El derecho a nacer sin violencia

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), Chile se encuentra dentro de los países que más cesáreas realiza, llegando a un 40% cuando los estándares mundiales alcanzan entre un 10% y un 15%. Abundan los relatos de mujeres que han vivido cesáreas forzadas, miedo, angustias y maltrato, tanto en establecimientos públicos como privados de la salud. Luego de años de invisibilización, la violencia obstétrica comienza a salir a la luz.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), Chile se encuentra dentro de los países que más cesáreas realiza, llegando a un 40% cuando los estándares mundiales alcanzan entre un 10% y un 15%. Abundan los relatos de mujeres que han vivido cesáreas forzadas, miedo, angustias y maltrato, tanto en establecimientos públicos como privados de la salud. Luego de años de invisibilización, la violencia obstétrica comienza a salir a la luz.

Julián es un niño alegre y juguetón, como la mayoría de los pequeños de su edad. Junto a su hermana Emilia, 6 años mayor, se divierte y reparte sus juguetes por la casa siendo el centro de atención. Los hermanos, llegaron al mundo en circunstancias muy distintas, pues Natalia Lozano, madre de la pareja y diseñadora de profesión, conoció las dos caras de la moneda a la que se enfrentan la mayoría de las mujeres en proceso de gestación. Un tema, que como muchos otros de género, se ha invisibilizado y transformado en tabú, aun cuando las cifras duras dicen que más del 90% de las chilenas han experimentado diversos grados de violencia obstétrica.

Natalia Lozano, 7 años después de su experiencia como madre primeriza, se emociona al recordar un proceso en el cual quisieron excluirla y cuya frustración aún se mezcla con la alegría de recibir a su primera hija. “Es algo que te queda y que te afecta, en lo profundo, porque en el fondo es un tipo de violación hacia tu cuerpo hacia tu propia necesidad de parir, pero ese es otro cuento que en muchos profesionales no tiene ninguna validez”, dice Lozano.

Fueron la indolencia y falta de empatía la que marcaron su primer parto, en el que pese a sentir que su cuerpo no se encontraba preparado, a la falta de información del personal médico que ignoraba sus preguntas y la frialdad con que prepararon el antes, durante y después del nacimiento de Emilia, los que le causaron un choque emocional. Lozano insiste en que no se trata de negligencia médica ni ausencia de protocolo médico por parte de la Clínica Dávila, donde recibió a su hija, sino de algo más profundo que se ignora reiteradamente.

“No es una mala atención, pero en el caso de mujeres sensibles y que quieren involucrarse con su parto, que quieren una experiencia de conexión, no se da. Yo pienso que la atención para muchas personas que lo han tenido en esa clínica está perfecta, en términos técnicos. No te puedo decir que la realización del procedimiento está mal. Es una situación emocional que para muchos puede ser una tontera, pero en el momento en que yo me emociono y me cuesta contártelo, es porque no es una tontera”, dice entre lágrimas la diseñadora.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), Chile se encuentra dentro de los países que más cesáreas realiza, llegando a un 40% cuando los estándares mundiales alcanzan entre un 10% y un 15%. Abundan los relatos de mujeres que han vivido cesáreas forzadas, miedo, angustias y maltrato, tanto en establecimientos públicos como privados de la salud. Luego de años de invisibilización, la violencia obstétrica comienza a salir a la luz. Una de las iniciativas que visibiliza las malas prácticas y abusos es el Observatorio contra la violencia obstétrica-Chile. “El Observatorio contra la violencia obstétrica-Chile nace a fines de 2014 como una iniciativa en conjunto con profesionales del área de la salud y también del área de las ciencias sociales; de la antropología, la psicología, y también desde el aporte que hace el derecho en este tema”, dice María del Pilar Plana, antropóloga, directora del observatorio.

Este espacio, que también mantiene una página en facebook donde se puede encontrar información y enlaces con material académic , han podido recopilar decenas de casos y testimonios de mujeres que se han sentido vulneradas y violentadas durante la llamada “dulce espera”, que en muchos casos se ha convertido en un camino de angustia que ha terminado con depresión post parto o stress post traumático.

“La violencia obstétrica tiene dos dimensiones: Por un lado está la falta de respeto y el maltrato que sufren mujeres y niños en la etapa de gestación, parto-nacimiento y puerperio. Y por otro lado, es la medicalización y patologización de procesos fisiológicos naturales de las mujeres”, explica Plana.

