En una emisión especial del Departamento de Prensa de Radio Universidad de Chile, Juan Pablo Cárdenas entrevistó a Luis Riveros, académico, economista y ex rector de la Universidad de Chile, sobre los temas contenidos en su nuevo libro “La universidad chilena: Los efectos de una mandrágora contemporánea”.
Qué hacer para la recuperación de la educación pública y cómo financiar la enorme demanda educacional en Chile son algunos de los grandes ejes de la publicación, en la que el ex rector entrega sus apreciaciones sobre la educación básica, media y superior, además del rol de los profesores y la clase política en el actual sistema educacional.
¿Qué significa esto de “los efectos de una mandrágora contemporánea”?
Esto se me ocurrió conociendo la novela “La Mandrágora” de Nicolás Maquiavelo. Es la planta que, en la edad media sobre todo, se sostenía que adormecía pero en exceso mataba. Yo sostengo que el sistema universitario chileno está adormecido por esta mandrágora que se ha llamado precios y mercado: les hemos dejado todo a los precios y los mercados para que compongan y recompongan todo. En consecuencia, creo que el exceso de esta medicina lo está llevando a la muerte. Veo un debilitamiento de nuestro sistema universitario que es francamente preocupante. Esta medicina del mercado y los precios no ha corregido distorsiones fundamentales, que no son culpa del sector privado o público, sino que de una política ausente, que no han sido capaz de definir los gobiernos de la Concertación en los últimos años y que, por cierto, no fueron parte de las decisiones que se tomaron en los años 80.
Entrando en el contenido del libro, se habla de la misión de la universidad. ¿Qué queda del concepto de universidad, de sus valores, cuando uno ve que la mayoría de la gente concurre a ella solo para obtener un título? ¿Eso es perjudicial para su rol, es compatible?
Creo que se ha exagerado, hemos ido convirtiendo a la universidad en una fábrica de profesionales. Y por lo tanto le hemos ido quitando ese rol de pensamiento y de depósito de la cultura y el pensamiento que debe tener, como entidad académica. Naturalmente la universidad no es solamente pensamiento, especulación, análisis, sino que también es formación de nuevas generaciones. Pero ella debe darse en torno a esta formación crítica que se basa en la investigación, el análisis, la creación. Y las universidades han ido perdiendo cada vez más eso. Aquí me refiero a nuestra Universidad de Chile, que debe tener como misión fundamental, y así lo expresan también sus estatutos, el ser una entidad pensante sobre el país. Debe ser la entidad desde donde salgan propuestas, ideas, donde se promulguen ciertas convicciones respecto del país que se ansía, respecto de temas de institucionalidad, temas económicos y sociales. Pero cada vez más nuestra universidad se ha ido restringiendo a la actividad formativa porque, en definitiva, hoy día las universidades piensan menos en el país y mucho más en su presupuesto, porque tienen que financiar esto, lo otro y lo de más allá porque la política pública ha sido muy mezquina en esta consideración de una universidad pensante, una universidad verdaderamente universal, restringiéndola a una especie de colegio que forma profesionales.
Hay algo interesante en el libro, cuando se define el nivel de profesionales que nosotros deberíamos formar: profesionales honestos que se empeñen en descubrir con la verdad, que estén comprometidos con el mejor hacer humano, iluminadora y provocadora de cambios estructurales. ¿Cuál es su evaluación al respecto, como rector? ¿Por lo menos la Universidad de Chile estará formando profesionales que, si bien adquieren una especialización en nuestro plantel, salen con esta misión de hacer un mejor hacer humano?
