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Vamos al meollo sobre las pensiones


Sábado 8 de julio 2017 14:49 hrs.


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El sistema de pensiones está en crisis. Pero para unos es una crisis superable dentro del sistema presente (AFP) y para otros es insalvable, por lo que se debe cambiar radicalmente, es decir montarlo sobre un paradigma distinto.

Bueno, la vida toda se desarrolla sobre posturas enfrentadas, incluso nuestro sistema planetario se equilibra entre fuerzas centrífugas y centrípetas, las bacterias atacan a nuestros organismos y estos despliegan su sistema de defensa.

La economía no es diferente, pues los intereses son antagónicos en las sociedades capitalistas, más si estas sociedades se han construido sobre una base desigual en la distribución y generación de riqueza.

De hecho hay sociedades capitalistas modernas que exhiben gran desigualdad en la apropiación del aparato generador de riqueza (preeminencia de grandes corporaciones industriales) pero se las arreglan para distribuir los excedentes de manera tal que socialmente no se produzca un abismo económico. De hecho, los países del norte de Europa, en general, han alcanzado un incremento fenomenal de la riqueza productiva y de bienestar social con los más altos estándares en el  mundo. Esto se explica por salarios justos y por contribución tributaria acorde a los desafíos de la sociedad como un todo. A su vez, el Estado responde generando servicios de excelencia, con pulcritud ética y actuando en simbiosis con los intereses del país, incluyendo al sector empresarial.

En cambio en nuestras sociedades, donde la distribución del aparato productivo es oligopólico y la distribución de los excedentes es regresivo, la resultante será necesariamente de una concentración enorme de la riqueza y una extensión enorme de la precariedad. La clase afortunada de este esquema oligopólico chantajea al aparato político amenazando que si no se enriquecen sin límite, no hay crecimiento y habrá menos reparto, es decir la tendencia es a agudizar más la pirámide social, que de por sí es invertida: angosta en la base y muy ancha en la parte alta, lo que, se sabe, les hace ser sociedades muy inestables.

A lo que íbamos: un sistema de pensiones que está hecho sobre la lógica de acumulación cupular, sin distribución o con acumulación centrípeta-que es la lógica de la sociedad plutocrática oligárquica, es decir que usan el ahorro del trabajo para acrecentar las ganancias del capital-, simplemente no podrá generar pensiones de reparto, pues no es su paradigma teórico de sustentación, más bien se sale de él  si lo asumiera, puesto que entonces instalaría una verdadera contradicción existencial.

En cambio un sistema de reparto, sí es afín con una sociedad integradora, pudiendo incluso ser concentradora en la fase productiva, pero termina siendo redistributiva al momento de asignar los excedentes post impuestos, o por  incremento progresivo de los salarios. El incremento de los salarios no es un don gratuito, sino consecuencia de una economía que agrega valor al producto y que emplea personal de alta calificación en una amplia gama de oferta productiva del mercado interno.

De esta forma, una mayor porción del ingreso nacional termine en los bolsillos de las grandes mayorías nacionales y no como acontece en nuestro sistema oligárquico, en  que ese excedente permanece en el bolsillo de los mismos que lo generan (excluyendo al trabajo) y, más aún, una buena parte del ahorro y del gasto de las grandes mayorías-como señalamos antes- es usado ganaciosamente por las mismas minorías plutocráticas, estableciendo no un sistema de reparto progresivo sino otro regresivo, que es, además, lo que da forma y figura a un sistema de chorreo cada vez más estreñido, que concluye, necesariamente, en un efecto aspiradora.

Cuando de las mayorías se traslada riqueza a las minorías ricas, entonces el sistema de pensiones pasa a ser otro más de los mecanismos de extracción de riqueza, por tanto es imposible que sea viable en un paradigma social que busca la integración y distribución.

Chile es el ejemplo paradigmático más radiográfico que existe en el mundo. Cuando Chile planteó su crecimiento en base a un modelo concentrador de la riqueza, entonces ideó el sistema de capitalización obligatoria, pues cabía dentro de su lógica centrípeta expoliativa (extractiva, según otros).

Ahora, desde que se instala en Chile el cuestionamiento al modelo extractivo-expoliativo y se intentan las reformas estructurales, comienza a emerger un discurso cuestionador de la legitimidad funcional de la institucionalidad concentradora. Este cuestionamiento es mayoritario, pero los poderes a los que se ataca son enormemente fuertes. Eso explica que el gobierno de Bachelet-que inaugura las reformas- presente extrema precaución y casi timidez (luego del cado Dávalos y la castración de su primer gabinete) ante las propuestas que deben cambiar esa institucionalidad.

