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La democracia enferma


Lunes 10 de junio 2013 7:53 hrs.


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Decir que los períodos preelectorales son verdaderas epidemias de ofertones, no sólo es redundante, es majadero. Pero si se centra la mirada en la frialdad con que los dirigentes políticos mienten, es bueno preguntarse por la salud de la democracia. Finalmente, los períodos preelectorales son los que preparan las elecciones y éstas constituyen los cimientos de nuestro sistema de convivencia.

Todos los candidatos hablan de la desigualdad que desangra a Chile. Sin embargo, nadie recuerda que en estos más de veinte años de transición democrática, oficialistas y opositores han ejercido el Gobierno. Y la realidad nos sigue golpeando el rostro. En Chile un pequeño grupo vive mejor que los ricos de Suiza. Para agregar un aditamento más a este desbalance grosero, el 50% de los trabajadores gana menos de $250 mil al mes (US$ 500). Y por si eso no parece suficiente, el 63% de los hogares tiene un ingreso mensual de $203 mil por persona.

Adentrándose aún más en el corazón de la desigualdad, allí se ve que, entre 2005 y 2010, el 1% de los más ricos recibió el 32,8% de los ingresos totales. Hilando más fino se descubre que el 01% de esas personas concentró en sus manos entre el 17,6% y el 19,9% de los ingresos totales. Estos datos resultan más impactantes que los arrojados por la encuesta Casen (Caracterización Socioeconómica Nacional) y los que entrega anualmente el Servicio de Impuesto Internos. Tales cifras se encuentran incluidas en un estudio inédito realizado por tres investigadores (López, Gutiérrez y Figueroa) de la Universidad de Chile.

La frialdad de las cifras contrasta con el calor que ponen los candidatos para culparse unos a otros por esta realidad. Y, la verdad, es que la responsabilidad es compartida. Por la derecha, ya que es el principal sostén de un sistema instaurado por la dictadura del general Pinochet. Por la oposición, puesto que cuando le correspondió ser Gobierno, no fue capaz de enfrentar al poder económico. Y si hoy se le pide cuentas, la respuesta más socorrida es que fue la derecha la que se opuso, en el Parlamento, a echar adelante los proyectos para corregir estas desigualdades vergonzosas. Pero todos -derecha e izquierda- defendían la democracia de los acuerdos. Y tales acuerdos debían sujetarse a una institucionalidad que había creado la dictadura para que fuera funcional en el recién inaugurado laboratorio neoliberal en que convirtió a Chile. Y que lo siguieron manteniendo los gobiernos democráticos. Por eso es que la ex presidenta Bachelet puede decir sin rubor que ella trató de subsanar tales situaciones. Que se hizo eco del clamor popular para corregir la desigualdad, el lucro en la educación, entre otras materias que indignan hoy a los chilenos. Pero sus esfuerzos fueron desbaratados en el Congreso. O sea, los presidentes que hemos tendido desde 1990 hasta la fecha, han sido meros buzones de las aspiraciones populares. El argumento para explicar tales aberraciones es que el sistema democrático es así. Pero la democracia también considera la posibilidad de ir a la consulta popular. De que el gobernante se haga fuerte en el pueblo elector. Pero aquí pareciera que el temor a la reacción de quienes ejercen el poder -con la mano militar incluida- y el interés personal pudieron más.

Las manifestaciones de la enfermedad de nuestra democracia no son nuevas. Pero todo el abanico político saca algún beneficio de esta entidad que nació con el pecado original en su propia Constitución. ¿Se puede creer que esta vez si se tomarán las medidas necesarias para sanarla? ¿Los mismos temerosos de ayer dejarán de serlo?

Para tener una democracia sana hay que tener dirigentes sanos. Dirigentes que sean capaces de ejercer realmente una función pública en beneficio del interés general. Mientras esto no ocurra en Chile, seguiremos escuchando ofertones que terminarán siempre en más decepciones. Hasta que la caldera deje escapar por algún lado la presión que sigue subiendo. La desigualdad es lo que eleva la temperatura. Para que ella se incremente deben existir personajes corruptos y/o miopes que lo permitan. Es la enfermedad de la democracia chilena.