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Castellano: Zona de resistencia

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Martes 5 de enero 2010 19:52 hrs.


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Los angloparlantes se encuentran debatiendo cómo denominar al año que recién comienza. No saben si llamarlo twenty ten, “veinte diez”, como lo han venido haciendo con todas las fechas hasta antes del 2000 en que comenzaron a hablar de two thousand and one o dos mil uno, hasta llegar a la decena que tantos problemas les causa. En el español, en cambio, la disyuntiva no ha existido nunca, cuando desde siempre hemos denominado las fechas sin economía de palabras. Una de las grandes diferencias que siempre hemos tenido con el idioma regente a nivel mundial.

El español es “nuestro oro, nuestras palabras”, como diría Pablo Neruda, un bien que no terminamos de aquilatar cuando en Chile hablamos “una versión encanallada”, a decir de la filósofa  nacional Carla Cordua. Nuestro español, a fin de cuentas, el chileno que hablamos a diario, no se precia de su estilo ni de su amplitud de vocabulario.os sucede que nos empeñamos en reducirlo a lo mínimo, con ensañamiento lo mutilamos hasta convertirlo en jirones, meras sombras de las bellas palabras de las cuales provienen. Y para qué decir de la cantidad de palabras en inglés que se han ido acomodando con toda tranquilidad en nuestra habla, sin que nadie tropiece con ellas hasta tenerlas muy enseñoreadas cuando se habla de economía o marketing…

Carla Cordua  dice también: “Yo creo que nosotros (los chilenos) somos buenos copiadores…y se copia lo que se estima, y si su estimación es primitiva, copia las modas. Por ejemplo, la costumbre de la clase alta de imitar la manera de hablar de los analfabetos: ¿Cómo estai, loco? Son los aristócratas chilenos que hablan como patanes y, no es que no sepan imitar, pero su modelo es el problema”. ¿Había reparado en este detalle que nos refleja la filósofa? Sólo recuerde las enormes dificultades que presentaron los candidatos a la Presidencia de la República en los debates televisivos a la hora de explayarse. Oraciones entrecortadas, sin verbos, a borbotones, en otros casos. Situación que no difiere mucho a la hora de escuchar a altos ejecutivos que manejan millones de dólares, pero cuyo chileno, un amasijo con derivados del huevo, que no se condice con la educación de excelencia que recibieron.

Resulta particularmente interesante esta costumbre nuestra de copiar lo malo y no exigirnos a copiar lo excelente. El ejemplo de nuestros hermanos colombianos, peruanos y mexicanos, es más que claro, dejando al español como una zona de resistencia cultural en la que no aceptan anglicismos y se enorgullecen de pronunciar y modular hasta las eses, cuestión que acá preferimos omitir para que no nos aguijoneen con una siempre punzante talla.

No deja tampoco de ser un deporte interesante cuando comparamos el español que se habla a lo largo y ancho de nuestra colorida Latinoamérica, donde el seseo español se omite para dar cuenta de singulares entonaciones y palabras, que brotan desde las selvas húmedas hasta el Altiplano. De aquí que se espere con ansias el Diccionario de Americanismos que dará a conocer la Asociación de Academias de la Lengua, en marzo próximo, cuando se presente a la comunidad panhispánica en el marco del V Congreso Internacional de la Lengua Española.

Y como lo nuestro es copiar, esperamos que todas esas palabras, cantadas todas en distinto tono, pero siempre en español y, ese amor por nuestra lengua común que profesan las visitas que ya prometen estar para este festín de la lengua, se nos contagien y la difundamos sin temor, en el habla coloquial, en los medios de comunicación y, sobre todo, en la enseñanza a los nuevos chilenos a quienes dejaremos este oro heredado.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.