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Lo que pide ser nombrado

Columna de opinión por Antonia García C.
Viernes 15 de agosto 2014 9:49 hrs.


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La desaparición forzada, la cuestión de la desaparición forzada de personas, está atravesada de múltiples maneras por el tema de la identidad. Lo está acá (Argentina). Lo está allá (Chile). Lo está en todos lados donde ha habido desaparecidos. Se habla de 90.000 desaparecidos en América Latina desde mediados de los años 60 en adelante. Pero desaparecidos hubo antes, en otros sitios, y los sigue habiendo. Los contextos políticos varían, los métodos, los dispositivos, el nivel de organización también. Años y años uno podría estudiar las diferencias, las similitudes. Las interpenetraciones entre una realidad y otra. Algunos lo hacen: estudian. Y entre las cosas que estudian, vinculado con éstas y otras cuestiones: la identidad, la memoria, sus relaciones. Pero por más que se estudie siempre hay un hecho que desbarata lo poco o lo mucho que uno cree saber.

Eso es también lo que ocurrió la semana pasada en Argentina, cuando Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, encontró a su nieto. A los pocos días, el viernes 8 de agosto, tuvo lugar una conferencia de prensa de Estela junto a su nieto. En rigor fue la conferencia del nieto. Los medios difundieron primero fragmentos. Luego el documento completo. Un documento que interesará a muchos –entre ellos, las personas que, desde distintas disciplinas, trabajan temas memoriales y otras temáticas relacionadas con las dictaduras en el Cono Sur y la defensa de los derechos humanos. Lo que quedó ahí registrado, además del simbólico reencuentro público entre ambos –el encuentro en privado había sucedido días antes–, es el esfuerzo de una sociedad por dialogar consigo misma. Quizás no sea la mejor forma de expresarlo, pero que cueste decirlo tiene que ver con el fondo del asunto, con lo que se nos escapa, empezando por los nombres.

“Buenas tardes a todos, yo soy Ignacio… o Guido… porque ella [señalando a Estela de Carlotto] está muy firme con esa decisión”. Eso fue lo primero que dijo adelantándose a las preguntas de los periodistas. “Entre colegas nos decíamos, ¿cómo te tenemos que preguntar? ¿Por Ignacio? ¿Por Guido?”. Entonces precisó: “Yo estoy acostumbrado a mi nombre Ignacio y lo quiero seguir manteniendo. Lo voy a seguir conservando. Pero también entiendo que hay una familia que me está buscando hace treinta y pico de años de esa manera”. Lo volverá a decir durante la conferencia (“Vamos con Ignacio”). Durante dos días, se le había conocido como “Guido”. Nombre que le dio su madre (Laura Carlotto) durante las pocas horas que pasó con él. Luego vino “Guido Carlotto”, apellido de la madre y apellido por el que se conoce a la abuela. Inmediatamente después se habló de Guido Montoya Carlotto y se incorporó a los relatos el padre (Walmir Oscar Montoya), asesinado al igual que la madre durante la dictadura. Entremedio se había “filtrado” –muy a pesar de la voluntad de las Abuelas– el nombre bajo el cual “Guido” había vivido todos estos años, 36 años: Ignacio Hurban. Por eso, no era de extrañar que mientras hablaba y decía precisamente eso: “Yo soy Ignacio”, el nombre de “Guido” apareciera en pantalla y en boca de los periodistas que hablaron con él.

Fue impactante asistir en directo (gracias a la difusión de la conferencia completa por Canal 7) a la incorporación del nombre de Ignacio durante la conferencia. En un primer momento no hubo caso: “Guido, lo que yo te quería preguntar…” y el entrevistado corregía, sonriente y tenaz: “Ignacio”. Hasta que, bien avanzada la conferencia, un periodista lo dijo: “Ignacio…”. Uno de los primeros en hacerlo fue el periodista de “Gente” y agregó algo que también remeció: “Te quería agradecer que nos hayas permitido cubrir la mejor noticia, por lo menos en mi caso, la mejor noticia que cubrí en mi vida”. Y conmovió porque no es fácil imaginar que en la revista “Gente”… haya gente así… Capaz de manifestar tan abiertamente su emoción y su total conciencia de asistir a un hecho histórico.

Al pasar, menciono que no necesariamente la inusual atención que generó en los medios nacionales e internacionales la recuperación de este nieto tiene que ver con el “famosismo” (sic), como dijo un (famoso) periodista. Cabe la posibilidad de que sus colegas entiendan el rol que ha jugado cada cual en esta historia. Uno de ellos escribió: “Estela, una señora común que asumió responsabilidades extraordinarias y que obtiene resultados increíbles”. Cierre del paréntesis.

