Víctor Jara llevaba tres años en el conjunto Cuncumén cuando grabó su primera creación propia. Eran los días en que empezaba a formarse como director teatral, luego de graduarse de actor. La canción, una “tonada escrita en forma más libre”, fue incluida en el disco 150 años de historia y música chilena (1960), el tercero editado por el grupo, a través del sello EMI Odeon. Estaba en la cara B del vinilo y se llamaba “Las palomitas”, aunque luego también se conoció como “Dos palomitas”.
“No hay un nidito mejor / que el volare por los aires”, canta el Cuncumén en esa tonada, como presagiando la intensa actividad que tendría al año siguiente: con Víctor Jara como director artístico, viajaron a Holanda, Francia, Unión Soviética, Checoslovaquia, Polonia, Rumania y Bulgaria.
En esa gira, un Víctor Jara todavía veinteañero siguió descubriéndose a sí mismo como músico. Ya no solo como intérprete, sino como compositor: “Cuando fuimos en el año 1961 a Moscú grabamos un programa para Radio Moscú y fue la primera vez que Víctor grabó ‘Palomita verte quiero’ (‘Paloma quiero contarte’), una canción que él compuso precisamente durante la gira para Joan, su futura esposa. Es una canción muy hermosa y es la primera grabación que Víctor hizo de ella”, relató Mariela Ferreira, tiempo después.
Al año siguiente, ese descubrimiento se tradujo en un mayor protagonismo en el nuevo disco del Cuncumén, Geografía musical de Chile (1962): ahí aparecieron la citada “Paloma quiero contarte”, la “Canción del minero” y la tonada “Acurrucadita te estoy mirando”, que Víctor Jara también incluyó en Ánimas de día claro, la obra de su amigo Alejandro Sieveking con la que se tituló como director teatral.
Hasta entonces, Víctor Jara era sobre todo un hombre de teatro, pero ya estaba en marcha su metamorfosis. Esas primeras canciones son la prehistoria de su carrera musical, que luego se encaminó con las actuaciones en la Peña de los Parra, la salida de sus discos solistas y el auge de la Nueva Canción Chilena.
Toda esa historia está contenida en Víctor Jara. Obra musical completa, un libro publicado por primera vez en 1996 y que acaba de ser reeditado por la fundación que lleva el nombre del cantautor. La mayor parte de sus 365 páginas contienen cada una de sus canciones, ordenadas cronológicamente y con sus correspondientes partituras y letras, además de posturas para guitarra. Además, el volumen incluye una completa discografía, una reseña biográfica y un estudio estético sobre la música de Víctor Jara, junto a fotografías de toda su vida.
Los encargados de llevar a la partitura todas esas canciones fueron cinco: José Seves, una de las voces reconocibles en Inti Illimani Histórico; junto a cuatro especialistas que combinan la labor musical con la academia: Mauricio Valdebenito, Rodrigo Torres, Claudio Acevedo y Rodolfo Norambuena.
“Entre 1994 y 1996 nos juntábamos a lo menos una vez a la semana. Yo recuerdo que era los jueves en la mañana, en mi casa generalmente, o en la de José, y trabajábamos colectivamente -explica ahora Rodrigo Torres, antes de lanzar con cierta diversión una frase que le gusta repetir: nos autodenominamos el Cartel Jara”.
Todo lo que se escucha
El musicólogo Juan Pablo González, quien prologa la reedición, explica que Obra musical completa “es un libro con todo el Víctor Jara que se puede escribir. Hay un hombre del ámbito escénico que legó una obra que es más difícil de registrar, entonces este es el artista que se puede registrar, aquí con una muy buena notación, donde hay una mezcla entre el legado de la guitarra clásica, de la clave americana y de elementos del folclor latinoamericano, que hablan muy bien de lo que fue Víctor Jara”.
¿Cómo se construyó eso? En esas jornadas de jueves por la mañana, los cinco autores se dedicaron a escuchar toda la música de Víctor Jara y fijarla en el papel. “No solo es la melodía principal y la armonía, sino que nos propusimos transcribir todo lo que se escuchaba, el arreglo completo, todos los instrumentos de la grabación -detalla Claudio Acevedo. Fue un trabajo muy interesante y arduo, porque tuvimos que escuchar grabaciones antiguas para descifrar lo que ocurría entre los instrumentos”.
José Seves, que como parte de Inti Illimani trabajó mano a mano con Víctor Jara, subraya que esa labor implicó volver a descifrar también las soluciones que se tomaban a última hora, en el mismo estudio: “Hay muchas cosas que escuchas en las grabaciones, en ‘Vientos del pueblo’ por ejemplo, que fueron montadas en el momento. En esa época, muchas cosas se hacían muy rápido, era lo que se exigía y Víctor era de una energía impresionante. Había que salvar toda su obra: no solo la canción, su línea melódica y acordes, sino también todo lo que avanzó en crear un cierto tipo de orquestación, un sonido. Había que ir un poquito más adentro de él y ese es un proceso bien largo”.
