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Mac Iver, 110 años después

Columna de opinión por Sebastián Silva
Jueves 16 de septiembre 2010 17:00 hrs.


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El 1 de agosto de 1900 Enrique Mac Iver escribió un célebre artículo. “Me parece que no somos felices”, es una de sus primeras sentencias, advirtiendo sobre una crisis en varios sentidos en la  sociedad chilena. Un  diagnóstico que a 100 años y en contextos diferentes, aún puede remecer nuestras conciencias e invitan a reflexionar.

En medio de un diagnóstico sombrío, Mac Iver alerta sobre el real uso de los avances de la sociedad en el 1900. Cuestiona que si bien el país gozaba de un progreso material, impulsada principalmente por las bonanzas del salitre, tenía más naves de guerra, existían más oficinas y empleados; a la vez hubiera mayor seguridad, tranquilidad nacional, mejores servicios, más riqueza y mayor bienestar. “En una palabra, ¿progresamos?”, afirma.

Y 100 años después las respuesta es más o menos la misma. Sí, progresamos, pero desigualmente. La gente tiene acceso a más trabajo que antes, la sociedad ha avanzado materialmente, tenemos celulares, blackberrys, carreteras y twitter. Pero el evitable accidente de la mina San José, los resultados de la encuesta Casen y la devastación del terremoto, fueron el mejor ejemplo de que el país de las grandes cifras económicas, de la OCDE, del “jaguar”, de “Sanhattan”, no es el de las dignas condiciones de trabajo, de la igualdad de oportunidades al momento de progresar, de la repartición injusta de las utilidades, de la separación entre ricos y pobres, de la usura del comercio. En fin, un país que goza, pero que guarda todo debajo de la alfombra.

Mac Iver también habla de la política de esos tiempos, y guardando distancia del distinto y complejo momento que se vivía en los albores del siglo XX, al leer su discurso instala conceptos que se repiten en la actualidad.

Acusa a la clase política de ese momento de mezquindad. Afirma que la ley y la verdad no han sido las inspiradoras de sus decisiones, más bien es una pasión mal entendida y un interés partidista lo que mueven al político de ese entonces a tomar tal o cual resolución. A esto le llama una “falta de moralidad pública”, que – afirma- es el principal error de los políticos de esos tiempos.

Así, sin ese “verdadero interés político o partidista, sin pasión, sin error, por mero apego a una persona o a un grupo o por antipatía a otra persona o a otro grupo, por tener un voto más o menos, por adquirir un adherente para otra injusticia o por no desagradar a alguien, por una pequeña venganza o por pagar un pequeño servicio, fría y tranquilamente, sin acordarse por un momento siquiera de los intereses públicos y del derecho, se quita al elegido su asiento y se da asiento al no elegido y se falsifica la representación nacional. No es un secreto para nadie que el voto parlamentario en la calificación de elecciones ha llegado a ser objeto de arreglos, de trueques, de contratos entre individuos o grupos”. Así de simple y así de real. Pareciera ser que 110 años después, y a pesar que han pasado grandes figuras, la política no ha cambiado mucho.

Mac Iver también habla de la emergencia de la educación, de buscar nuevos referentes culturales, de una sociedad que no avanzaba, a pesar de tener un gran potencial. Un cuadro absolutamente sombrío y complejo, pero con el que buscaba remecer al país.  “Señalar el mal es hacer un llamamiento para estudiarlo y conocerlo y el conocimiento de él es un comienzo de la enmienda. Una sola fuerza puede extirparlo, es la de la opinión pública”.

El discurso de Mac Iver es más extenso y complejo que las pocas líneas que expongo, por eso la invitación es a leerlo y buscar allí lecciones para el futuro. El bicentenario no se acaba el 21 de septiembre. Ese día recién comienza el futuro que esta sociedad pretende construir.

Y por eso me quedo con la última frase de este texto. “Tengo fe en los destinos de mi país y confío en que las virtudes públicas que lo engrandecieron volverán a brillar con su antiguo esplendor”.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.