La Democracia Cristiana chilena decidió en su reciente Junta Nacional que su presidenta y candidata presidencial, Carolina Goic, no fuera a las primarias de la Nueva Mayoría y que pasara directo a la primera vuelta en las próximas elecciones, haciendo que esta supuesta centro-izquierda, actualmente en el poder, vaya con dos candidatos a enfrentar la casi segura elección del candidato de la derecha empresarial, Sebastián Piñera.
¿Sorpresa?
Ninguna, pero absolutamente ninguna, bajo ningún prisma ni análisis.
La DC es un partido que viene en franca declinación, básicamente por ser “nada”. Ni chicha ni limonada, como solía cantar Víctor Jara, siendo sólo un partido con una impresionante vocación por el poder y jugando siempre a un discurso progresista, habiendo sido siempre lo contrario sobre todo en el segundo gobierno de Bachelet, donde tuvieron el insólito tupé de decir que no conocían el programa presidencial y que no se sentían representados por las reformas que se pretendían implementar, a pesar de copar muchos puestos de poder sólo por ser parte del conglomerado oficialista.
Vale decir, un freno tremendo al progresismo real, un partido más bien pegado a la derecha y profundamente reactivo a los verdaderos y profundos cambios sociales.
Un partido que hablaba confesionalmente sobre el espíritu del Cristo en la cruz, pero que no tuvo jamás la vocación de avanzar en la eliminación de la desigualdad en Chile. Sólo ellos se lo creen y lo predican con un mesianismo digno de la fe más verdadera, aunque ésta sea falsa desde el origen.
Y lo que acaba de pasar es realmente maravilloso.
Tal vez es el inicio del fin, si es que el ya social demócrata y derechizado Partido Socialista de Chile, decide volver a sus raíces verdaderas, las de Salvador Allende, las de tantos militantes que sacrificaron sus vidas por un país más justo, más democrático y más igualitario y se decide a retomar las banderas de la izquierda y sus reivindicaciones por la igualdad, la fraternidad y la libertad. Aquellos mismos conceptos que predicaba la Marsellesa, cuyo himno se apropiaron, castellanizaron, socializaron y banalizaron.
Pero no está fácil la cosa.
Camilo Escalona, dirigente PS histórico y auto declarado izquierdista de tomo y lomo, llora porque los DC abandonan esta miasma neoliberal llamada Nueva Mayoría, que de nueva poco y de mayoría nada, más allá de haber sumado al Partido Comunista para darle una manito de barniz izquierdizante a la mantención y profundización de un modelo repudiado por la población.
De este repudio dan claro testimonio las manifestaciones en contra de las AFP, de las ISAPRE, de la corrupción galopante que se ha adueñado del país, de la cesantía disfrazada de empleo por cuenta propia, de las oscuras maquinaciones de las empresas de agua, luz y gas, etc.
Hoy la lucha no pasa por que no haya ricos en nuestro país. Bienvenidos sean, sino porque no haya pobres.
Porque no haya una masa de jubilados destinados inevitablemente a la miseria.
Porque se logre contraer un brecha del ingreso que se presenta como una de las más grandes a nivel mundial gracias a la vergonzosa connivencia de la ex Concertación, actual Nueva Mayoría, con los poderes fácticos del gran capital.
Todo esto en un país, donde la meritocracia no pasa de ser un cuento de hadas y más pesa el apellido y el colegio que las buenas notas y que termina siendo la pesadilla de miles y miles de familias endeudadas por generaciones, para que sus hijos puedan estudiar gracias al el fatídico CAE-Crédito con Aval del Estado- brutal y cruel invento del ex presidente Ricardo Lagos, que hizo ganar miles de millones a la banca de manera parasitaria, mientras sus deudores morosos pasaban a ser parias de esta sociedad, reflejo fiel del Edén de los Chicago Boys.
A lo mejor hoy, con una DC volviendo a sus orígenes de centro derecha y con los partidos de izquierda retomando las banderas que jamás debieron haber quemado en los directorios de las grande empresas, podremos volver a escuchar el himno “La alegría ya viene” con el que nos identificamos los opositores a la brutal dictadura de Pinochet y que después fuera desterrado a los laberintos del olvido para que nadie les recordara a los nuevos ocupantes de La Moneda la abyecta traición a todas las luchas dadas por el derrocamiento del tirano.
Ojalá esta lección dada por la DC, en la renovada búsqueda de su identidad perdida, nos sirva a todos para reencontrarnos con la esencia de las luchas por la igualdad, por la justicia social, por un Chile mejor y más solidario.
Que sea esta la ocasión en que podamos generar un país más justo y digno y enterremos definitivamente aquellas frases malditas que tanto mal le hicieron a Chile, como las de “justicia en la medida de lo posible” de Patricio Aylwin, que no fueron más que el deseo de mantener todo incólume hasta el día de hoy y podamos volver a vivir en una sociedad decente, solidaria y donde la persona tenga más peso que el valor del dinero.
No es justo de mi parte achacarle el origen de nuestros males a la Democracia Cristiana. Entre ellos hubo hombres y mujeres valiosos que lucharon por un Chile mejor, pero que, al igual que otros, fueron acallados por las élites inescrupulosas de la Concertación, donde lo importante era mantener las condiciones con pátinas de pseudo progresismo para no tocar los grandes intereses ante los cuales servilmente se postraron.
Confío profundamente que la Nueva Mayoría haya llegado a su fin.
Que nadie más se equivoque dándole un voto de izquierda a quienes solían tener su domicilio en la derecha aunque lo negaran y que todos podamos entonar con fuerza, Chile, la alegría ya viene.