¿Enviar a los niños a la escuela bajo riesgo de contagiarse el coronavirus cuando ni siquiera tienen seguro médico? ¿O mantenerlos en casa con clases en línea, aunque eso retrase académicamente a los estudiantes e impida a los padres trabajar?
Este es el dilema de las familias más modestas de Nueva York, el mayor distrito escolar del país con 1,1 millones de alumnos y la única gran ciudad estadounidense que ofrecerá clases presenciales entre una y tres veces por semana desde el 21 de septiembre, una riesgosa apuesta considerada clave para la recuperación económica de la Gran Manzana.
María R., una empleada doméstica mexicana de 35 años que vive en Queens y mantiene anónimo su apellido porque no tiene papeles, ha decidido que enviará a sus hijos de 7 y 14 años a clases, aunque aún tiene muchas preguntas.
“¿Están equipadas las escuelas para recibir a los niños con seguridad? ¿Qué días van a ir? ¿Cómo voy a hacer para ir a trabajar? Hablan de clases al aire libre, ¿qué pasará cuando llueva, con el frío?”, pregunta esta madre soltera durante una distribución semanal de comida gratuita en Corona, Queens.
La brecha educacional
Las familias más pobres, en general negras e inmigrantes, no pueden darse el lujo de contratar a un tutor para apoyar a los niños con el aprendizaje en línea en casa, como están haciendo muchas familias ricas, y como María, aquellos padres que no han perdido el empleo debido a la pandemia usualmente deben salir del hogar a trabajar.
Tampoco cuentan con buen acceso a internet, y a veces los padres no pueden ayudar a sus hijos con sus clases en línea y los deberes porque no manejan la tecnología necesaria, no saben inglés o no han terminado ellos mismos la escuela.
Su hijo mayor, de 14 años, fue quien más ayudó al pequeño cuando la escuela cerró en marzo y pasó a clases en línea hasta junio, y sin él hubiera sido imposible hacerlo, confiesa.
En Estados Unidos, el país más afectado por la pandemia en términos absolutos, con más de 184.000 muertes y seis millones de contagios, el tema se ha politizado antes de las elecciones de noviembre desde que el presidente Donald Trump llamó a la reapertura de todas las escuelas, sin importar la tasa de contagio.
Estados gobernados por los republicanos como Mississipi, Georgia, Tennessee o Indiana avanzaron en este sentido en agosto, pero surgieron brotes y algunos establecimientos han tenido que imponer una cuarentena o cerrar.
Otras grandes ciudades como Chicago, Houston, Los Ángeles, Filadelfia o Miami optaron por el modelo virtual.
Nueva York es la única gran ciudad del país que ofrece un modelo híbrido mientras la tasa de contagio sea inferior a 3% (actualmente es de 0,9%, muy inferior al promedio nacional), aunque aplazó el inicio de las clases presenciales del 10 al 21 de septiembre tras un acuerdo con el sindicato de maestros, que pedía más medidas de seguridad y amenazaba con una huelga.
“Prefiero que pierdan el año”
Sin embargo, muchos padres neoyorquinos de bajos recursos que sufrieron la pandemia de manera desproporcionada, que tienen más enfermedades crónicas que el resto de la población y muchas veces carecen de seguro médico, no quieren enviar aún a los niños a la escuela.
Más de 365.000 alumnos de escuelas públicas de Nueva York (37%) han optado por tener solo clases en línea, según el gobierno municipal.
“Yo sé que en la casa no van a aprender lo mismo, pero prefiero que pierdan el año y estén sanos. Lo primero es la salud de mis hijos”, dijo a la AFP Marisa Machado, de 40 años, una cocinera actualmente desempleada y madre soltera de Brooklyn que tiene tres niños en edad escolar.
El alcalde de Nueva York y los expertos aseguran que es esencial que los niños de bajos recursos asistan a la escuela de manera presencial para evitar que se ahonde la brecha educacional con alumnos blancos y de mayores recursos.
“Un año de pérdida educacional se traduce directamente en menos ganancias” de adulto, y los más afectados son los alumnos más pobres, dijo a la AFP Naomi Bardach, profesora de pediatría y políticas de salud pública de la Universidad de California en San Francisco.
“Está documentado que les afecta negativamente de manera financiera, y también desde el punto de vista de su salud”, precisó.
Pero en las comunidades más afectadas por el virus aún reina el temor.
“Hay miedo, los niños tienen miedo también. Tenemos que sobrevivir“, dice Miguel Hernández, un mexicano desempleado casado con una guardia carcelaria polaca que aún no quiere enviar a sus tres hijos a la escuela.