La tragicomedia de Michelle Bachelet

¿Cuáles son los incentivos que hoy tienen los partidos de la Nueva Mayoría para mantenerse fieles a la Presidenta? Ninguno. Es más, todos los estímulos apuntan a alejarse de ella y de su gobierno y tratar de salvar el propio pellejo. En otras palabras, los partidos están mirando hacia los comicios legislativos del próximo año. Y están actuando de manera acorde.

¿Cuáles son los incentivos que hoy tienen los partidos de la Nueva Mayoría para mantenerse fieles a la Presidenta? Ninguno. Es más, todos los estímulos apuntan a alejarse de ella y de su gobierno y tratar de salvar el propio pellejo. En otras palabras, los partidos están mirando hacia los comicios legislativos del próximo año. Y están actuando de manera acorde.

No sería extraño que Michelle Bachelet termine su gobierno entregando la banda presidencial a la derecha. Ya lo hizo una vez, en 2010. En 2018 podría ser la segunda.

De manera casi tragicómica, el escenario político y electoral parece haber retrocedido a la década pasada. Durante los cuatro años de su primer gobierno (2006-2010), la mandataria no logró posicionar a ninguno de sus ministros como candidato. Hoy tampoco. Tanto al final de su primer gobierno como ahora emergen dos ex Presidentes como candidatos presidenciales. Y tanto entonces como hoy, la coalición gobernante parece un castillo de naipes.

Pero existe una gran diferencia. En 2009 Bachelet disfrutaba de la espectacular ola conformada por casi un 80% de popularidad. Hoy chapucea a la orilla de la playa con poco más de 20% de aprobación ciudadana.

Y en esa diferencia puede estar el germen de su decepcionante segundo gobierno. En 2009 los asesores del llamado segundo piso de La Moneda estaban más preocupados de mantener la popularidad de la Presidenta para proyectarla hacia las presidenciales de 2013, que de asegurar la continuidad de la coalición gobernante. Si Bachelet no potenció figuras propias y no quiso participar en construir al candidato oficialista fue porque quería volver al poder. El resultado fue una pequeña guerra civil dentro del oficialismo que terminó con una primaria completamente trucha que coronó a Eduardo Frei Ruiz-Tagle, y con el ex diputado socialista Marco Enríquez-Ominami corriendo finalmente por fuera. Y, claro, con el siempre ambicioso Sebastián Piñera como Presidente.

Durante su ausencia del país en los siguientes cuatro años, los bacheletistas se encargaron de mantener viva la llama de la popularidad de su ex jefa, convencidos –con justa razón- que su reelección era casi segura, sobre todo después de la protestas estudiantiles de 2011.

Ahora el país parece estar viendo la misma película, sólo que esta es peor porque el espectador ya conoce la trama: es una suerte de remake al estilo de Hollywood, que casi siempre echa a perder buenas películas extranjeras. El ex presidente y candidato Ricardo Lagos ahora actúa en el rol de Frei, y el senador Alejandro Guillier podría convertirse en un ME-O si es que los poderes fácticos de la Concertación lo vetan para primarias. Y, claro, Piñera sería nuevamente Jefe de Estado.

La gran diferencia es que esta vez Bachelet ya no tiene futuro político, al menos no en el ámbito presidencial. Y eso lo saben los partidos oficialistas. Y eso explica en gran parte todos las “peleas” que han tenido durante los últimos meses y en especial en lo últimos días si uno observa el accidentado reajuste salarial que la Moneda propuso para el sector público.

Y es que los partidos aún recuerdan que en las elecciones de 2009 no sólo terminó ganando Piñera, sino que la Concertación también perdió la mayoría en la cámara de diputados. Dolidos con la derrota, reconfiguraron la Concertación para incorporar al Partido Comunista y dar vida a la Nueva Mayoría. Después de todo, para 2013 se vislumbraba el retorno de Bachelet y, con ello, un repunte en las elecciones parlamentarias, lo que efectivamente ocurrió.

Pero ¿cuáles son los incentivos que hoy tienen los partidos de la Nueva Mayoría para “aguantar” o mantenerse fieles a Bachelet? Ninguno. Es más, pese a algunas palabras de buena crianza, todos los estímulos apuntan a alejarse de ella y de su gobierno y tratar de salvar a cuanto marinero posible. En otras palabras, los partidos están mirando hacia los comicios legislativos del próximo año y actuando de manera acorde.

La Democracia Cristiana, al menos el sector más conservador, entendió muy bien esto, sobre todo después de que estallara el caso Caval en febrero del año pasado. Rápidamente los tres Walker y otros “príncipes” marcaron distancia con las reformas y las supuestas retroexcavadoras. Sus constantes quejas sobre el Partido Comunista han sido una manera de reanimar a sus bases históricas, sobre todo aquellas de la Guerra Fría y su implacable discurso anti-comunista.

El PC, en tanto, ha hecho lo mismo al restarse en bloque en dar el pase en el Congreso al reajuste propuesto por el ministerio de Hacienda (voto al cual se sumaron, por cierto, diputados de todos los partidos de la Nueva Mayoría). Por eso, el domingo en la noche la directiva comunista no asistió a la cita de los partidos oficialistas en la casa de la senadora Isabel Allende en Providencia. De paso, el PC se acordó que es el partido de los trabajadores y que por eso no pueden votar a favor de un reajuste tan bajo. O sea, tras ver su baja votación en las municipales de octubre, donde el PC fue superado por los radicales, ahora Guillermo Teillier y los suyos están apelando –tal como la DC- a sus bases. Y lo hacen porque tienen muy presentes que falta sólo un año para las legislativas.

Pero el desmoronamiento político de la Nueva Mayoría va mucho más allá. No se trata de la clásica pelea de antaño entre autocomplacientes y autoflagelantes, porque autocomplacientes ya no existen. Se trata de una disputa por el alma misma de la supuesta centroizquierda, una reyerta que se está dando en gran parte del mundo occidental. ¿La Nueva Mayoría quiere ser más como Hillary Clinton (que es lo que han sido hasta ahora) o más como Bernie Sanders (quien conecta más con sus raíces)?

El problema, claro, es que esa casta política no parece tomarle el peso a los cambios tectónicos que se están produciendo. No, ellos están enfocados en salvar el pellejo en noviembre del próximo años donde, sin sistema binominal, temen quedar sepultados bajo una ola gigantesca.

En ese contexto y dado su historial, no sería descabellado pensar que el Partido Radical Social Demócrata deje caer a Guillier a cambio de obtener algunas concesiones, por ejemplo más candidatos a diputados y senadores. Ahora están bailando feliz con la chica nueva del barrio y la exhiben en la pista de baile ante todo el público. Pero llegada la hora de mantener los cupos de poder, ¿optarán por meterse en una relación con la atractiva chica nueva, o volverán a la mesa de al fondo con la fiel polola con la que han estado tantos años?

Hay indicios para creer que este tipo de negociación política cortoplacista está más viva que nunca. Un ejemplo es que La Moneda tratara la semana pasada concordar con las cúpulas partidistas la aprobación del reajuste público, en vez de sentarse seriamente a negociar con los empleados fiscales. Parece ser que los partidos de la Nueva Mayoría todavía no han computado el hecho de que apenas superaron el 15% de los votos del electorado total en los comicios municipales de octubre.

Tal vez en unos años o décadas más algunos historiadores analicen todo este período bacheletista-piñerista y desentierren un escrito conocido de Carlos Marx: “Hegel dice que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se repiten (…) dos veces. Pero se le olvidó agregar: la primera como tragedia, la segunda como farsa”.





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