Meir Margalit es hijo de un sobreviviente del Holocausto de los nazis contra el pueblo judío que emigró a Argentina. En la cosmopolita capital argentina, Buenos Aires, nació este político israelí en 1952. En el seno de su familia la doctrina sionista de derecha fue bajo la cual se formó.
“En mi casa me inculcaron la idea de que el único lugar donde un judío puede estar seguro es en Israel”, comenta en conversación con el Diario Electrónico de Radio Universidad de Chile desde Jerusalén, la milenaria e histórica ciudad protagonista de las disputas entre israelíes y palestinos.
Con la enseñanza y la doctrina, Margalit viajó a Jerusalén al final sus estudios secundarios a comienzos de la década del ’70, hace ya 50 años. “Hice lo que me inculcaron: vine a Israel sionista. Con el tiempo fui reconociendo la realidad del lugar y entendiendo los problemas de la ocupación y del sionismo de derecha pasé al sionismo de izquierda y hoy yo estoy en la izquierda no sionista”.
Ese tránsito ideológico lo llevó a observar a la ciudad como un espacio de tensiones y disputas, una “ciudad imposible” como la define en su libro en cuya tapa se observa a dos hombres, pero cuyos mundos están en las antípodas uno del otro: uno es un ortodoxo con su sombrero de alas anchas y el otro lleva sobre la cabeza una kufiya, el pañuelo típico en el mundo árabe.
“Los grandes problemas son los que hay entre los hebreos y los musulmanes. Esa es la gran tragedia de esta ciudad. Porque los cristianos en 1967 cuando Israel conquistó Jerusalén Oriental, eran 16 mil. Hoy son 11 mil. O sea los cristianos se están yendo de la ciudad. Porque la vida se hace tan difícil y ellos tienen la posibilidad de viajar, tienen familia en el extranjero, en Francia, en Chile que sí, se van yendo”, explica Margalit.
Para el también miembro del Centro para las Iniciativas por la Paz, “Jerusalén es una ciudad imposible y por todas estas razonas y muchas más, yo la defino como una no ciudad. Yo en mi libro escribo de que una ciudad necesita tener un mínimo denominador común entre su gente. En Jerusalén ese mínimo denominador no existe”.
O tal vez sí existe un elemento común para todos quienes habitan en Jerusalén. Sin embargo, ese factor es negativo pues se trata del miedo con el que viven (y conviven) palestinos e israelíes.
“Implica vivir con miedo. Si bien nosotros somos el lado fuerte en esta ecuación, si bien los palestinos son los débiles por lo menos a nivel físico, capacidad, armamentos, los israelíes caminan por las calles con miedo. Y lo puedes ver en la forma en que observan a la gente que camina a su alrededor. Hay constantemente un temor de que en cualquier momento algo explota, de que en cualquier momento puede venir un cuchillazo por la espalda”, relata Margalit.
Mientras, los palestinos también viven constantemente con miedo.
“Un tercio de las casas en Jerusalén Oriental son ilegales, una de cada tres. Y son ilegales no porque la gente sean criminales que quieren construir contra la ley, sino que son ilegales porque el gobierno israelí no les permite construir legalmente. Es gente que pide la licencia y el gobierno se la niega. De acuerdo a la tradición palestina el padre tiene la obligación moral de construir una casa a sus hijos. Si la familia se agranda, tiene la obligación moral de construir otra pieza, otro piso”, explica.
El doctor en Historia precisa que esta realidad “significa que una de cada tres familias palestinas de esta ciudad vive con el temor de que en cualquier momento le destruyan la casa, con el temor de que en cualquier momento me voy al trabajo y cuando vuelvo a lo mejor vienen los bulldozers y me la destruyen”.
Por eso, sostiene que “si yo hablaba del miedo que tenemos nosotros los israelíes cuando vamos por la calle, imagínate el miedo con el que vive la familia que construyó su casa ilegal porque el gobierno le negó la posibilidad de recibir licencia y no puede saber qué será de su casa”.
