No cabe duda que los avances en educación y acceso a ésta han sido notables durante las últimas décadas. En este sentido las cifras son elocuentes y nos hablan de que, al año 2009, la cobertura bruta por nivel alcanzaba a un 40% en jardines infantiles (2 y 3 años), un 75% en pre-kinder y kinder, prácticamente un 100% en educación básica, un 95% en educación media y un 38% en educación superior. En esta última, la matrícula total ha tenido un alza sostenida en los últimos años. Cabe destacar, además, que desde principios de los años 90 el sistema de educación superior alcanzó un tamaño tal que, internacionalmente comparado, adquirió características de un sistema masivo.
Sin embargo, y a pesar de las alentadoras cifras respaldas incluso en informes del Banco Mundial, aún persisten falencias que adolecen e impactan negativamente nuestra sociedad manteniendo, y en algunos casos ampliando, las brechas de desigualdad. De hecho existe constatación de que la segregación educacional estaría directamente vinculada a la segregación residencial, dejando en evidencia las trabas impuestas por estructuras rígidas sustentadas en el capital social, el nepotismo y las redes, dejando de lado aspectos básicos para una sociedad aspiracionalmente desarrollada tales como la meritocracia y la movilidad social. Esta última, dicho sea de paso, no se logra sólo a través del acceso a una educación “pública y gratuita”, sino que necesariamente va de la mano con el ingreso de profesionales, técnicos u otros al mercado laboral. Es aquí donde, finalmente, la persona puede mejorar sus condiciones de vida accediendo a bienes o servicios que antes le eran ajenos a su realidad. Lo anterior no es en absoluto descabellado o un sinsentido.
Pregúntese solamente ¿Cuántos profesionales conoce usted que, a pesar de tener grado académico de magíster o doctorado, están desempleados? ¿Cuántos profesionales no logran acceder a mejores puestos de trabajo o cargos por el sólo hecho de haber estudiado o vivir en un determinado lugar?. Por lo tanto, y en virtud de lo expuesto anteriormente, entendemos que la educación es una herramienta importante que posibilidad y mejora las oportunidades, al menos en términos formativos. Pero no necesariamente su impacto se traduce en generar la movilidad social necesaria que permita disminuir las brechas de desigualdad y mejorar los procesos de integración o de acceso a más y mejores opciones laborales. En concreto, el mérito personal, la educación y el trabajo deben ir de la mano entendidos como los principales instrumentos de la movilidad social.
En este sentido la discusión de la reforma educacional debe ir más allá del debate en torno a la gratuidad, lo público contra lo privado e incluso la calidad, un aspecto muy poco tratado por lo demás. Como país debemos tener una visión que vaya más allá del qué y nos sitúe en el para qué. De lo contrario lo único que conseguiremos es aumentar los indicadores de “cesantes ilustrados” y gente frustrada toda vez que las estructuras sociales, en algunos estratos, resultan impermeables al acceso de hombres y mujeres quiénes, por más que se trate de profesionales de altísima excelencia y calidad tanto académica como humana, estarán condicionados por su origen social, educación y capital social, debilitando las oportunidades para el crecimiento sostenido orientado hacia el desarrollo y bienestar social de las chilenas y chilenos.
* Periodista UDP, magíster © Comunicación Internacional UDP