Yo creo que formamos muy buenos profesionales en nuestra universidad. En general son de los más competentes, porque también seleccionamos a los estudiantes más competentes y tenemos una estructura académica de primer nivel para darle justamente ese ingrediente. Pero temo que hemos ido perdiendo un poquito este componente humano, que hoy día es tan importante en una sociedad materialista, consumista, individualista. Sería tan importante que médicos, ingenieros, formados en la primera universidad del país, tengan también esa orientación social para el mejor hacer humano. Creo que nuestra sociedad se ha ido autodestruyendo en esa materia y que las universidades, particularmente la nuestra, no han hecho el aporte que corresponde en término de poner este tipo de valores de respeto por la persona humana, de poner al hombre como el objetivo, no como el medio de las cosas. Me parece que eso se ha ido diluyendo en medio de tanta necesidad que hay de entregarles conocimiento, técnica, competencias a nuestros profesionales en las distintas áreas. Pero esto otro es una competencia que, en mi opinión, es fundamental, sobre todo en el caso de una universidad nacional como la nuestra.
En este aspecto, ¿no son las universidades un reflejo real de lo que es la sociedad? Usted mismo en el libro habla que, cuando la política económica de Chile era la sustitución de importaciones, teníamos universidades que se volcaron a la formación de profesionales que pudieran promover, después, el desarrollo, la economía, la producción, el comercio. ¿No sería la universidad actual una expresión de la sociedad de hoy, que usted define como competitiva, individualista? ¿O la universidad tiene que tener la misión de más bien corregir esta tendencia?
Claro, yo creo que las universidades, la nuestra también por cierto, deben responder a las tendencias sociales. Hoy día que nuestro país ha experimentado un cambio tan importante en su economía, en la estructura de su producción, en el comercio exterior, evidentemente nuestra universidad debe responder a esa realidad. Naturalmente que la universidad debe responder al ritmo social. Pero al mismo tiempo, y ahí está el rol tan importante de una universidad pensante, debe también empujar por cambios en las cosas. Yo entiendo que no debiese haber una contradicción entre la modernización, entre logros objetivos económicos sustantivos, entre el progreso tecnológico y esta deshumanización creciente que vemos en nuestra sociedad. Y yo siento que la universidad tiene que ayudar a corregir eso y creo que no lo estamos haciendo, porque en definitiva eso no es parte de la misión que se nos asigna por la vía de la política pública. Esto se evidencia en los sistemas de acreditación, que otorgan el financiamiento a las instituciones y que se basan en puros criterios cuantitativos. ¿Cuántos produjo, cuántos egresaron, cuántos desertaron?, pero nunca cuán mejores personas está usted preparando para que contribuyan a una sociedad más humana.
¿Descentralización o fragmentación?
Cuando se organizó el sistema universitario chileno se hizo sobre la base de nueve universidades gratuitas, que se decía que eran del Estado pero no lo eran, porque del Estado eran dos solamente, la Universidad de Chile y la Universidad Técnica del Estado. Las otras siete eran universidades privadas que tenían una asistencia estatal. Después de algunos años de la dictadura militar, esto se transformó luego de un decreto del dictador que dio la posibilidad de que el sector privado se incorporara masivamente al desarrollo de universidades. Y las cifras que usted da aquí son pavorosas, la forma como se han desarrollado universidades a lo largo de todo Chile. ¿Son universidades que tienen algo de consistencia, que cumplen un rol relativamente singular al que cumplían las clásicas universidades tradicionales?
