Si bien las encuestas políticas suelen ser consideradas o invisibilizadas según los resultados y cómo estos puedan ser interpretados en beneficio propio, lo cierto es que hace bastante rato esos mismos resultados han instalado una constante prácticamente inalterable: el descontento social con la política y con gran parte de sus protagonistas.
Que el Gobierno o que la Presidenta Michelle Bachelet bajen cada vez más en su aprobación ya no es una novedad. O que la Alianza no logre capitalizar ese descontento, menos aún. ¿Quiénes forman parte, entonces, de ese altísimo nivel de rechazo hacia ambos conglomerados? ¿Quiénes son los que mes a mes hacen temblar a los partidos políticos cada vez que se conoce una nueva encuesta de opinión?
“Chile ha evolucionado hacia una situación en que la política se ve cada vez más acorralada por la opinión pública, los movimientos ciudadanos y finalmente por su empoderamiento”. La reflexión del abogado Álvaro Castañón, director de la Fundación Multitudes, se refiere a que los representantes de la ciudadanía tienen un nuevo oponente.
“Cada vez que los políticos levantan indicaciones que no son beneficiosas, la ciudadanía se los hace saber, se genera un revuelo y el Congreso da pie atrás”. Esto ha generado un problema de confianza. “Y cuando eso ocurre, nos damos cuenta de que los partidos políticos se están defendiendo a nivel corporativo, en desmedro del interés colectivo y el bien común”, plantea.
No es casualidad, entonces, que la reciente Encuesta CEP arroje como resultados que la confianza en los partidos políticos apenas se instala en un tres por ciento, mientras que el Congreso en seis puntos porcentuales.
Y así como las instancias de participación se han movilizado hacia otros canales, Castañón advierte que la crisis se ha generado por el propio accionar de los partidos políticos.
“Hoy los partidos están configurados para que respondan a una élite, donde el poder se reparte entre unos pocos y, al parecer, lo que quieren es que el financiamiento público también se reparta entre unos pocos”. Y agrega: “La gente puede sentir, de forma justificada, que el poder está lejos y que está en manos de un grupo pequeño, que no representa ni siquiera un 0,1 por ciento del país, porque ese grupo pequeño se preocupa de mantener esa cuota de poder, más allá de las diferencias de tendencias políticas que puedan tener”.
Se trata de más de un 60 por ciento, según las cifras arrojadas por las encuestas, que no se identifica con el duopolio político. Aunque no necesariamente son opositores. Más bien se trata de personas que no están conformes. Pueden haber apoyado al Gobierno, a la Nueva Mayoría u otras que nunca lo hicieron. “Son personas que están molestas con el sistema político en su conjunto, con la clase dirigente”.
Las palabras del académico Alejandro Olivares, investigador del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile (INAP), apuntan a un grupo amplio y heterogéneo, que incluye personas que quieren más autoridad, liderazgo y fuerza. También a otras que exigen más acción, compromiso social, participación e igualdad en los procesos políticos.
“Catalogarlos como oposición es una afirmación muy complicada. Se trata más bien de un grupo que no está conforme sobre cómo se está desarrollando la actividad política en Chile. Por eso desaprueban al Gobierno y a la oposición”, explica.
En consecuencia, habría que hablar de diversos grupos con diferentes orientaciones y aspiraciones. “No sabemos si son minorías. Podrían ser grupos que no están coordinados entre sí, es decir, que no necesariamente se relacionan”, agrega.
¿Qué consecuencias se generan cuando estos grupos, críticos de la política y sus protagonistas, optan por marginarse? Su explicación es categórica: “Los únicos favorecidos son los actores que ya forman parte del sistema político, porque tienen la capacidad para movilizar sus recursos y mantenerse en éste”.
De hecho, Olivares asegura que “los grupos que ya forman parte del sistema político, que ya tienen representación, no estarían mayormente interesados en que los apáticos y molestos se integren a la política, porque ya con lo que tienen pueden mantener su cuota de poder. Por ello, lo peor que le puede pasar a una democracia es que el número de apáticos sea alto y que no quieran participar, pues lo que hace es perpetuar las estructuras de poder”.
Por su parte, el analista político Gonzalo Müller afirma que detrás de ese más de 60 por ciento de rechazo que muestran las encuestas existen tres visiones. Por una parte, una oposición política representada por la derecha. También una oposición social que no comparte el proceso de reformas. Y, por último, un descontento dentro de la propia Nueva Mayoría que no está de acuerdo con el accionar del Gobierno.
“Estamos viviendo un primer proceso que es de desafección respecto del Gobierno. ¿Cuál es el riesgo que corre este Gobierno? Enfrentar el ciclo electoral que viene, que se inicia en 2016 hasta 2017, sin gente que lo apoye y con todo el discurso político fundamentalmente soportado en este malestar u oposición. Veo paralizado a los partidos, como que todavía no entienden el fenómeno que está golpeando al sistema político. Las respuestas tienden a ser más de lo mismo”, critica.
Y si se trata de proyecciones, las próximas elecciones municipales de 2016 aparecen como una prueba que podría ser devastadora para las cuestionadas colectividades.
“La diversidad de este grupo heterogéneo también se expresa en una diversidad de posibilidades de acción, que pueden ir desde apoyar candidatos que representen lo que ellos quieren, no votar en elecciones o aumentar el número de marchas, protestas y manifestaciones en contra de la acción del Gobierno y de la política del Estado en general”, explica Olivares.
“Si en las municipales vota un 30 por ciento del padrón electoral, tendríamos una señal muy fuerte de que la ciudadanía sí resintió el golpe y que finalmente la política habrá entrado en una de sus peores fases de crisis”, concluye Castañón.