Estas demoliciones -comunes en los barrios palestinos en Jerusalén- incrementan el resentimiento que Margalit sostiene que no se acaba con el tiempo. “Esto sigue creciendo porque no es solamente una casa la que le destruyeron, sino que también pisotearon la dignidad. La casa para el palestino es mucho más que la suma de los ladrillos y cemento: para ellos es todo el mundo. Y destruirles la casa es destruirles todo el mundo”.
“Cada cual le tiene miedo al otro. Y por lo tanto, una vida con tanto miedo, para qué vivirla. La gente joven dice para qué quedarme en Jerusalén si en cualquier otro lugar puedo quedarme a vivir una vida normal, más tranquila. La gente joven se va de Jerusalén, los vas a ver en Tel Aviv o en Haifa, una ciudad que es mucho más normal, y los vas a ver también en Berlín o en cualquier capital europea porque para qué vivir en una ciudad donde aquí estás dando vueltas todo el tiempo bajo la sensación de que en cualquier momento algo te puede pasar”, agrega.
¿Existe solución?: Una ciudad, dos capitales, dos estados
La tensión es parte del cotidiano en Jerusalén. Pero a pesar de ello, desde el Movimiento Pacifista Israelí del cual forma parte el Comité Israelí contra la Demolición de Casas Palestinas -organización que Meir Margalit ayudó a fundar en 1978-, han hecho propuestas para avanzar con la normalización y la convivencia que lleve hacia la paz.
“A Jerusalén hay que dividirla en tres, hay que dividirla en Jerusalén para los musulmanes, Jerusalén para los judíos laicos y otra para los judíos religiosos. La única posibilidad de salvar a esta ciudad es efectivamente dividiéndola. Todo es una cuestión de buena voluntad”, precisa.
En el comité, señala, “hemos desarrollado modelos de división de la ciudad en dos. La parte occidental sería la parte israelí; la parte oriental sería la parte palestina. Nosotros sostenemos que cada una de las partes debe tener su municipalidad. Suena difícil porque no hay antecedentes de esta índole. Pero Jerusalén tiene que transformarse: en un mismo marco territorial tiene que haber dos capitales para dos naciones”.
El académico puntualiza que en términos concretos “la ciudad seguirá siendo unificada, porque no hay forma hoy de dividirla físicamente. Seguirá siendo una ciudad unificada en la cual habrá dos municipalidades que van a manejar las cosas de sus respectivas poblaciones”.
Margalit dice que al tener una unidad territorial, “hará falta un órgano que esté por encima de ambas municipalidades para solucionar problemas puntuales, concretos, pero lo que nosotros decimos es que para que haya paz hay que dividir a esta ciudad”.
El representante explica que “este programa ya ha sido presentado a la Autoridad Palestina que lo ha aceptado con mucho respeto. Ellos también están dispuestos a llegar a un modelo de esta índole”, pero, por el otro lado “el pueblo de Israel y el gobierno, más aún, son incapaces de pensar en alguna posible división de la ciudad, aunque sólo sea funcional. Acá no hemos tenido eco”.
Para el defensor de DDHH y luchador contra la demolición de viviendas de palestinos, este camino puede ser la fórmula para terminar con décadas de enfrentamientos y sangre, especialmente para el pueblo ocupado.
“Nosotros decimos que de momento que se acabe la ocupación, recién ahí comenzará el proceso de descolonización mental que está atravesando el pueblo de Israel y ahí entonces comenzará el proceso de paz. A diferencia de algunos que dicen que primero comencemos un proceso de paz y después si da buenos resultados devolveremos los territorios, nosotros decimos al revés: primero devolvamos lo que no es nuestro y después de devolverle a los palestinos sus legítimos territorios, recién después comenzará el proceso de paz”, concluye el historiador israelí.