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Pandemia de abusos a mujeres

Columna de opinión por Roxana Pey
Martes 16 de junio 2020 15:37 hrs.


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No tenemos ministra ha sido la frase repetida por tantas mujeres y organizaciones que la han coreado en estos últimos tres meses, hasta hoy. 

Tres Ministras de la Mujer al hilo en tres meses han puesto en evidencia un errático e insuficiente (sino inexistente) plan de trabajo y peor aún, la carencia de alguna línea estratégica que permitiera vislumbrar el diseño de políticas públicas acordes con las necesidades de las mujeres y del avance de sus demandas entrando al año 2020.  

La seguidilla de Ministras de la Mujer de Sebastián Piñera, y él mismo, se han limitado y conformado con declarar que están contra la violencia hacia las mujeres, con “tolerancia cero” ―¡faltaba más!―, mientras tras el estallido social del 18 de octubre muchas mujeres fueron agredidas por fuerzas policiales, se agudizó la represión contra mujeres y niñas del Pueblo Mapuche y luego, en pandemia, han sido las mujeres quienes han llevado la carga más pesada poniendo en evidencia el profundo y complejo problema de discriminación y desigualdad de género en Chile que no se resuelve meramente con un servicio para recoger denuncias. Incluso eso, que también es necesario y urgente, ha sido ejecutado con desconocimiento de las múltiples variables y complejidades subyacentes, ignorancia que debe evitarse pues acarrea graves consecuencias para las víctimas de violencia. Baste saber que mientras las llamadas a los números de emergencia para pedir ayuda por violencia intrafamiliar han aumentado alarmantemente con la cuarentena por la pandemia de COVID-19, las denuncia que posteriormente debieran ingresan al sistema judicial han bajado. Y no es de extrañar que sea así pues hasta la más “simple” de las medidas, como es un servicio de denuncias, conlleva una enorme complejidad. Debió haberse considerado un robusto plan integral de apoyo que incluyera acogida, seguimiento, y acompañamiento para que hacer una denuncia no quede en sólo eso, o empeore las cosas para la víctima. Más aún en pandemia donde se agregan elementos de riesgo mayores.

Era sabido por las diversas fuentes de análisis predictivo a que se puede recurrir, que la violencia intrafamiliar iba a aumentar con el confinamiento. También existían reportes en ese sentido desde otros países antes de que el coronavirus llegara a Chile. La violencia de género recrudece en las crisis por motivos de apremio y precariedad económica y del encierro que exacerban el afán de dominación hacia las mujeres. En sociedades injustas y tiempos abusivos, afloran formas de control, sobre lo que se tiene a mano para controlar: mujeres y niñas, y también contra las mujeres trabajadoras. 

Se ha usado la violencia sexual, física y verbal, de violaciones y acoso, para mantener la humillación y subordinación por parte de superiores jerárquicos a empleadas y obreras, o contra las mujeres del bando de los vencidos en contextos de guerra. Así, se hace extensiva la práctica de humillación y dominio al espacio doméstico ejercida por el poder físico de un hombre, al espacio público con el poder de la policía conferido por las armas, o al espacio laboral con el poder de un jefe conferido por la amenaza de despido y necesidad de un sueldo. También lo hemos visto en otros ámbitos, como el acoso sexual en espacios educativos, de profesor a estudiante, con el poder que otorga la evaluación, por el ejercicio de la superioridad de un profesional o de un sacerdote frente a menores de quienes puede abusar amparado en la impunidad del secreto, la humillación y el miedo. 

La violencia de género es manifestación repugnante pero cotidiana de ejercicio de poder y de carácter social, ampliamente instalada en una sociedad que no sólo la tolera sino que la incentiva y la ha institucionalizado. La violencia está generalizada en nuestra sociedad neoliberal: es violento que no todos tengan acceso a la salud, que las mujeres reciban menores salarios y menores pensiones, menos acceso a educación, que se desprecie a las mujeres migrantes, pobres, indígenas, que permitamos en Chile el abuso de menores, el maltrato en el SENAME, que en las cárceles se mantengan condiciones infrahumanas a las y los reclusos. Es violento y lo hemos aceptado que poblaciones vivan sin acceso al agua, o habitando territorios contaminados. Mantenemos todos los aspectos de la vida humana sometidos al mercado. La vida misma está puesta en el mercado, el derecho a la vida en Chile tiene precio. En este extremismo, de un fundamentalismo ideológico desquiciado, aplicado a cada milímetro de nuestra sociedad, por cierto que la igualdad se ha transformado en un concepto carente de realidad: es extremadamente violento haber aceptado que no todas las vidas valgan lo mismo por el solo hecho de su existencia.

En pandemia, el gobierno de Sebastián Piñera se ha permitido una estrategia temeraria que explícitamente no protege a toda la población y las mujeres se están llevando la peor parte: sus trabajos y salarios se han precarizado aún más, son las que cargan con el grueso de las tareas de cuidado a los mayores, los niños y los enfermos, con una preponderante y aguda gradiente de factor socioeconómico. Ya vemos que de los más de 5 mil fallecidos por coronavirus, la mayoría son de los sectores más vulnerables, y que en tantos casos, ni siquiera tuvieron la posibilidad de atención médica, o de cuidarse cumpliendo cuarentena. Quédate en casa ha terminado siendo un lema con gran connotación clasista en circunstancias que no se dieron los apoyos imprescindibles para cumplirlo.

Y si socialmente es aceptable este maltrato, si nos permitimos el desprecio institucionalizado, si hay de facto seres de segunda categoría cuyos derechos son conculcados sistemática e impunemente y cuyas vidas importan menos ¿qué impide trasladarlo al plano privado?, ¿por qué habrían de ser respetadas las mujeres en su integridad física y sexual?. 

La señal de permisividad con el maltrato es una puerta abierta al aumento de la violencia doméstica. La violencia de género no es una asunto individual, es social y su prevención también lo es. El rechazo debe ser a toda forma de abuso social, de violencia de todo tipo, solo así se podrá erradicar la violencia de género. Los feminismos de hoy son subversivos pues su propuesta apunta al origen de los abusos y apela a todos los movimientos, sindicales, medioambientales, estudiantiles, antirracistas, antifascistas, y desde luego, entienden que requerimos con urgencia una nueva Constitución chilena redactada democráticamente. 

Es por eso que el presidente Piñera, abusando de su poder, no ha dado un solo paso que haga realidad el compromiso de erradicar la violencia de género. Tampoco ha buscado la adhesión de las mujeres para el trabajo comunitario que tendríamos que hacer para frenar los contagios de esta pandemia. Por el contrario, además de nombrar a ministras de la mujer cuestionadas, ha vulnerado la dignidad de mujeres necesitadas a quienes ha golpeado sus puertas para hacer entrega de una caja de alimentos, como resabio patriarcal que nos retrotrae al paternalismo latifundista de la limosna.  

Sin embargo, los roles normativizados de mujeres sumisas, silenciosas y dedicadas a encantar se vienen abajo, también como castillos en el aire: las principales voces críticas y propositivas han sido jóvenes mujeres que emergen como líderes de indiscutida credibilidad: la doctora Siches, la periodista Matus, las feministas organizadas en Abofem, coordinadora 8M, asamblea plurinacional, Red contra la violencia hacia las mujeres, y tantas otras.

Las mujeres en Chile están organizando ollas comunes, tejen la solidaridad, y dicen: estamos juntas, las vidas de las mujeres importan. Dicen también que las vidas negras, Mapuche, pobres, ancianas importan. Qué viviremos, volveremos y venceremos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.