Y haciendo ese trabajo, semana a semana, los cinco autores se dieron cuenta de algo que de tan evidente, a veces queda opacado: además de un hombre de teatro, además de un artista de certera conciencia política, Víctor Jara era un muy buen músico. “Para mí, creció muchísimo. Es un creador extraordinario”, sintetiza Rodrigo Torres.
El toquío Jara
En la portada del libro se ve a Víctor Jara en colores. Recuesta su cabeza sobre su guitarra, tiene los ojos cerrados y los dedos de su mano derecha posados sobre las cuerdas. Es una manera de anunciar lo que se evidencia entre las páginas: una reivindicación del intérprete, del ejecutante.
“Fue un autodidacta, constantemente preocupado por enriquecer los recursos de su guitarra, logró desarrollar un personal estilo de tocarla. Su base de formación es la tradición de la guitarra campesina, que desde niño escuchó de su madre cantora y luego en sus peregrinaciones al campo como recolector, llegando así a dominar numerosas modalidades de afinación, toquíos y técnicas de ejecución de la guitarra campesina”, detalla el estudio que antecede a las partituras.
“A esta matriz sumará otros recursos, como los del elaborado arte guitarrístico de Atahualpa Yupanqui, músico por el que sintió una especial afinidad. Desde fines de los años 50, incorporó a su repertorio personal varias canciones del notable e influyente músico argentino”, agrega el texto.
En la misma publicación, su ex compañero en Cuncumén, Alejandro Reyes, recuerda que Víctor Jara “tenía una manera especial de tocar. Tocaba arrastradamente, de una manera que después conocimos en Violeta (Parra). Tocaba como un campesino. Además tenía una cosa delicada, tocaba con mucho sentimiento; era algo muy distante de lo bruto”.
Luego, el mismo Reyes relata parte de la génesis de “El cigarrito”, una canción cuya guitarra se nutre de una tonada campesina llamada “En una montaña oscura”, que Víctor Jara escuchó en su casa. Esa forma de pulsar las cuerdas, dice el libro, luego se consolida como un “toquío Jara” que reflota en otras canciones. “Posteriormente en muchas de sus canciones tocaba algo parecido; una forma de tocar que en Chile existe solo en Bulnes, Ñuble y General Cruz, en la zona limítrofe entre Ñuble y Concepción”, dice Reyes.
Del mismo modo, también hay un “galope Jara”, esa forma algo apresurada de tocar que es muy clara en “El aparecido” y que también asoma en pasajes de “Preguntas por Puerto Montt” y “La toma”.
Rodrigo Torres recalca ahora que “era muy importante tomar nota del trabajo de Víctor Jara como guitarrista, porque todos pensamos que fue un gran guitarrista. Probablemente es algo que no se valora tanto, pero es un guitarrista muy especial. Logró elaborar un sonido particular en la guitarra y, por lo tanto, desarrolló algunas técnicas personales para ese sonido. Intentamos que eso estuviera expresado en las partituras, porque 20 años más tarde, sigue siendo válido en un país lleno de guitarristas”.
El libro también sirve para volver a mirar otras características del músico Víctor Jara. Son datos conocidos, pero que cobran fuerza cuando se miran como un conjunto. Por ejemplo, su increíble capacidad colaborativa, que lo embarcó en proyectos junto a artistas tan diversos como Isabel Parra, Quilapayún, Cantamaranto, Huamarí, Inti Illimani, Los Blops, Patricio Bunster, el Ballet Nacional Chileno, la Orquesta Sinfónica de Chile, el grupo Manguaré de Cuba y el compositor peruano Celso Garrido Lecca. Hasta un pianista de jazz como Mariano Casanova tuvo planes con Víctor Jara: en los ‘70, preparaban un proyecto de música instrumental, una suerte de “geografía sonora del país” que quedó inconclusa.
Hay otro ejemplo, que es la intensidad creadora de sus últimos años de vida. De las 77 composiciones que están en el libro, 45 nacieron entre 1969 y 1973. La mayoría quedaron impresas en cuatro de sus discos solistas –Canto libre, El derecho de vivir en paz, La población y Canto por travesura– pero también en singles, en LPs de Isabel Parra e Inti Illimani y en discos editados luego de su muerte. Como si en esos años, Víctor Jara hubiera querido forjar en sus grabaciones lo que ya había cantado antes en “La pala”: “Sigo abriendo los caminos / el surco de tu destino. / La alegría de sembrar no te la pueden quitar, / la alegría de sembrar / es tuya, de nadie más”.