Durante cuatro años, el pequeño país nórdico ensayó sobre el 1% de la población, a quien recortó un día de trabajo a la semana, sin reducción de salario. El resultado: empleados igualmente productivos, pero más satisfechos y motivados con su trabajo, además de menos estresados.
“Es innegable y todos los trabajos académicos demuestran que existe una correlación positiva entre satisfacción y productividad”, comenta el economista Erwann Tison, director de investigación del think tank Institut Sapiens, en una entrevista con nuestro medio asociado RFI.
“Tenemos experiencias que surgen de todas partes en el mercado laboral, después de todo tenemos la tecnología y la voluntad, sobre todo, de trabajar de una manera diferente. Pero también tendremos que cuidar que la experiencia no acabe en algo completamente loco como trabajar cuatro días, a distancia, en la otra punta del mundo”.
Problemático para los jefes
En la prueba realizada en Islandia, promovida por la capital, Reikiavik, el gobierno islandés y dos grupos de reflexión (Asociación para la democracia y la sostenibilidad y Autonomía), 2.500 personas trabajaron 35 horas semanales en sólo cuatro días. La prueba se centró en el sector de los servicios y contó con la participación de empleados públicos, privados, de escuelas y de hospitales. Se aplicaron modificaciones para mejorar la productividad, como la disminución de la duración de las reuniones y la reducción de las tareas que resultaban inútiles. Los trabajos industriales, que tienden a ser más extenuantes bajo el nuevo esquema, quedaron fuera de la experiencia.
Para los participantes, el balance es ampliamente positivo, sobre todo en lo que se refiere al mejor equilibrio entre la vida profesional y la personal. Con tres días libres, la gente empezó a dedicar más tiempo a las aficiones, la familia y las actividades sociales, mientras que los cuatro días restantes se dedicaban al trabajo.
Por otro lado, los directivos y los ocupantes de puestos de mayor responsabilidad tuvieron más dificultades para adaptarse o abandonaron la nueva organización: su carga de trabajo no cabía en sólo 35 horas semanales. Otros simplemente prefieren seguir repartiendo sus tareas en más días de la semana.
“No creo que esta medida deba convertirse en ley, a nivel nacional. Debe ser el resultado de una negociación entre la empresa y sus empleados, después de todo, los casos son todos diferentes, según el sector, la empresa y la vida de las personas”, dice Tison. “Por no hablar de que ningún país podría paralizar sectores de la economía durante todo un día”.
La flexibilización recorre Europa
¿Cómo puede la experiencia islandesa inspirar a otros países? En Francia, los partidos de izquierda y los ecologistas prometen sacar el tema ya en las elecciones presidenciales del año que viene.
Los franceses ya tienen experiencia en este campo: hace 23 años, el país adoptó el régimen de 35 horas semanales para abrir más puestos de trabajo. Sin embargo, en la práctica, un trabajador francés trabaja 39 horas semanales y, según el INSEE (Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos), la medida sólo ha generado unos 350.000 puestos de trabajo, muy lejos de los 2 millones que esperaba el gobierno socialista que impulsó el proyecto.
Para el economista Erwann Tison, la ampliación de este régimen conllevaría riesgos para el conjunto de la economía. “Habría un gran riesgo de que se convierta en un problema. Los franceses están entre los trabajadores más productivos del mundo y gracias a ello garantizamos el funcionamiento de nuestra economía, generamos el crecimiento necesario para crear nuevos puestos de trabajo, financiamos nuestra protección social y el gasto público”, explica. “Reducir la jornada laboral a cuatro días podría amputar drásticamente nuestro PIB y nuestro crecimiento”, analiza.
El gobierno del presidente Emmanuel Macron parece estar de acuerdo: evalúa que el país sufre para emplear la mano de obra menos cualificada y la semana de 32 horas acentuaría el problema.
Influencia de la crisis sanitaria
Los vientos de la jornada reducida también soplan en Alemania, donde se adoptó una medida similar en el momento álgido de la pandemia para evitar un mayor desempleo, y la reflexión sobre la perennidad de la semana reducida ha calado. La crisis sanitaria ejerce una gran influencia en el debate tras la implantación masiva del trabajo a distancia.
En España, el partido Mas País lanzará en los próximos meses un proyecto similar al islandés, con entre 3.000 y 6.000 trabajadores españoles con 32 horas semanales durante tres años. Unas 200 empresas del país participarán en la iniciativa. Ya en Gran Bretaña, un grupo de 40 diputados ha pedido al gobierno que cree una comisión para estudiar esta posibilidad.
“No creo que sea una utopía y el ejemplo islandés es una muestra. Se puede conseguir en cualquier lugar”, dice Tison. “La cuestión que subyace a esta semana de cuatro días es interesante, porque durante décadas hemos registrado un descenso del tiempo de trabajo, gracias a las tecnologías. ¿Pero queremos trabajar sólo unas horas al día? Al fin y al cabo, es también a través del trabajo como nos realizamos, como tenemos otras interacciones sociales y como conseguimos emanciparnos”, observa el director de investigación del Instituto Sapiens.