Lo primero que debo decir es que no tengo nada contra el sector privado. Porque es una manera fácil de decirlo, que esto es culpa de los privados. Aquí esto ha dependido de reglas impuestas y totalmente inadecuadas, porque alguien diagnosticó en 1980 que sería adecuado, conveniente, aplicar el mercado a un sistema como el de la educación superior. Efectivamente había un problema: que la cobertura de las universidades tradicionales no satisfacía las necesidades crecientes por formación en educación superior. En consecuencia se dijo, permitamos que entren otros actores al sistema para que entonces podamos proveer eso, porque las universidades tradicionales no pueden. Hasta ahí bien. El problema es que esto se hizo sin reglas. Se asumió que era igual que los servicentros, las farmacias o los supermercados: si usted puede construir un edificio y poner la mercadería adentro, entonces vendrán clientes y comprarán. Pero las universidades son un poquito más delicadas y más complejas que eso. Y la verdad es que en esos primeros años cualquiera que arrendaba un edificio o incluso una casa por ahí, ponía una universidad. Porque tuvimos un sistema muy liberal que autorizaba el funcionamiento de estas universidades. Claro, después con el tiempo varias se han ido asentando, han ido haciendo las cosas mejor, pero todavía tenemos una gran dispersión y el problema es que cuando se recuperó la democracia, no se impusieron reglas que hicieran compatible esto con un sistema un poquito más razonable. En gran medida eso se hizo porque esto de aumentar la cobertura se transformó en un gran objetivo político. Y escuchamos tantas veces que con esto la universidad se democratizaba, porque todo el mundo podía llegar a ella. Y nos olvidamos que era conveniente, importante, yo diría indispensable ponerle reglas adecuadas como lo tuvo siempre la educación privada en Chile. Yo creo que dejamos esto, como lo digo en el libro, tal como si fuera el mercado de los yogurt. Usted va al supermercado, compra un yogurt, si le gusta lo sigue comprando y si no, no lo compra más. Con ese criterio se diseñó una política universitaria que es totalmente insatisfactoria. Y hoy estamos viviendo los resultados de aquello, porque la diversidad en calidad y el promedio de calidad deteriorada que existe son los problemas que nos ha legado esta manera de hacer las cosas.
Quiero llevarlo a una cifra pavorosa que está expresada en el libro: en 1970, el 6% del PIB lo destinaba el Estado a la educación y esta cifra disminuyó a un 2.6% en 1990. Y en financiamiento, el Estado le otorgaba el 1.81% del PIB a las universidades y ahora solamente 0.3%. Y con la desatención del Estado respecto de la tarea educacional es que se desarrolla la educación privada sin límites ni contrapeso.
Así es y muchos de estos ideólogos, asesores “expertos” que aconsejaron tanto a los gobiernos de la Concertación, encontraban que era una de las grandes ventajas o cualidades del sistema que lo financiara el sector privado. En consecuencia, el Estado por estudiante lo único que ha visto en los últimos años es un decrecimiento en el aporte. Y cuando ha hecho aumento en el aporte, lo ha hecho solamente en función de los aranceles, pero no a financiar las instituciones, que son las que tienen que proveer la buena formación, la investigación de respaldo y por lo tanto necesitan modernizar sus laboratorios y sus tecnologías, no, eso no lo financia el Estado. Excepto por fondos competitivos que son cositas pequeñas, generalmente, y de corta duración. Aquí ha existido una política premeditada de abandono, en la esperanza por parte de muchos de que el sector privado despegue y que mañana una universidad privada sea la nueva Universidad de Chile. Eso no ha ocurrido ni va a ocurrir, espero, pero evidentemente que esa intencionalidad es la que ha puesto a las universidades de cabeza a tratar solamente con los temas financieros y presupuestarios. Por eso en el lanzamiento del libro yo comentaba de que hoy día el rector de una universidad tiene que preocuparse del presupuesto, tiene que cuadrar las entradas, los gastos, su problema es la inversión, los números, las discusiones con el vicerrector económico, pero no el tema académico profundo importante, si estamos formando a los profesionales que requiere el país. ¿Cómo hago para empujar a los ingenieros, a los abogados, a los médicos que egresan de mi universidad a que tengan una perspectiva más humana? Para eso no hay tiempo porque en definitiva la pregunta es cuánto cuesta y quién lo paga.
En esta premeditación que dice usted, y que yo le agregaría alevosía, se destruyó la Universidad de Chile y la Universidad de Santiago y se crearon una serie de universidades regionales que parecían una buena idea, pero ¿cuál es el balance al final de esta atomización de la Universidad de Chile y la Universidad Técnica del Estado?
