Diario y Radio Universidad Chile

Año XVI, 16 de abril de 2024


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El sentido de la vida

Columna de opinión por Marcela Mercado R.
Jueves 30 de diciembre 2021 18:54 hrs.


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Cuando el país y el Planeta marchaban bien (o casi) o eso parecía, en general, las personas podíamos mantener ciertos asuntos a distancia. Pero bastó que Chile estallará y el modelo volara por los aires y luego tuviésemos que vivir una pandemia de características planetarias para que nos viéramos confrontados con la más profunda de las preocupaciones: cuál es el significado de mi vida. El sentimiento de la relatividad de nuestras existencias es una ocasión de reencontrar la cuestión del sentido. La existencia vuelve, casi siempre, a retomar su curso normal como si la interrogación sobre sus finalidades últimas sólo fuera una breve concesión al momento de la crisis; sin embargo el asunto sobre el sentido de la vida sigue ahí y hoy, más que nunca antes, nos enfrentamos a las crisis sin un discurso relativamente común. Las cosmologías antiguas, las grandes religiones, las utopías políticas ya no se imponen con convicción: han fallado las respuestas tradicionales.

Los filósofos antiguos estaban convencidos de que existía un orden natural, armonioso, cerrado, jerarquizado, finalizado y sugerían a los simples mortales buscar en este orden su lugar. La sabiduría, el fin último de la existencia, podía enunciarse así: inscribirse en el orden cósmico, en el lugar de cada quién y en función de su naturaleza. Cada individuo en el seno  del organismo global en vista de cumplir con su propia tarea. La Ecología contemporánea resucita a veces estas visiones cósmicas; la dificultad es que la idea de cosmos ha sido liquidada por la ciencia y la filosofía moderna: el mundo se ha vuelto infinito y de ahí, insensato; la idea de que uno pueda encontrar su lugar en él ya no tiene significancia. Todos los lugares se valen, la representación según la cual cada ser humano poseería un destino específico ya no se justifica. Desde el punto de vista de la ciencia moderna y del derecho, la naturaleza ha perdido la facultad de indicar los fines de manera normativa.

De todos los discursos, el discurso religioso es el que más ha pretendido responder a la cuestión del sentido de la vida: promete la inmortalidad, asigna a nuestra conducta una referencia moral absoluta y a nuestra historia un término último salvador. Además del cisma de la Iglesia Católica, agregamos que hoy cada uno puede escoger su religiosidad a la carta, adornar su cristianismo con algo de budismo, ser ateo y talmudista a la vez, distinguir en las palabras de las autoridades lo que más conviene a su sensibilidad. El principio de verdad revelada está cuestionado.En cuanto a la política, es de público conocimiento que hoy no es el lugar de ningún sentido último.

La privatización de las opiniones hace que cada quien se encuentre solo ante la cuestión del sentido. Esta cuestión sólo se inscribe hoy en los proyectos individuales, parciales, limitados, pero el sentido último, el sentido de todos estos sentidos particulares ya no aparece.

¿Qué es lo que puede dar sentido a nuestras vidas en un mundo tan desencantado?

Para empezar, debemos señalar en cuáles circunstancias empleamos la palabra “sentido” lo que nos lleva a la idea de “Voluntad”. Sin una voluntad oculta detrás de los signos, no habría sentido. Si una persona tiene sentido es porque quiere “poder decir”. “Percibo las huellas de lo humano” dice Kant, en estas huellas adivino la voluntad de entrar a una relación con un “otro” y sólo ante esta condición puede crearse la cuestión del sentido. Ahí donde no hay sujeto, jamás hay posibilidad de sentido porque lo que importa es que no hay sentido sin intención, no hay sentido sin relación con la Libertad, no hay sentido si no hay un sujeto que comunica con otro sujeto.

El sentido de nuestra vida es volvernos humanos, volvernos dignos de una comunicación auténtica con el otro, cualquiera sea nuestra situación de origen. El individuo se define por el encuentro de una situación particular y de un horizonte de universalidad. El individuo es una síntesis libre de lo universal y de lo particular.

La pregunta que nos podemos realizar es si aún tiene sentido hablar del “sentido”. El sentido no es absoluto, es relativo; no se encuentra, se crea; la trascendencia no desaparece con las religiones, está inscrita en el corazón de la humanidad, se sitúa en el mundo material y fuera de él.

Cuando se habla del sentido de la vida se trata de saber si nuestra vida va “hacia”, el objetivo de una acción le da un significado. La esfera del sentido y la de la acción se encuentran: toda palabra es hecho, todo acto es un signo y sólo hay sentido en el mundo para un ser capaz de voluntad o de deseo, un ser capaz de desear, de sufrir, de gozar.

El sentido supone una exterioridad, una otredad, una relación hacia otra cosa que uno mismo. Un signo adquiere sentido cuando devuelve a algo más que a sí mismo. Merleau-Ponty decía “somos todas las excepciones de la palabra sentido”, y encontramos aquí la noción fundamental de un ser orientado hacia lo que él no es. Sólo hay sentido de lo “otro”, el sentido no está donde estoy, sino hacia donde voy, no es lo que somos, sino lo que hacemos. El sentido de la vida sólo puede ser otra cosa que la vida: habitar lo real, amarlo, transformarlo. Un hecho sólo tiene sentido cuando anuncia un cierto futuro, vivimos permanentemente entre la esperanza y una cierta nostalgia.

Sólo hay sentido en la relación con el otro, por él, para él. El sentido no es principio, sino resultado; no es absoluto, sino relativo, no es sustancia, es relación, no es sujeto, sino encuentro. Todo lo que hacemos y que tiene sentido sólo vale al servicio de otra cosa: una causa que creo justa, una verdad que busco o que defiendo, unos individuos que amo, un proyecto que persigo. Acá el sentido toma una perspectiva ética.

Finalmente, citamos a Heidegger cuando convoca al poeta Silesius “La rosa es sin porqué florece porque florece. No se presta atención a sí misma. No pregunta si alguien la ve”.

De seguro allí se concentra la cuestión completa del sentido.

 

La autora es gestora cultural.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.