En agosto de 2010, cuando Álvaro Uribe dejaba la presidencia de Colombia, escribí un largo artículo titulado “Adiós Uribe o un nuevo fracaso de la política imperial contra Nuestra América”. Finalizaba así: “Colombia y su gobierno han asumido el papel preponderante en esta armazón imperial que se propone retrotraer los procesos soberanos que llevan adelante nuestros pueblos. A ello debemos oponer la unidad y la integración del sur para construir un sólido bastión que impida la embestida estadounidense y aísle los ánimos intervencionistas. Uribe se fue, pero el imperio perseverará en su política. Contará siempre para ello con la oligarquía colombiana, y sus representantes de turno porque sus intereses –a través de la historia- siempre han coincidido con los de Estados Unidos. Este nuevo y más reciente conflicto creado por el ex presidente Uribe ya cuando fenecía su gobierno se inscribe en la permanente posición mantenida por Estados Unidos contra nuestros pueblos”.
Hoy, ocho años después, podríamos repetir casi textualmente lo apuntado en esa ocasión, pero ahora referido a Juan Manuel Santos quien se marchó de la más alta magistratura del país vecino de la misma manera que su antecesor: derrochando odio y atacando a Venezuela. Es como si los presidentes colombianos necesitan dar examen de “buena conducta” para que al perder la inmunidad de la presidencia, que les permite hacer cualquier destrozo sin sufrir las secuelas, el imperio les conceda “un rinconcito en sus altares” como dice Silvio Rodríguez.
Lo cierto es que más allá del aborrecimiento y la animadversión que la oligarquía colombiana (de la cual Santos y su familia son miembros conspicuos) ha sentido por Venezuela desde hace 200 años, Juan Manuel ha dejado la presidencia despreciado y rechazado por sus propios compatriotas, incluso en niveles más bajos que sus cuatro antecesores. Según encuestas publicadas por BBC Mundo, el rechazo a Santos en el momento de entregar su cargo ascendió a 61% de acuerdo a Invamer/Semana, mientras que para Gallup es de 59%, aunque habría que decir que esa cifra hace cuatro meses llegó a 73%. Su aprobación el martes 7 cuando abandonó el poder fue de solo 35% después de haber llegado al gobierno con 83%, lo cual es expresión clara del repudio que le profesan los colombianos. Vale decir que hasta Andrés Pastrana, uno de los presidentes más grises de las últimas décadas tuvo menor desaprobación con 54%.
Santos se va, pero deja tras sí una impronta de muerte que es muy difícil de borrar. Según la Defensoría del Pueblo de Colombia, entre el 1° de enero de 2016 y el 3 de agosto de 2018 han sido asesinados 333 líderes sociales y defensores de derechos humanos en el país. Por su parte, el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) y el programa no gubernamental Somos Defensores registran más de 400 asesinatos en el mismo período. En lo que sí armonizan los datos de estas entidades es que desde la firma del Acuerdo de Paz entre las FARC y el Gobierno de Colombia en 2016, la cifra de asesinatos se ha elevado de manera alarmante.
Solo en el mes de julio del presente año, el último del mandato de Santos, se contabilizan 30 líderes sociales asesinados, entre los que se destacan miembros de Juntas de Acción Comunal, militantes de la oposición política, excombatientes de las FARC, reclamantes de tierras, activistas que lideran programas de sustitución voluntaria de cultivos ilícitos, defensores de derechos humanos, docentes del sector público, campesinos, indígenas y afrodescendientes.
Santos se va, seguramente a disfrutar de su premio Nobel de la paz, el mismo que Estados Unidos le compró en Noruega como pago por haber invadido militarmente a Ecuador cuando era ministro de defensa en 2008, por el asesinato de centenares de colombianos y por haber incorporado su país a la OTAN, tres claras acciones a favor de la paz según el desprestigiado comité que regala ese premio.