Yo creo que el balance es bastante mixto. Hay universidades del Estado, como la de Talca o la de Tarapacá, que han tenido muy buenos resultados producto de una gestión adecuada, de condiciones del medio adecuadas, pero otras que han tenido resultados francamente preocupantes. Universidades que están en el límite de una acreditación significativa, universidades que les cuesta muchísimo sostenerse, porque la realidad regional no les permite tener la diversidad de carreras que les permitiría sustentarse y porque además tienen una competencia bastante desleal. Yo creo que esto se hizo con el afán de destruir el sistema público. Porque si lo hubiésemos hecho como país en la idea de descentralizar, que a mí me parece muy bien porque la Universidad de Chile no podía seguir funcionando con esta cabecera en Santiago y las sedes que eran como los parientes pobres. Pero la manera lógica, la manera adecuada de hacerlo era a través de sedes que tuviesen autonomía. Pongo el ejemplo de la Universidad de California. Porque Santa Bárbara, Los Ángeles, Berkley, Davis, son todas universidades autónomas pero son parte del sistema de la Universidad de California. Por lo tanto tienen los mismos estándares, el mismo comité directivo y en consecuencia las políticas académicas son las mismas. Eso no existió aquí, se fragmentó la universidad y no se descentralizó.
Educación técnica, secundaria y primaria
¿Y qué ha pasado en el caso de la formación técnica? Al respecto, su libro es bastante crítico.
Creo que el Estado se desprendió simplemente de eso. El Estado tenía, por ejemplo, el Instituto Nacional de Capacitación Profesional y lo vendió. Y también se deshizo de la enseñanza técnica, se la traspasó a los grupos empresariales privados en la idea de que ellos formaran los técnicos que necesitaban. Pero en definitiva dio una señal de que la educación técnica era de segunda clase. Y con eso reafirmó lo que nuestra población siempre sintió, de alguna manera, respecto de ella. Ahí van los que no llegaron a la universidad. Y con eso se ha dado una muy mala señal porque en definitiva hoy día tenemos a universidades formando técnicos, que les llamamos profesionales, ingenieros en algo cuando en realidad son técnicos en algo. No hemos logrado recomponer eso y ahí también hay una ausencia del Estado. Yo echo de menos una institución estatal que provea educación técnica y le dé la orientación que necesita. Y además necesitamos reordenar esto de los Centros de Formación Técnica e Institutos Profesionales, porque en realidad se crearon estos tres niveles pero nunca se ha logrado especificar con claridad cuáles son los límites de uno y otro.
Y en relación a la calidad de la educación, uno tiende a pensar que si hubo poca supervisión respecto a lo que acontecía en las universidades, en todas las instituciones técnicas esto puede haber sido peor, donde el lucro además está permitido por alguna extraña razón. Pinochet prohibió el lucro en las universidades, aunque no se haya respetado mucho, pero no así en los institutos técnicos, donde los abusos pueden haber sido mayores.
Claro, por lo menos diría yo en los Institutos Profesionales, en los Centros de Formación Técnica, como en los colegios medios y básicos, al menos es transparente la regla. Pero el no al lucro en las universidades obviamente lo único que favoreció es la poca transparencia en el sistema. Sin embargo yo creo que en general el tema ha sido de reglas inexistentes o débiles, esto de la Superintendencia de Educación Superior es algo que se necesitaba desde mucho antes, pero no como se ha propuesto ahora porque va a depender del Ministerio de Educación. En definitiva, eso no va a tener ninguna independencia para hacer lo que hacen otras Superintendencias, como la de Bancos o de AFP. Creo que ahí tenemos un problema urgente.
En ese sentido, si es transparente que en la educación secundaria, primaria y técnica se puede lucrar, ¿no sería la hora de plantearse la legitimidad de que lucraran también las universidades?
