster que se llega después de la oficina. Lo distinto, es que cada martes quienes comandan las artes culinarias son refugiados sirios que hacen suyo este lugar y obtienen el ciento por ciento de las ganancias.

El resto de la semana, se venden hamburguesas y sándwiches, pero este día es exclusivo para los sirios. Marcelo, un brasileño que trabaja en la barra asegura que ellos no hacen nada más que ceder un lugar. Que la primera vez que lo hicieron fue tan exitoso que el dueño decidió que una vez a la semana los refugiados lleven sus materiales, cocinen y todas las ganancias vayan para sus bolsillos. “No hacemos nada. Ellos lo hacen todo. Es muy poco lo que podemos ayudar”, repite Marcelo.

Y ese poco es bastante para personas como Wessam Othman. Othman es un refugiado palestino que nació en Siria. Por segunda vez, luego de estallar la guerra en el país gobernado por Bashar al Assad, tuvo que abandonar la vida que llevaba como estudiante de Derecho en la Universidad de Damasco y trabajador en una fábrica de vestimenta tradicional, e imaginar un nuevo destino. La mayoría de su entorno apostó el dinero y la vida para llegar hasta Europa. Othman fue más lejos y llegó hasta Brasil.

Los datos del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) son claros: un poco más de 5 mil refugiados sirios han llegado los últimos cinco años a Latinoamérica, sobre todo a Brasil. Se trata de una minoría frente a las rutas que tienen en como meta a países como Alemania, que sólo en el primer trimestre de 2016 ha recibido a 100 mil personas. No es un movimiento menor. Es la crisis de desplazados más grandes desde la Segunda Guerra Mundial.

En esa huida interminable, Brasil, el único país de Latinoamérica donde no se habla castellano y cuyo territorio en sí mismo podría ser un continente, se convirtió en la alternativa más segura. Un salvador de miles de vidas.

“Brasil en el 2013 adoptó un decreto del Ministerio de la Justicia que permitía a cualquier residente de Siria, sea un nacional sirio o un refugiado palestino de Siria, pedir una visa humanitaria, la cual permite que puedan viajar hasta aquí de forma legal y luego poder pedir el estatuto de refugiado”, explica Cecilia Baeza, doctora en Ciencias Políticas de Science Po Paris y profesora de relaciones internacionales de la Pontificia Universidad Católica de Sao Paulo.

Esta política lo instala como el país que ha establecido el dispositivo más generoso en el mundo. Una posibilidad menos conocida para la mayoría, pero que se distancia de las políticas europeas cada vez más estrictas. Baeza trabaja desde hace años en investigaciones relacionadas a la diáspora árabe, sobre todo palestina, en Latinoamérica y observa las diferencias y distancias con la Unión Europea.

“Tenemos una diferencia enorme entre el dispositivo que ha establecido Brasil y todos los países de Europa, incluido Alemania, que efectivamente abrió las puertas para la gente que llegaba pidiendo el estatuto de refugiado, pero nunca abrió una vía legal que permitiera emigrar hasta el territorio alemán”, explica Baeza. La profesora de la PUC de Sao Paulo añade que “lo anterior hace que exista una ruta extremadamente peligrosa que hace que los refugiados tengan que atravesar de manera clandestina todos los países de Europa hasta poder hacer ese pedido en Alemania”.

La ruta extremadamente peligrosa a la que se refiere Cecilia Baeza incluye también tener que cruzar el océano Mediterráneo o el Mar Egeo en embarcaciones inseguras y sobrepasadas en su capacidad. Desde 2014, más de 10 mil refugiados han muerto en el Mediterráneo, según declaró en julio pasado un portavoz del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (UNHCR, en sus siglas en inglés). Al mismo tiempo, la Organización Internacional para la Migración (OIM), estima que desde el comienzo de 2016 han muerto 2 mil 800 personas al usar la vía marítima en su intento por llegar a Europa.

Cuando ya se ha perdido todo en el lugar de origen, estar a salvo es el primer desafío. Luego vendrán el conseguir alojamiento, un trabajo, comenzar a aprender un idioma e intentar hacer nuevos amigos Los refugiados que llegan a Brasil tienen en general el mismo perfil: hombres jóvenes, de entre 20 y 35 años, con competencia académica, bilingües árabe-inglés y que aspiran a integrarse profesionalmente una vez que revaliden sus diplomas. Si bien en Brasil no hay una política de Estado o un programa de asistencia de ningún tipo, las organizaciones no gubernamentales (ONG) ofrecen clases de portugués y ayudan, con los escasos recursos que poseen, en el proceso de revalidación de sus títulos profesionales.

La política brasileña permite a los refugiados trabajar de manera legal, incluso mientras realizan el proceso burocrático de su residencia. La mayoría ha encontrado trabajo en las cocinas de los restaurantes árabes que cada vez se hacen más numerosas. Casi todos estudiaron algo muy diferente. Muy pocos sabían preparar hojas de parra, sfijas, shawarmas o kebab. La necesidad y el orgullo de ganar su propio dinero los ha convertido en expertos de su tradición culinaria. La integración laboral permite también que los refugiados puedan aprender y practicar el portugués, algo fundamental para su autonomía e integración.

El nuevo escenario político brasileño, que tiene suspendida de sus funciones a la presidenta Dilma Rousseff, aparece como una amenaza a estas ejemplares políticas de asilo. Michel Temer, un político de origen libanés y actual presidente interino, no esperó mucho tiempo antes de anunciar cambios.

“El gobierno de Temer, la primera cosa que hizo fue suspender las negociaciones que tenía Brasil con la Unión Europea para recibir aún más refugiados. Con esto envía un mensaje súper claro: No le interesa a este nuevo gobierno interino recibir a los refugiados sirios”, dice Cecilia Baeza.

Para la cientista política, aunque esto no cancela el decreto anterior, no agrega nada más, retrocediendo en lo que quería hacer el gobierno de Dilma: dar un salto cualitativo y cuantitativo recibiendo a muchas más personas de las que reciben ahora.

Pero más allá de la política, los cocineros comentan que el pueblo brasileño es acogedor. Aiman, otro refugiado, agrega que se parecen mucho a los árabes, alegres y hospitalarios. Todos aseguran, en su ya avanzado portugués, que nunca han sentido discriminación negativa, sino más bien lo contrario.

Ya son las 21 horas en Fatiado y en el lugar ya no cabe ni una persona más. Wassam Othman, el refugiado palestino de Siria, fríe los últimos falafel y toma un descanso. Dice que le gusta mucho cocinar, pero prefiere fabricar ropa tradicional palestina. Su sueño es escribir cuentos y poesía. Ya tiene un poema traducido al portugués.





Presione Escape para Salir o haga clic en la X