Desde La Pintana, cerca de la población El Castillo, Benito Baranda mira el panorama del Covid-19 en la zona sur de Santiago, lugar donde vive desde hace más de treinta años. Desde ahí, reflexiona en torno a la pandemia, al brote de Covid-19, pero también a la desigualdad que está en el fondo de las decisiones instaladas por las autoridades. No es lo mismo vivir en un lado de la ciudad que en el otro, eso, el coronavirus lo ha dejado prístinamente claro.
En esta zona de la comuna no hay cuarentena, pero sí críticas a la forma en la que se está llevando adelante este aislamiento social, el que termina siendo un “beneficio” solo para un porcentaje minoritario en Chile.
Para él, esta desigualdad que está en la base, que hace de Chile uno de los países más desiguales del mundo y que las protestas de octubre lo sacaron a la luz, hoy, la enfermedad lo exacerba. “El Estado está exacerbando esta situación de desigualdad, con el estallido social y con el coronavirus. Lo que viven las familias de sectores populares es así. Muchas de ellas no tienen contratos, sino que trabajan de manera informal, en las calles, vendiendo en la esquina, en las micros. Con diez o doce personas viviendo al interior de una casa, por ejemplo”, relata para explicar por qué hay quienes no pueden cumplir con aislamientos o medidas recomendadas sanitariamente.
A eso, dice “se suman las personas migrantes, sin trabajo, sin redes familiares y con grandes dificultades para pagar arriendos”, muchas veces impagables, por la usura de quienes, entregando paupérrimas condiciones habitacionales, cobran caro para beneficiarse de la necesidad. “La actual crisis sanitaria, antes que el Estado actuara, ya partió en febrero, marzo”, agrega contando que en La Pintana ya hay carencia de alimentos, ya se arman ollas comunes, comedores fraternos”. La gente de otras partes se puede escandalizar por el riesgo de contagio que supone, pero ¿si no comen?, qué se hace”, pregunta.
La reflexión que está en el fondo es cómo el mismo Estado ha construido esta situación en nuestro país y cómo se revierte, solución que pasa -exclusivamente- por hacer una reingeniería en nuestra ciudades, para vernos, conocernos y, desde ahí, poder comprender la experiencia vital de los otros.
Para el director de América Solidaria “sin proximidad es difícil entender lo que le pasa al otro”. La reforma urbana, entonces, se hace imprescindible. “Las personas tienen que estar juntas en una sociedad, sino, no nos vamos a reconocer y no vamos a entender lo que el otro vive”.
Pero nuestro modelo es al revés. “La gran mayoría de quienes viven en pobreza extrema viven en lugares apartados de la sociedad y nadie, de sectores acomodados, quieren que les instalen una población”, para impedirlo, cuenta, “dan argumentos o pagos a las autoridades”, todo con el fin que aquellos a quienes no quieren ver sean expulsados de sus vistas.
Ese desalojo, en el que nace la separación entre ricos y pobres se ha ido agudizando con el paso de los años. “En plena democracia, más de un millón de personas han sido sacadas de sus lugares y las han puesto en ghettos, generando un problema mucho mayor que la solución de habitación que buscaban. Si no lo reparamos, los estallidos se van a seguir sucediendo. Chile, el Estado construyó estos ghettos, como Bajos de Mena, sin vínculos con el resto de la sociedad. ¡Esas personas nunca debieron ser llevadas allá!”.
Los problemas de no vernos cruzan nuestra percepción del mundo, porque “cuando las imágenes del mundo están limitadas, cuando no conoces a otras personas, desde el punto de vista psicológico, es imposible entenderles. Reflejo de esto es la segmentación educacional, lo que es una agresión del Estado. Nos cuesta mucho vivir con otros”, agrega Baranda.
La situación se extrema cuando, quienes salen de esos sectores populares para entrar a los círculos de poder, olvidan su pasado. “Terminan siendo unos desplazados, porque se les olvida de dónde vienen. Esa tensión por el ascenso social nos genera mucho malestar, porque pone en la ambición de los bienes, una motivación tan frustrante que conlleva a estas situaciones como el estallido social”, explica.
Para el director de América Solidaria, lo que surgió en Chile después de octubre es el grito por un trato igualitario, lo que se logra únicamente con más y mejor democracia.
Al respecto, indicó que “es necesario contar con una nueva Constitución que, generada en democracia, nos permita tener más y mejor democracia”.
En ese sentido, pensar lo contrario, plantear que con una simple modificación los problemas se arreglan, “es pura ideología”. Baranda recalcó que, de no hacer este cambio (el constitucional) en el futuro, lo que se hace es “postergar algo que va a volver a explotar mañana”.
Para él, lo que provocaría el no cumplir con la palabra empeñada sería casi un “suicidio político, casi demencial”, puesto que el rol de quienes creen en la democracia es trabajar para profundizarla y lograr que llegue a todos los sectores, sobre todo a aquellos que hoy no se sienten representados por el sistema.