Yo seguiría aquí el modelo brasilero, Lula instaló aquí una política muy clara: aquí habrá universidades con fines de lucro y otras sin fines de lucro. Y aquellas que tienen fines de lucro no reciben ni un peso del Estado. A mí me parece que eso es una regla transparente. Ahora, el lucro hay que definirlo como las utilidades que se reparten, porque eso también es un concepto un poco general. Hay que regularlo y tienen que pagar impuestos, además. Y hago notar que en Chile los colegios, particularmente los subvencionados, son entidades con fines de lucro. Y esos reciben aporte del Estado y nadie se ha preguntado por qué es posible que estas entidades hagan ganancias con recursos del Estado que después van al bolsillo de privados.
Y algo muy importante, que ni siquiera tienen que rendir cuentas por esos recursos que reciben del Estado, en circunstancia que las universidades estatales tienen que rendir peso a peso esos recursos.
Y hago notar también que las universidades privadas que reciben recursos del Estado no tienen que rendir cuentas, o sea, privatizan esos recursos. Nosotros tenemos que hacer públicos los recursos privados que recibimos, además de rendir cuentas peso a peso, hay que mostrar hasta las boletas de lo que uno compra para justificar que la plata no se está yendo al bolsillo.
¿Hay una responsabilidad de las universidades púbicas de acoger a aquellos estudiantes que, por su precaria formación secundaria, no tienen las condiciones para estudiar en la universidad, mostrando competencia en los primeros años de estudio? Tienen los talentos pero no los conocimientos para ser universitarios.
Yo creo que las universidades públicas, como lo están haciendo algunas de ellas, deben tratar de incorporar y crear esos programas que permitan que los estudiantes puedan efectivamente ingresar con las competencias debidas a la universidad pero yo en principio diría que esa no debe ser misión de la universidad pública. El Estado tiene la obligación de entregar una educación de calidad a todos los chilenos, yo no veo por qué uno pudiese entender que hay chilenos tipo A y tipo B, quienes reciben una educación más o menos nomás y tienen que ser ingresados a una universidad pública porque no pudieron tener una educación media de calidad. La misión debe ser proveerles a todos una educación de calidad y a mí me da mucha pena ver cómo se han ido deteriorando los grandes colegios públicos. Cómo han ido perdiendo su prestigio y también la capacidad de formar personas con las competencias adecuadas para llegar a la universidad, cuando antes era obvio que los estudiantes de colegios públicos llegábamos a la universidad, porque así tenía que ser.
Formación de profesores
En esto de la formación de los profesores, recordemos que en algún momento el Estado chileno trajo profesores de todo el mundo para formar profesores chilenos, para darle la categoría que alcanzó el magisterio nacional. ¿Qué habría que hacer ahora respecto de esto? La Universidad de Chile está discutiendo la posibilidad de recuperar dentro de sus tareas la formación de profesores, se habla de una Facultad. ¿Le corresponde a la Universidad de Chile asumir este rol, o le corresponde más al Estado?
Yo creo que este es un rol clarísimo de la Universidad de Chile como universidad nacional preocupada de un problema real que es la educación. Ahora creo que hemos estado discutiendo mucho más las cuestiones organizacionales, pero no lo fundamental. Yo creo que nuestro problema es que no tenemos formadores de profesores y no sé qué tendremos que hacer para eso. ¿Tendremos que ir nuevamente a Alemania a traernos a unos diez profesores para que nos ayuden a formar profesores chilenos? Yo siento que tenemos que tomar el toro por las astas y que el Estado tiene que crear una escuela nacional de profesores. Porque desde allí es que debe salir la señal hacia el sistema, que es tremendamente diverso.
Y esa escuela, ¿puede estar asociada a la Universidad de Chile?
