Lo anterior explica, además, cómo y cuánto contribuyen las cadenas de producción alimentaria al aumento de los gases de efecto invernadero, en una equivalencia que representa casi el doble de las emisiones anuales de todos los automóviles circulantes en EE. UU. y Europa. En términos absolutos, el informe del Fondo Mundial para la Naturaleza estima que cada año se desperdician 2.500 millones de toneladas de alimentos, de los que 1.200 millones se pierden ya entre el campo y el trayecto de distribución, mientras más de 900 millones se pierden y botan en los establecimientos de venta o en los domicilios, ya sea porque no fueron consumidos o porque no fueron vendidos.
“Este informe muestra que el problema es probablemente más grande de lo que nos imaginábamos”, declaró el jefe de la “Iniciativa sobre pérdida y desperdicio de alimentos” del Fondo Mundial para la Naturaleza, Pete Pearson. Según el invesdtigador, la pandemia ha empeorado la tendencia al causar “interrupciones masivas en las cadenas de suministro, forzando cancelaciones de contratos, cierres de restaurantes y dejando grandes cantidades de alimentos perecederos desperdiciados o simplemente dejados en las granjas, los que luego fueron inservibles”.
Agrega que tan sólo para producir esos 1.200 millones de toneladas de comida que se desperdician en el campo, antes, durante y después de la cosecha, o que se desvían a otros usos como la alimentación animal o también a los biocombustibles, se emplean unos 4,4 millones de kilómetros cuadrados de terreno y 760 kilómetros cúbicos de agua. Para ponerlo en perspectiva, estas cantidades equivalen a un territorio mayor al subcontinente indio y a un volumen de agua de 304 millones de piscinas olímpicas.
Como era de esperar, se confirma que los países de ingresos altos y medios de Europa, América del Norte y Asia industrializada contribuyen con el 58% de las pérdidas en las cosechas mundiales, a pesar de tener una mayor mecanización y mejores sistemas en las granjas. De este modo, es en el medio agrícola donde se concentran las más altas cantidades de comida desperdiciada. Pese a ello, los gobiernos privilegian políticas de apoyo y fomento preferentemente a la última fase de la cadena de suministro, es decir, a la venta y el consumo. Sin mencionar la brutal inequidad moral que este desperdicio alimentario representa hoy en día frente a aquellas regiones del globo donde se han hecho permanentes las hambrunas que afectan a miles y miles entre los más desposeídos.
También se hace referencia a la necesidad de reducir la producción ganadera y el consumo de carnes, tanto por el bien de la salud humana como por el del medio ambiente, tal como diversos estudios han demostrado. En todo caso, se advierte que en aquellos lugares donde por razones culturales, históricas o de economía el consumo de carne está entronizado, esto es poco probable. “Donde se decida continuar consumiendo comida que viene de los animales, se tiene que asegurar que viene de sistemas de producción sostenibles”, concluyó Pearson.
Como no es posible proponer un único patrón de consumo o sistema de producción, el informe del Fondo Mundial para la Naturaleza concluye que, para lograr una reducción significativa en el sideral desperdicio de alimentos y en su producción, los gobiernos nacionales y los mercados deben tomar medidas para apoyar a los agricultores de todo el mundo y comprometerse a reducir a la mitad el desecho de alimentos en todas las etapas de la cadena de suministro.