A las 22:30 horas se dio por concluida la jornada de la asociación Puentes de Amor para entregar mercadería a las ollas comunes. Esta asociación sin fines de lucro trabaja de manera continua con la comunidad. Durante la pandemia, desempeñaron un papel fundamental en la entrega de insumos a aquellos que perdieron sus trabajos o se contagiaron de coronavirus. En la actualidad, después de los incendios en Viña del Mar, han asumido un rol crucial en ayudar a los más afectados, proporcionando desde lo más básico para la subsistencia, como legumbres y papel higiénico, hasta mangos y sandías.
Joana González, es una de los tres integrantes de Puentes de Amor, asociación que está conformada por su hijo de 11 años, Máximo González, y su pareja, Marcelo Catril.
“No me bañaba desde el día del incendio”, dice Joana mientras se pone sus botas de trekking para estar más cómoda a la hora de entregar mercadería a las dirigentes de las poblaciones y de los campamentos más afectados.
El incendio para Joana ha dejado una huella, si bien su familia no fue afectada, sus amigos y conocidos están buscando salir adelante ante esta nueva emergencia. “Una de las cosas que hicimos fue trabajar en hacer cortafuegos, aunque algunos no funcionaron” lamenta cuando recuerda algunas acciones preventivas que planificaron para estas fechas.
“Nosotros sabíamos que venía el verano así que organizamos una intervención, de las tres que hicimos, nuestros corazones están de luto y lloran, porque una falló y fue justamente toda la familia que murió en el Jardín Botánico. Cuando ves que se podría haber hecho algo, pero que no lo hicieron, te duele”, agrega.
***
Subir el cerro es presenciar un escenario propio de alguna película de ciencia ficción postapocalíptica; autos descendiendo con escombros, puestos de comida, personas colaborando, espacios para vacunarse contra el tétano. La comunidad se moviliza y organiza para hacer frente a una catástrofe que según el Servicio Médico Legal (SML) ha dejado un total de 132 fallecidos, sumando además, 1.113 hectáreas consumidas por el fuego y afectando a seis mil viviendas.
Mientras la tierra y el polvo se pegan a la garganta, se oyen ruidos de palas y tierra moviéndose. Ya no son solo autos los que descienden de los cerros, sino también camiones llenos de escombros. Entre los gritos de un grupo de personas, se logra escuchar: ¡Mascarillas! ¡Mascarillas, guantes, antiparras para quienes saquen escombros!
De pronto otro llamado: ‘¡Almuerzos!’. Efectivamente, son dos mujeres que están ofreciendo un menú de pescado frito, tanto para quienes ayudan a sacar escombros como para las y los damnificados.
Lorena almorzando con las y los vecinos del sector.
Finalmente y en una pequeña mesa, disfrutando de su almuerzo, se encuentra sentada Lorena Quilodran, presidenta del Comité de Vivienda Esperanza Nueva, que agrupa a un total de 100 familias. En sus 22 años viviendo en los cerros de Viña del Mar Lorena nunca había experimentado un incendio de esta magnitud.
Respecto a cómo ha sido tener el rol de dirigente en este contexto, Lorena señaló que “es complejo”. “Nos ha tocado fuerte, nos ha tocado llorar y al día siguiente levantarnos para poder ayudar a la gente” relata Lorena.
“Cada día debemos estar disponibles para los demás, para que puedan comer, para llevar a cabo gestiones con las numerosas personas que han llegado a ayudar, para asegurarnos de que los alimentos lleguen donde deben llegar, además de cocinar para ellos”, afirma.
A pocos pasos del Comité de Vivienda Esperanza Viva se encuentra el Campamento de Acogida Manuel Bustos, otro de los espacios afectados por los siniestros. Precisamente en su junta de vecinos, que se transformó en centro de acopio y entrega de alimentos. En este mismo lugar se encontraba la presidenta del campamento, Carolina Rojas.
Según Carolina, este trabajo ha sido sumamente arduo y enriquecedor, agregando que “se han activado nuevas redes con el propósito de poder ayudar a la gente”. Estas redes incluyen desde contactos políticos y humanos, hasta amistades y familias.
En esta línea, añadió que “todos se han puesto al servicio de los demás, nosotros solo hemos hecho nexos para que las cosas lleguen a quien más lo necesita”.
“Lo más duro es el incendio y la cantidad de muertos, eso ha sido lo más difícil de asimilar, pero en general, gracias al trabajo que estamos realizando en este espacio, si bien el cuerpo se cansa, es enriquecedor poder ayudar. Cosas duras fueron el primer día cuando nos preguntábamos: ¿Cómo lo vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer? ¿Cómo nos vamos a organizar?”, explica.
Ya son las 22:30 horas, Puentes de Amor llegó a su última parada, el Comité Nueva Sinaí, otro de los sectores donde el fuego lo quemó todo.
Luisa Muñoz, dirigenta del comité, presidenta de la junta de vecinos, comerciante y dueña de casa, califica esta catástrofe como “una que no tiene nombre”.
Luisa fue una de las víctimas que quedo únicamente con su auto y con lo puesto. Se le quemó la casa, el negocio y el espacio de la junta de vecinos, donde realizaban las ollas comunes. “Realmente lo perdimos todo y la ayuda del municipio no da abasto”.
***
Desde Peñalolén, Quilicura, Las Condes, La Serena, Coquimbo y Talcahuano, la gente llegó con palas, chuzos, lentes y comida. El propósito fue unir fuerzas para sacar escombros o simplemente ayudar en lo que fuese a los damnificados.
“No me he querido quedar de brazos cruzados”, declara Estrella Ortuvia, quien decidió viajar desde Longaví con su pala al hombro, su saco de dormir y ropa cómoda para ayudar.
“A distancia es difícil ayudar, porque siento que no es suficiente. He aportado con agua, con mercadería, con dinero, pero no es suficiente. Esto para mí es gratificante: ayudar, sacar escombros, hablar. A la gente le sirve un abrazo y que los escuchemos. La gente lo agradece y lo necesita muchísimo. Todas esas cosas sirven y desde la casa no lo podemos hacer”, señala.
En las noches, cuando el frío baja, es cuando se pasa peor. La gente decide no dormir por miedo a que vuelva a aparecer otro foco de incendio, así que se coordinan para hacer turnos. No hay sueño, pero hay sonrisas mientras almuerzan un plato. “Perdimos todo, pero estamos unidos” es lo que se repetían los unos a otros mientras compartían un té o un pedazo de pan, porque el fuego los pudo quemar, pero la resistencia sigue viva.