Desde luego, eso es lo que yo haría, la vincularía a la Universidad de Chile y a otras universidades también, para darle el empujón académico que esto necesita. Pero yo lo haría como una formación desde el Estado, que debe retomar la formación de profesores básicos porque eso necesita rescatarse, justamente para incubar nuevos profesores y darle un empujón a la enseñanza media con un aumento de la calidad desde la básica hacia arriba.
El rol de la clase política
¿Por qué los gobiernos de la Concertación dejaron que esto siguiera igual, no tomaron en cuenta la herencia que había dejado la dictadura, no intervinieron hasta que los estudiantes se levantaron?
Se dijo que los gobiernos de la Concertación iban sucesivamente a preocuparse de la enseñanza básica, de la media y después de la superior, pero yo veo que esa preocupación se restringió fundamentalmente a las inversiones en mejores edificios, en mejorar las remuneraciones de los profesores, pero en materia de calidad estrictamente, de lo que somos capaces de enseñarle a los niños, no se hizo nada. Tampoco se hizo nada en materia de formación de profesores, ahí tenemos una crisis vocacional que es francamente preocupante. Nuestros profesores están mal formados, así lo revela la prueba Inicia, eso no es ningún misterio. Entonces cómo es posible estar sentados mirando eso, a ver si el sector privado toma la iniciativa de mejorar la formación de profesores. Yo creo que esa es una enorme preocupación, enfrentamos un escenario parecido al que enfrentó Valentín Letelier, porque aquí tenemos hasta un problema con los formadores de los profesores que obviamente pone un límite al desarrollo del país. Creo que no nos preocupamos de cuestiones fundamentales en esta mejoría entre comillas de la educación básica y media, basta ver los Simce y las PSU para darse cuenta de que lo único que hemos hecho es mantener las enormes diferenciales con el sector privado. Y eso tiene un reflejo posteriormente en el sistema universitario.
No podríamos soslayar el ímpetu que han puesto los estudiantes en estas reformas educacionales que por fin comienzan a discutirse en el Congreso Nacional, primero con la insensibilidad general de la clase política, hoy al menos con su preocupación. ¿Qué esperanza tiene de que puedan darse cambios contundentes en relación a esto? ¿Qué debiera hacerse para corregir en forma rápida y eficiente los problemas que existen?
Yo tengo una gran decepción con la clase política porque ve solamente los temas de corto plazo. Y por lo tanto todas estas cosas que corresponden a una necesidad de largo plazo han sido abordadas de manera muy insuficiente. Y yo siento que si sigue prevaleciendo ese criterio, naturalmente vamos a seguir parchando el sistema. Nuestro sistema necesita entre dos y tres puntos del PIB para poder tener adecuado funcionamiento para las necesidades de la educación. Y eso para la inversión, el desarrollo de un sistema de educación medio y superior que el país sin ninguna duda necesita. Nuestro país está atrasadísimo en eso, no podemos seguir siendo número 15 en resultados macroeconómicos y 70 en el mundo en resultados educacionales. Eso es impresentable. Creo que si los políticos no amplían su mirada hay poca esperanza de que tengamos una modernización efectiva de nuestra educación. Y siento que esto no se arregla siguiendo las pancartas de la calle. Se arregla con un criterio, con una definición, una idea. Y eso creo que ha estado ausente. Veo en las propuestas que se menciona un nivel de generalidad que francamente es muy decepcionante porque no estamos atacando los temas de fondo. A nuestro país le sobran los recursos para atender una prioridad tan importante, pero eso necesita un nivel de diálogo porque este debe ser un programa a diez años. Así lo hizo Manuel Montt, Valentín Letelier, Pedro Aguirre Cerda, Eduardo Frei Montalva. Las grandes decisiones son con una mirada a largo plazo, no hacia el mes que viene. No con reformas tributarias que más bien son ajustes y no con maquillaje al sistema, que no va a cambiar las cuestiones fundamentales que los jóvenes que han pasado por el sistema de educación superior y que hoy día están desempleados sienten, que hemos sido injustos con ellos.