Desde la antigüedad cada nación ha necesitado ir desarrollando un relato propio que le permita explicarse su origen, su presente y su destino. La mayoría de estos relatos míticos fueron pasando del discurso oral al escrito, y en el caso de la joven nación estadounidense el cine llegó justo a tiempo para transformarse en el vehículo ideal para instalar su propia imaginería mítica. Así, tempranamente desarrollaron una industria que justificaba la matanza de los nativos y la apropiación de las tierras en América, instalando y celebrando la figura heroica del vaquero blanco y cristiano.
Más de cien años han pasado desde ese primer western y el cine continúa siendo una herramienta de discurso poderosa, y no sólo en Estados Unidos obviamente, pero hay que reconocer que cuando se trata de revindicar sus propios valores y defender su manera de vivir, Hollywood es implacable. La adaptación cinematográfica de las memorias del francotirador Chris Kyle, reconocido militar durante la guerra de Irak, retoma la cuestionable tradición de revindicar el heroísmo belicista que existe para defender “the american way of life”.
Clint Eastwood es la personalidad hollywoodense más reconocida al interior del partido conservador y ha sido un férreo defensor de la intervención militar de Estados Unidos en Medio Oriente, por eso es difícil ver su película sin prejuicios. Y aunque lo intentemos, la verdad es que el resultado es una película que busca convencer a su espectador de las buenas intenciones de los soldados estadounidenses, de su valentía al llegar hasta territorio enemigo y de su entrega para defender a los suyos. Sólo a los suyos que quede claro, porque acá –al igual que en la mayoría de las películas bélicas de la industria hollywoodense- los otros no importan más que como el enemigo que hay que destruir. Casi tan poco relevantes como las razones para ir a la guerra, que tampoco se cuestionan.
Ahora una buena película es capaz de seducir a pesar de las distancias ideológicas que uno pueda tener con su discurso. Hay tantas estupendas cintas en donde el espectador termina conflictuado porque en la ficción simpatiza con personajes que en la vida real aborrecería. Este no es el caso. La construcción de personaje es confusa, ya que la narración no se decide respecto a su propio acercamiento al protagonista. Y el problema no es que el protagonista sea complejo – que lo es- sino que la narración no logra dar cuenta de esta complejidad, dejando más bien un bosquejo de lo que se supone podría ser “un héroe de guerra actual”.
En términos de producción, se ha criticado mucho que un filme con un presupuesto de 60 millones de dólares tenga un par de escenas en donde se utiliza un muñeco en vez de un bebe, rompiendo evidentemente con la verosimilitud de la escena. Para mi este dato explica la debilidad de la película. El discurso de Eastwood está tan enfocado en el rol del protagonista en la guerra, que descuida aquellos espacios en donde podríamos llegar a simpatizar con él. Es en las escenas más íntimas en donde se juega el perfil del personaje y allí “El Francotirador” no le apunta.