Luego de la primera experiencia, Natalia Lozano quiso enfrentar su segundo proceso de gestación desde otra vereda. Informándose y buscando otros testimonios encontró la opción que deseaba. Así es como llegó al parto integral de Talagante, donde conoció a las matronas Eliana y Rosa María, quienes la acompañaron en todo el proceso, resolviendo sus dudas, escuchando sus inquietudes, apoyando cada etapa y respetando sus tiempos. Natalia recuerda con ternura ese minuto en que era trasladada en la camilla hacia el pabellón, cuando una de las matronas le dijo que elegirían una habitación especial para ella, con vista al jardín. Más tarde, cuando Julián se asomaba al mundo, la matrona le relató lo que pasaba para que ella se sintiera parte del proceso, aun cuando se trataba de una segunda cesárea.

“Es un gesto tan sencillo, que te conecta, te hace consciente, te hace participar y poder conectarse con esta llegada de tu hijo o hija y no simplemente “oh, en qué momento salió”. No tengo recuerdo con mi hija, no sé, sentí que me movieron más el cuerpo, pero con Julián fue mucho más consciente y esa consciencia me produjo una felicidad y una tranquilidad enorme, reviví la cesárea de mi hija en toda esta segunda cesárea”, recuerda hoy con emoción.

Una experiencia similar vivió Macarena Silva, profesora, doula y madre de Elena y Juana. “Con Elena era mi primer embarazo, no tenía mucha información, estaba sujeta al tema económico, me tenía que atender donde me alcanzara las lucas, donde tuviera cobertura. No conocía demasiado mis opciones. Puedo decir que con esa gestación y ese parto experimenté el paternalismo, la violencia con que atienden a muchas mujeres en el sistema público”, relata Silva desde Coyhaique.

Silva cuenta con asombro, cómo el médico que la atendió, a quien acababa de conocer, la cuestionó por estar embarazada sin estar casada. Las faltas de respeto y el maltrato se repetirían durante toda su gestación. “Desde el primer día, cuando me fui a hacer el examen de sangre para saber si estaba embarazada, yo represento menos edad, entonces me chocó mucho porque probablemente así es como tratan a las adolescentes en general. La enfermera que me tomó la muestra me dijo: ah, no te gustó?. Con un tono tan burlesco, humillante”, dice Silva refiriéndose a la ironía con que la profesional cuestionó su estado.

Elena nació en el Hospital Militar de Santiago, en medio de lo Macarena Silva considera un trato impersonal, indigno, humillante. Sintió que fue tratada como como un receptáculo que hay que vaciar rápido. A partir de esa experiencia traumática, Silva se informó y profundizó hasta el punto de convertirse en doula, nombre con el que se conoce a las mujeres que acompañan a otras mujeres en su camino a la maternidad. Su misión es dar apoyo, tanto físico como emocional, durante el embarazo, el parto y el puerperio.

Pilar Plana del Observatorio contra la violencia obstétrica-Chile, dice que las mujeres están buscando otras alternativas, alejándose de las intervenciones y acercándose a la manera más tradicional y humana de parir. “Muchas mujeres que han tenido parto traumático, en un segundo parto eligen por ejemplo estar en sus casas, porque ahí sienten que el control de la situación pasa un poquito más por ellas. Son las protagonistas y los profesionales de la salud son invitados”, explica Plana.

Esa fue la decisión que tomó Macarena Silva, quien trabajó en todo el proceso de su segunda gestación y se trasladó desde Coyhaique a Santiago para parir en su casa familiar y revertir el recuerdo de su primera vez. Pasó varias horas con contracciones, sin embargo, su día transcurrió como uno más en el que pudo desayunar en familia, tomar un baño de tina, hacer algunas actividades para relajarse y sentir que disfrutaba el proceso hasta llegar al trabajo de parto, acompañada de su matrona.

“A las 5 de la tarde nació mi hija, en un día exquisito, soleado, de julio. Estuvimos juntas, comimos todos en familia después del parto y nos fuimos a dormir los cuatro en la misma cama. O sea, el momento del parto fue un milagro muy maravilloso, en la mitad de un día bastante normal”, recuerda Silva, con alegría.

En Chile, apenas existe un proyecto de ley estancado en el Congreso, en el que se reconoce y sanciona la violencia obstétrica y a quienes la ejercen. En la mayoría de los casos, sus víctimas han conseguido justicia apelando a sus derechos como clientes, antes que como pacientes. Quienes llevan la delantera en esta materia son países como Argentina y Venezuela, donde la violencia obstétrica se tipificó con el propósito de reivindicar la protección de los derechos humanos de las mujeres durante su etapa sexual reproductiva.

Desde el Observatorio contra la violencia obstétrica-Chile continúan haciendo un llamado a informarse antes de enfrentar la etapa de gestación o bien, a denunciar y compartir sus relatos cuando han sido víctimas de las prácticas desnaturalizadas de la medicina. Dicen, que una mujer informada y empoderada, hará valer el derecho inalienable sobre su cuerpos y su maternidad. Hará vivir el parto de manera saludable y traer al mundo a niños y niñas más seguros y contenidos en el amor infinito de sus madres.





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