Chile está en la encrucijada, que siempre es transitoria y ambivalente, de definir, ya, si cambia o deja la institucionalidad concentradora y deriva hacia una sociedad inclusiva. Todavía la estructura oligárquica tiene fuerza para prolongar su sistema por un tiempo, pero es indudable que lo deberá cambiar a mediano plazo, dada las cotas de desigualdad en una sociedad que problematiza crecientemente  y existencialmente su condición.

Como conclusión debemos abordar el tema de la viabilidad de un sistema de reparto en el sistema de pensiones. Categóricamente debemos decir que es viable a corto, mediano y largo plazo. Quienes señalan que el sistema de reparto se agota antes de los 30 o 50 años de vigencia,  están haciendo un cálculo sobre  la base del paradigma actual, pero no de un paradigma de desarrollo alternativo, es decir integrador. Es como el típico análisis pesimista hecho por Malthus sobre el futuro catastrófico de una humanidad asediada por el hambre, puesto que lo hace sobre una economía con recursos estáticos e inelástica; o la teoría de los excedentes decrecientes de David Ricardo (que reproduce Marx), análisis previo a la revolución tecnológica.

Si cambia el modelo “empresocéntrico” por otro “pueblocéntrico”, entonces cambian las bases de acumulación y distribución de la riqueza, es decir la economía adquiere una elasticidad superior al que posee un modelo concentrador, puesto que éste modelo concentrador deriva buena parte de su excedente hacia actividades improductivas, especulativas, cuando no simplemente evasivas y enriquecedoras de las economías externas y no del mercado productivo nacional, generando lo que ya muchos economistas han advertido: que un sistema concentrador se hace poco competitivo y al final se hace un lastre para el crecimiento y peor carga para el desarrollo. La explicación es muy simple, ya que un sistema altamente concentrador no le interesa competir, más bien prefiere inmovilizar el estándar alcanzado, lo que termina frenando los impulsos a la creatividad y acentuando la tendencia a la colusión defraudatoria y a la coacción sobre el Estado y el sistema jurídico, derivando necesariamente hacia la corrupción generalizada.

Un modelo integrador busca una nueva forma de simbiosis entre sector público y privado, complementando sus espacios económicos y generando más oportunidades para el desarrollo de su mercado interno, lo que incrementa la ocupación, el ingreso y la dinámica de inversión de buena calidad (agregando valor a su producción). Todo eso, que se ha diagnosticado como las fallas que impiden a las AFP dar buenas pensiones, es una verdad indesmentible: que siguiendo el mismo paradigma de crecimiento sin desarrollo, será igualmente inviable, aunque suban los aportes o los años de cotización.

Así es que nuestra conclusión va por el lado de 1° Cambiar el modelo concentrador por otro integrativo y  2°  cambiar el modelo especulativo y de negocios por otro de desarrollo. 3°que el cambio del sistema de pensiones pasa, en su viabilidad, por establecer una retribución superior y directa a los dueños de los fondos (los trabajadores), mediante “uso productivo” de sus ahorros en áreas que les benefician a los mismos trabajadores, con retornos garantizados: vivienda, infraestructura, industrialización, etc. 4° Cambiar las bases rígidas del sistema actual de la economía plutocrático-especulativa y de distribución regresiva, así como las bases de participación social de la tercera edad a la economía nacional, viéndolo no sólo como potencial  consumidor al mejorar sus pensiones, si no como un trabajador solidario en áreas en que puede servir voluntaria y creativamente a sí mismo y a la sociedad. Un viejo no está muerto y puede aspirar a sostener activa su vida hasta que la salud le acompañe. La actividad voluntaria, pero remunerada, de la tercera edad no le  quita el derecho a recibir su pensión ganada por los años de trabajo, sino que se trata de una postura ante la vida que permita a las personas que lo deseen seguir actuando en el mundo del trabajo, si se tiene la energía, la salud y la vocación. La sociedad con alta incidencia del adulto mayor en su demografía, debe cambiar el esquema de integración extendiéndolo también hacia esas personas que viven más y desean seguir siendo un aporte a la sociedad dentro de un nuevo esquema de reconocimiento y justicia social. Lo que es inaceptable es que se les prolongue obligatoriamente la edad laboral para una acumulación de ahorro igualmente miserable que sirve de incremento marginal a las administradoras privadas que hacen grandes negocios con los fondos de los trabajadores.