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Otro 4 de julio, nada que celebrar


Viernes 4 de julio 2014 10:01 hrs.


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En 1776 las Trece Colonias reunidas en Congreso se declaraban “Estados libres e independientes” del Estado de Gran Bretaña. En República Dominicana, el 4 de Julio es celebrado de manera extravagante. La Embajada estadounidense hará sus tradicionales fiestas, y vemos la prensa forrada de supermercados, tiendas de vehículos y demás, ofreciendo la “Semana Estadounidense” y hasta poder vivir “Mi propio sueño americano”.

Pero ¿Por qué la fiesta? ¿Qué hay que celebrar con fuegos, compras y automóviles? ¿Estados Unidos es acaso un proyecto de nación que no merece respeto? ¿Qué hay de las luchas y sueños de sus próceres y de su pueblo? ¿Qué hay de nuestros países, devenidos en supermercados y ferias?

Hay que recordar. Después de aquel 4 de Julio de 1776, vendría la guerra de Independencia, hecha no para subyugar a nadie, sino para conseguir “en nombre y con el poder del buen pueblo” la libertad que Gran Bretaña no quería concederles. Esa guerra fue exitosa bajo el mando del extraordinario líder político y militar George Washington, quien luego sería Presidente de los Estados Unidos de América. La guerra conducida por Washington mereció el concurso del prócer venezolano Francisco de Miranda, maravillado con la gesta del primer pueblo libre en América. La Declaración de Derechos de Virginia, la Declaración de Independencia y la Constitución de 1787 abrían una nueva concepción política en el mundo, arraigada en el republicanismo, la igualdad y la libre determinación.

Más adelante, le tocaría a Abraham Lincoln liderar a los republicanos en la Guerra Civil, y lograr la abolición de la esclavitud que aún se ejercía en el Sur contra millones de negros oprimidos. Como muchos recordarán, Lincoln moriría asesinado en un atentado.

Ya en el siglo XX será precisamente un negro, el ministro religioso Martin Luther King, el abanderado de defender los derechos civiles de todos los estadounidenses. Siglos después de la Independencia y la Guerra de Secesión, decía Luther King que los principios consagrados por los próceres seguían siendo impracticables en una sociedad atravesada no sólo por la discriminación racial, sino por muchos mecanismos de segregación que negaban la igualdad de todos y todas los ciudadanos. Luther King, como Lincoln, moriría asesinado, como también Malcom X, defensor de la dignidad de los afroamericanos.

Entre aquellas gestas y el presente, algo ocurrió. La Doctrina Monroe de 1823 encarnó un afán expansionista e imperialista que luego de Lincoln y más específicamente a partir de 1898 se entronizó en la política exterior, pasando luego a ser controlada por las multinacionales y el complejo militar-industrial. Una oligarquía financiera se apropió de su economía, atentando contra los trabajadores honestos e instalando la especulación y la deuda como motores del crecimiento: más de 1.5 millón de millones de dólares fueron usados por el Gobierno de Obama para salvar la banca y nada para salvar a los trabajadores y las viviendas de las familias. 50 millones de estadounidenses no tienen acceso al seguro de salud, y 1 de cada 6 ha pasado hambre.

Si en 2000 el mundo se escandalizó ante la victoria de George W. Bush mediante un fraude electoral vulgar y evidente, para terminar engañando el mundo mostrando fotos de “armas de destrucción masiva” establecidas en Irak y que once años después no acaban de aparecer, una gran expectativa fue suscitada con la elección de Obama como Presidente en 2008. Pero nada cambió de verdad “en Washington”, como prometió el joven demócrata.

Miles de jóvenes mutilados y convertidos en psicóticos en guerras de rapiña en las que se gastan los impuestos de los ciudadanos. La democracia convertida en un mercado electoral que se financió en la última campaña presidencial con 2700 millones de dólares; el poder del pueblo devenido en un duopolio de dos partidos, las agencias de marketing y la prensa. El escándalo del sistema de espionaje PRISMA por el cual persiguen a Snowden: tan sólo en Alemania, se sabe, se espiaron 500 millones de comunicaciones.

Desde 1898 a 2013 se pueden contar, al menos, 77 agresiones desde la nación de Washington y Lincoln contra países latinoamericanos, africanos y asiáticos. De acuerdo con las investigaciones del autor español Roberto Montoya, el presidente Obama adoptó los asesinatos con drones como su método favorito y al cumplir cinco años como inquilino de la Casa Blanca ya llevaba más de 390 ataques realizados en Pakistán, Irak, Afganistán, Yemen y Somalia, que provocaron la muerte de casi 5.000 personas, muchas de ellas civiles. Hoy Irak está enfrascado en nuevos y complejos conflictos, además de 4 millones y medio de desplazados y refugiados, 5 millones de huérfanos, más de 8 millones que requieren de ayuda humanitaria, y el 70% de la población que no dispone de agua potable, según el mexicano Gilberto López y Rivas.

En la misma tónica de Monroe y Bush hijo, Obama afirmaba, en la Academia Militar de West Point el 28 de mayo pasado, que todo esto se debe a que Estados Unidos “es y sigue siendo la única nación indispensable, en el siglo pasado y será cierto en el siglo que venga”. Como si la Historia y los noticieros no existieran, no dudó en decir que “debido a la diplomacia de Estados Unidos y la ayuda al exterior, así como al sacrificio de nuestros militares, más gente vive hoy con gobiernos elegidos, más que en ningún otro momento de la historia humana”.

La invasión armada y la desestabilización de las democracias, incluyendo fondos públicos dedicados a financiar la oposición golpista en países latinoamericanos, no es el único tipo de agresión que aplica esta deformación del proyecto independentista de Estados Unidos . Ya Bill Clinton pidió públicamente perdón en 2010 por políticas de “libre comercio” que destrozaron la producción agrícola de Haití para proteger -según él- a “unos pocos empresarios de Arkansas”. Es la misma tónica del DR-CAFTA que destruye la producción dominicana y ayuda a concentrar aún más el comercio y la riqueza a escala mundial.

Claro que valdría la pena celebrar el 4 de Julio, si los ideales por los que lucharon los Independentistas, Constituyentes, Washington, Lincoln, Luther King y Malcom X fueran la pauta del presente, en lugar de la voluntad del establishment y lo que en la academia norteamericana llaman “gobierno permanente”. Sería un triunfo del pueblo de Estados Unidos y la Humanidad.

Pero tal y como están las cosas, en nombre de esas figuras y esas gestas, y como acto de dignidad, asumámoslo: no hay nada que celebrar.