“Punto de inflexión”: Un documental a 20 años de los ataques en EE.UU.

El trabajo que se presenta en la plataforma de Netflix muestra con una variedad de voces de primer nivel las decisiones adoptadas por las autoridades norteamericanas luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Además, adelanta el atolladero en el que estaban metidas las tropas estadounidenses en Afganistán.

El trabajo que se presenta en la plataforma de Netflix muestra con una variedad de voces de primer nivel las decisiones adoptadas por las autoridades norteamericanas luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Además, adelanta el atolladero en el que estaban metidas las tropas estadounidenses en Afganistán.

Este sábado se cumplen dos décadas desde los ataques contra las Torres Gemelas en Nueva York y el edificio del Pentágono en Virginia. Los atentados cambiaron el rostro del mundo y la administración del entonces presidente de los Estados Unidos George W. Bush creó las condiciones para establecer áreas negras respecto de los derechos humanos de quienes consideraba como terroristas e incluso de sus propios ciudadanos.

La historia está retratada con nuevas fuentes y opiniones en la miniserie de la plataforma de streaming Netflix, “Punto de inflexión: El 11S y la lucha contra el terrorismo” del destacado director y productor Brian Knappenberger.

En cinco capítulos cada uno de una hora, el documental retrata las desconexiones entre las principales agencias de seguridad de los Estados Unidos, la CIA y el FBI, que permitieron el ingreso de los hombres que se entrenaron en el piloteo de aviones en aeródromos norteamericanos y luego perpetraron los ataques a pesar de tener conocimiento de que habían sido entrenados por Al Qaeda en sus bases en Afganistán.

Pero el trabajo audiovisual incluso va más atrás cuando la CIA en la década de los ’80 del siglo XX, financiaba con mil millones de dólares anuales y sofisticado armamento a los Taliban en su lucha contra la presencia soviética en la nación centroasiática.

Después de los ataques contra el edificio de la defensa norteamericana y el centro comercial del World Trade Center, la administración Bush, con el vicepresidente Dick Cheney y el secretario de Defensa Donald Rumsfeld a la cabeza, impulsó una política guerrerista para atrapar a los responsables de los atentados y quienes pudieran cometer nuevos actos similares en suelo estadounidense.

Ahí se muestran los argumentos utilizados por la Casa Blanca para establecer en el territorio cubano ocupado de Guantánamo un centro de detención de decenas de hombres a los que explícitamente no llamaron prisioneros. Esta idea fue impulsada por el abogado y ex asesor de alto nivel de Bush Alberto González, quien señaló que de utilizar esa expresión, los detenidos serían inmediatamente protegidos por los Convenios de Ginebra.

González agrega que los hombres llevados a Guantánamo no podían ser considerados como prisioneros porque no eran un Estado nación enfrentando una guerra de manera convencional, sino sujetos sin uniforme que estaban armados y utilizaban tácticas que no están dentro del catálogo de acciones utilizadas en este tipo de conflictos.

El mismo abogado justifica también el uso de lo que denominan “técnicas de interrogatorios aumentados”, que fueron descritos en un documento secreto desarrollado por el Departamento de Justicia y que era un decálogo de tormentos que incluía gritos, golpes en el rostro hasta llegar al waterboarding o submarino.

González señala que la tortura incluye otro tipo de métodos, como enterrar agujas debajo de las uñas y pinchazos en los ojos algo que “nosotros no hicimos”, subraya.

Sin embargo, organismos internacionales y de derechos humanos han criticado reiteradamente el uso de las “técnicas de interrogatorios aumentados” autorizados por George W. Bush contra los prisioneros en Guantánamo, los que en su mayoría eran campesinos y estudiantes afganos detenidos en redadas incentivadas por las jugosas recompensas que ofrecían las tropas estadounidenses a través de panfletos que lanzaban desde el aire y que eran reclamadas por los lugareños desesperados por contar con ingresos.

El documental da cuenta de la decisión de los halcones de la administración Bush, Dick Cheney y Donald Rumsfeld, de pasar por encima de las propias instituciones norteamericanas al defender las prerrogativas “en tiempo de guerra” del presidente de la nación, así como de no planificar el desarrollo de un plan que impulsara el bienestar social, económico y administrativo en un país socavado aún más después de la invasión de los Estados Unidos por instituciones gubernamentales corruptas encabezadas por Hamid Karzai, el mandatario afgano.

El propio Rumsfeld era de la opinión de que el objetivo solo estaba en terminar con la amenaza terrorista que representaba el Taliban contra EE.UU. y no ayudar a mejorar los índices de desarrollo del país. “Si es necesario, volveremos en 10 años más”, sostenía el secretario de Estado de Bush.

Las sucesivas derrotas en varias provincias y la falta de una estrategia de salida es parte del documental que incluye imágenes inéditas y que gracias a una amplia cantidad de fuentes permite conocer las decisiones políticas, las contradicciones e incluso los argumentos retorcidos usados en organismos internacionales para mantener la denominada “Guerra contra el terrorismo” que luego de Afganistán llevó a la invasión de Irak asegurando la presencia en ese país de armas de destrucción masiva inexistentes y que terminó en la muerte de 4 mil soldados norteamericanos y unos 200 mil iraquís.

“No sé por qué estamos aquí” sostiene un joven soldado norteamericano en un campo de Afganistán. Mientras, un niño de ese país invadido hasta hace algunas semanas, sostenía que su aldea ya no era la misma, que muchos de sus amigos están muertos o mutilados. “Nos vengaremos, si Dios quiere”, sostiene en uno de los pasajes del documental.





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