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El deber de nuestros deberes

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Viernes 22 de diciembre 2017 7:55 hrs.


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Era un día después de la elección presidencial en la que fue electo Sebastián Piñera, como consecuencia de un balotaje en el que reinó la incertidumbre hasta el último minuto. Los resultados casi definitivos fueron conocidos el mismo día y a menos de una hora del cierre de la última mesa. La jornada electoral chilena recibía elogios de todo el mundo por su rapidez y transparencia. La misma noche del domingo 17 de diciembre, los ganadores se congregaron en lugares emblemáticos de la capital y las principales ciudades del país para celebrar el triunfo, con cánticos del tipo: “Chile se salvó”. La desazón de los perdedores, en cambio, se percibió levemente. Se trataba de una escasa porción del electorado, en todo caso. La mayoría había optado por restarse de los comicios y quedarse en sus casas como si nada hubiera pasado.

Ese lunes 18 de noviembre casi no quedaban rastros de lo que había sucedido el día anterior. La propaganda ya había sido retirada días antes, cumpliendo la normativa electoral que nos rige. El movimiento de la calle era el habitual en Av. Providencia esquina Av. Ricardo Lyon, donde la gente se movía de aquí para allá, en un andar apresurado, como es la costumbre en una de las más saturadas intersecciones de ese sector de la ciudad. Un grupo de personas esperaba el cambio la luz para proceder a cruzar en dirección al norte de la avenida. Nadie parecía reparar en la presencia de un anciano, humildemente vestido y apoyado en una de las luminarias del tradicional Paseo Las Palmas, que extendía su brazo derecho pidiendo dinero. Un hombre mayor, de pelo cano y andar elegante, se le acercó y le entregó unas monedas. Al contacto del metal con su piel, el mendicante reaccionó y alcanzando a tomar la mano del generoso caballero, le señaló con alegría: ¡Ganamos, ganamos! Sonriente pero sin responderle una palabra, el hombre se alejó orondo caminando entre la multitud.

La escena que para los apurados transeúntes debió haber pasado inadvertida refleja la paradoja de este momento en la historia de Chile. Un momento en el que resuenan las palabras del escritor José Saramago pronunciadas frente a la Academia sueca, cuando en el año 1998, recibía el Premio Nobel de Literatura:

“Nos fue propuesta una Declaración Universal de los Derechos Humanos y con eso creíamos que lo teníamos todo, sin darnos cuenta de que ningún derecho podrá subsistir sin la simetría de los deberes que le corresponden. El primer deber será exigir que esos derechos sean no solo reconocidos, sino también respetados y satisfechos. No es de esperar que los gobiernos realicen en los próximos 50 años lo que no han hecho en estos que conmemoramos. Tomemos entonces, nosotros, ciudadanos comunes, la palabra y la iniciativa. Con la misma vehemencia y la misma fuerza con que reivindicamos nuestros derechos, reivindiquemos también el deber de nuestros deberes”.

Hoy, el deber de nuestro deber es terminar con la creencia de que somos un pueblo consciente de la inequidad en la que estamos sumidos.

El deber de nuestro deber es salir del ensimismamiento y empezar a mirar con más atención lo que sucede en las esquinas de nuestra ciudad.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.