Santos, se va, pero dejó ya en el año 2015, 4.770 niños wayuu muertos por hambre y desnutrición en la Alta Guajira según cifras entregadas en su momento por Javier Rojas Uriana, representante legal de la Asociación de Autoridades Tradicionales Indígenas Wayuu Shipia Wayuu. Solo en lo que va de este año 2018, han muerto 321 niños por desnutrición según el defensor del pueblo Carlos Negret: “…no existe ningún departamento de Colombia donde no existan niños que hayan muerto por desnutrición.
Se va Santos, pero queda el déficit que dejó en el sector educativo que asciende a 600 mil millones de pesos (alrededor de 204 millones de dólares), cifra que según la Federación Colombiana de Educadores (FECODE) podría duplicarse antes de finalizar este año, todo lo cual ha significado que en este momento 1.446.295 niños se encuentren fuera del sistema educativo.
Se va, Santos, pero ahora va a tener que enfrentar algo, esta vez nefasto para él: la guerra contra Uribe, tarde se dio cuenta, por lo que inició el contra ataque moviendo sus fichas dentro del Estado a fin de incriminar a su antecesor en alguna de las decenas de acusaciones ante la justicia que tiene pendientes. Pensaba que de esa manera, podría negociar una salida decorosa que significara la impunidad para los dos.
Pero el expresidente Uribe no cree en reconciliaciones, el mismo día del cambio de gobierno desplegó un anuncio pagado en todos los medios de comunicación impresos, titulado “La herencia de Santos”, en el que a continuación se enumeran decenas de hechos y situaciones que desenmascaran el supuesto paraíso santista. OJO amigo lector, esto no fue publicado por el gobierno de Venezuela, sino por el Centro Democrático de Uribe, que algo debe saber de estos temas. En el mencionado afiche se puede leer que Santos dejó un país:
1. Nadando en coca y con problemas de drogadicción
2. Sin desarrollo social
3. Con su economía deteriorada y saturada de impuestos
4. Sin la revolución de la infraestructura prometida
5. Con la salud en cuidados intensivos
6. Con mayor burocracia
7. Con corrupción y derroche
8. En manos del crimen organizado
9. Con otra imagen
Cada uno de estos puntos está ampliamente desarrollados puntualizando con detalles lo que se quiere demostrar, lo cual evidencia que los ataques de Santos a Venezuela son solo una cortina de humo, en el intento de escabullirse de la justicia que ahora lo perseguirá por los escándalos de Odebrecht y otras “cositas” se estarán investigando.
No es de Venezuela, de la que tiene que preocuparse Santos, finalmente el gobierno venezolano es respetuoso de las decisiones que cada país tome, incluyendo si esto tiene que ver con juzgar a un presidente por corrupto, serán las autoridades colombianas y la justicia de ese país, la que resuelva qué hacer.
Por eso, ante los hechos acecidos en Caracas el pasado 4 de agosto, Venezuela ha actuado en el marco del derecho internacional y ha acudido al nuevo gobierno de Colombia para que no cargue con las responsabilidades de Santos, solicitando la entrega de los participantes en el hecho terrorista, que se encuentran viviendo en ese país.
El comunicado oficial del gobierno de Santos sobre este atentado terrorista es que ese día, él se encontraba en el bautizo de su nieta Celeste. Alguien se encargó de recordar como casualidad que Michael Corleone en la película “El Padrino II”, ordenó asesinar a sus enemigos, mientras él estaba bautizando a su sobrino… claro, estaba hablando de una película, en todo caso, le deseo a Celeste, salud y una vida luminosa, la misma que su abuelo intentó negarle a los niños venezolanos por 8 años.
Adiós Santos, como es habitual con los de tu calaña, es probable que corras a refugiarte en Estados Unidos, como todos los tránsfugas de este continente que buscan el abrigo imperial tras realizar sus tropelías en el uso del poder. Lamentablemente para ti, no podrás encontrarte con tu amigo Martinelli, ya Estados Unidos se lo entregó a Panamá, como hacen a veces los amos, cuando los lacayos ya no le sirven. Cuídate mucho allá en el norte, no vaya a ser que tengas una sorpresa similar.