En diferentes oportunidades durante la conferencia, Ignacio Hurban usó la palabra “feliz”. Tanto para referirse al hecho de descubrirse nieto de las familias Carlotto y Montoya, como para referirse a su vida junto a sus padres adoptivos. Pero también habló de la alegría de la gente. Y, efectivamente, ha sido un hecho llamativo, la alegría “incluso de personas inesperadas” dijo en varias oportunidades Estela de Carlotto. Las manifestaciones de cariño y apoyo han llegado desde distintos países, también de Chile. Y es que hacía tiempo que una buena noticia no volvía a unirnos como la gran familia que somos quienes de una u otra manera nos vinculamos con una historia que, antes de ser tragedia, fue esperanza. Y eso es lo que hoy vuelve a renacer, en alguna medida, quizás modestamente, cuando se escucha a Ignacio hablar de cuanto sabe, de cuanto ignora y de “lo que se cifra en el nombre”, como dijo un poeta.

Durante la conferencia, conciente del dilema del nombre, me asaltaba otra duda. ¿Cómo hacemos para abordar esto? “Esto” tan difícil de nombrar que, sin embargo, pide ser nombrado. Y es que la aparición de un nieto conlleva, en medio de la alegría, el drama de un hijo que no conocerá a sus padres (“verdaderos”, “biológicos” no parecen palabras adecuadas). Pero también el drama de los padres. Las identidades múltiples de los padres asesinados, en este caso, en tanto militantes. Las identidades múltiples de los hijos que han vivido 6, 10, 20, 30, 40 años en la ignorancia de una parte –fundamental– de su historia. ¿Puede un hijo renacer en nombre de un padre, de una madre? ¿Pueden los padres renacer en sus hijos? Algo de eso ha habido en estas experiencias. (Sin olvidar a los padres adoptivos, que en este caso, según lo dicho por Ignacio, son personas que lo criaron con gran amor). Suelen faltar las palabras para encarar lo que implica la ignorancia, la ausencia y, también, la historia anterior. La que en permanencia pide ser escrita, reescrita no sólo porque siempre parece faltar algo sino también, y sobre todo, porque esa historia sigue su curso. Extrañamente sigue su curso hacia atrás y hacia adelante. Tampoco es la manera de decirlo pero se puede intentar

Hacia atrás: porque nuestro conocimiento de las cosas del pasado no es algo que podamos dar por cerrado. No es un envase que se pueda “llenar” con más o menos elementos. Sin duda el conocimiento requiere herramientas precisas pero esas herramientas no están dadas de antemano ni son independientes de lo que se quiera saber. Por lo cual, antes de determinar qué es lo que “podemos” conocer, habría que preguntar qué es lo que “queremos” conocer. Ese es el orden. O pareciera ser. Según el objetivo, los medios. Es cierto que a lo mejor, hoy, no puedo saber en qué circunstancias murió tal persona. Pero a lo mejor puedo saber cómo vivió. Y ése es, también, el sentido de una iniciativa como “Los latidos de la memoria” llevada a cabo, en Chile, por Paulina Pavez y Karen Bascuñán, patrocinada por Radio Universidad de Chile. Me refiero a las capsulas radiales dadas a conocer hace unos días: se trata de micro-relatos que evocan lo que una persona (ejecutado político o detenido desaparecido) fue en vida. Iniciativa relevante que permite asociar a un nombre, un pasado anterior al crimen, revelar una forma de ser, un vínculo, un entorno y una idea que todavía no ocupa el lugar que se merece. Y es que los ausentes, víctimas del terrorismo de Estado, nos faltan a todos. Nos faltan con nombre y apellido, en tanto individuos. Y nos faltan como parte de un conjunto que fue un ideario político.

Hacia adelante: nunca podremos decirle a Laura Carlotto y a Oscar Montoya que el hijo que les nació, en medio de esperanzas y combates, se convirtió en un hombre. Que ese hombre ha sido una persona de trabajo y de talento. Que eligió desandar el camino y remontar hasta el origen de una historia que, siendo suya, era la historia de muchos. Y sin embargo este episodio es parte de la historia larga donde todo cabe, incluso lo mejor.

Hay una foto que ha circulado en estos días. Se ve a Ignacio con su mujer, al finalizar la conferencia de prensa. La expresión de ella dice cuanto costó llegar hasta ahí, cuanto cariño hay de por medio. La expresión de Ignacio… no se puede nombrar. Confío en que, escasos de palabras para decir la esperanza, iremos aprendiendo.

(PD. Hace unas pocas horas, según declaración por radio de Estela de Carlotto, trascendió que Ignacio habría decidido agregar a su nombre actual, el nombre de Guido).

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.