Carlos Ruiz Encina es sociólogo, doctor en Estudios Latinoamericanos y académico del Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Investigador de la Fundación NodoXXI y autor del libro “Octubre chileno: La irrupción de un nuevo pueblo”, escrito que analiza las causas que desencadenaron el estallido social y que dieron inicio a un nuevo clico político en el país.
A dos años del 18 de octubre del 2019 y con la Convención Constitucional activa y trabajando, Ruiz Encina conversó nuestro medio para desmenuzar la más grande movilización social desde el retorno de la democracia en el país y así, abordar el clivaje de la sociedad civil-clase política que configuró un nuevo mapa social.
Interpretando el estallido, el sociólogo sostuvo que lo ocurrido en octubre de ese año se manifiesta como la articulación de todas las consignas de las movilizaciones sociales que tienen como punto de arranque la revolución pingüina del 2006 en el primer gobierno de Michelle Bachelet. Fuerza que luego adquieren los trabajadores subcontratistas el año 2007 y más adelante las movilizaciones contra el sistema de pensiones, las causas anti extractivistas y el feminismo, por mencionar algunos hitos.
“No hay una demanda particular que lo presida porque al final es todo, entonces lo que marca es el fin de una época en realidad. Se termina de cerrar el ciclo que las élites no fueron capaces de cerrar, el de la transición. Se termina por desplomar el régimen político y justamente eso se expresa en que exista un proceso constituyente, que no se gestó por una especie de despertar o visión de parlamentarios, sino que lo termina generando un parlamento que está sitiado por la movilización popular“, indicó.
De ahí la premisa “no son 30 pesos, son 30 años” explicó el sociólogo, haciendo referencia a la consigna que rondaba en la manifestación social y que comenzó a plasmarse en los muros que circundan la “Plaza Dignidad”. En ese sentido, Ruiz Encina señaló que la responsabilidad del malestar se atribuye a todo un período autoritario y a sus promotores, lo que es interpelado en su conjunto por una rebelión que él ha llamado “nuevo pueblo”.
“Este neoliberalismo genera una suerte de neo-0ligarquización y ésa es una fusión que se produce en las élites del Sí y del No por igual. No por toda la concertación, no quiero ser injusto, pero las élites del Sí y del No funcionan en los directorio de las AFP, de las Isapres, etc. Y es todo ese mundo el que al final condena la revuelta”, sostuvo.
La interpelación social fue absoluta y transversal en la medida que cruzó todas las tiendas políticas tradicionales de la izquierda y de la derecha. Tampoco se encontró al frente de la movilización a las viejas organizaciones sociales y, en más de una ocasión, fueron expulsados de la arena de protesta los dirigentes de la izquierda o de las fuerzas progresistas como el Frente Amplio y el partido Comunista, afirmó. Fue la evidencia de un nuevo mapa social.
“Hay un cambio muy fuerte en Chile con la experiencia neoliberal que genera una transformación de la estructura social, de la estructura de grupo y clases sociales. Y de algún modo desaparecen las grandes figuras sociales y culturales del siglo XX, que era el obrero industrial y este profesional burócrata del Estado. Surgen otros sectores profesionales masivamente y otro tipo de trabajador nómade de los servicios, que no tiene las mismas identidades y por lo tanto tampoco se siente todavía representado políticamente. Por eso el estallido tiene esa connotación de sobrepasar y desbordar los marcos del proceso político de una política que ya venía viviendo un abismo”.
Y es que el declive de la política, como se conocía, venía mostrando sus síntomas desde la participación electoral que en Chile era una de las más bajas respecto a América Latina desde hace mucho tiempo, agregó.
Apagando fuego con bencina
Si bien el sociólogo hace un encuadre del estallido social desde la declinación de la institucionalidad política en las últimas tres décadas, si reconoce en el gobierno actual un factor dinamizador del descontento popular que radicó en la torpeza de reaccionar “apagando el fuego con parafina”.
“La represión, la violencia y sobre todo cuando escala a situaciones que violan abiertamente los derechos humanos donde todos vimos escenas dantescas, todo ese tipo de barbaridades lo que hicieron fue encender más todavía la ruptura de la gente con la esfera política actual (…) En ese sentido, Piñera personifica la ruina de toda esa esfera política y su incapacidad de interpretar las demandas de la sociedad “, mencionó.
Pese a la amenaza y uso de la fuerza del Estado, el nuevo pueblo no claudica, “no se retracta, sino que persevera”. Se ve despojado de temores y evidencia el músculo de la protesta que se ha cultivado con los años, afirmó.
“Desde el 2006 en adelante pasamos a tener centenares de miles de movilizados, incluso millones. Es una sociedad que ya viene rodando por quince años tomándose la calle y por lo tanto sobrepasando los límites de una política restrictiva. Se termina tomando la política en sus propias manos y proliferaron los cabildos que al final fueron una especie de instancias pre-constituyentes que se empezaron a dar de forma espontánea”.
Nuevo pueblo, nueva Constitución
Lo que Ruiz Encina llama nuevo pueblo es lo que se encuentra hoy representado en la Convención Constitucional. Instancia que a juicio del académico “tiene la oportunidad histórica y la responsabilidad de institucionalizar las demandas de una sociedad que tiene una propensión muy alta a la movilización“. Es allí donde aparecen una serie de figuras- constituyentes con corpóreos, dirigentes de pueblos originarios, mujeres y juventud- que plasman de una manera vívida la nueva geografía social y cultural del país, señaló.
“Que el proceso constituyente sea presidido por una mujer y una mujer mapuche es tremendamente simbólico, no tiene nada de casual. Sintetiza mucho esto, porque en el fondo la respuesta que se genera es en gran medida una demanda de reconocimiento. Cuando tú demandas reconocimiento es porque te sientes negado, entonces son muchas condiciones sociales y culturales que se han sentido negadas por décadas, por lo menos 30 años. De ese modo, no es casual que aparezcan estas instancias llenando mucho de los vacíos de representación que hay”, sostuvo.
No es de extrañar, agregó, que las representaciones de las subjetividades negadas vayan a devenir el día de mañana en gobierno o en parlamento, tomándose el espacio para construir, diseñar y deliberar sobre el tipo de sociedad que se quiere materializar en la configuración de un régimen político distinto.
Aquí no ha pasado nada
Haciendo un abordaje a la coyuntura política actual, el sociólogo aseveró que da cuenta que “sin lugar a dudas” estamos frente a un desgobierno que no ha sido capaz de manejar asuntos como la crisis migratoria, el conflicto de la Araucanía y el descontrol de los grupos forestales en la región.
“Los indicadores sociales después de la pandemia están peor que en el 18 de octubre en términos de desigualdad y de pobreza, por lo tanto las condiciones sociales actuales son todavía más duras que las que llevaron al estallido social”, aseveró.
En ese sentido debería ser preocupación del Gobierno la dirección en la que adopta las políticas públicas. Consideró que “este presidente sigue hundiendo las cuestiones por las medidas que toma, ahora por ejemplo, respecto a la Araucanía. Finalmente pasamos del ‘no lo vimos venir’ a una especie de ‘aquí no ha pasado nada’ y creen que tienen las manos sueltas y limpias para hacer cualquier cosa frente a una sociedad más demandante de información, de participación y por lo tanto no va a aceptar coacción”.
En esa línea la amplitud que pasa a tener el concepto de los derechos humanos a partir del estallido social, de la consciencia sobre la humanidad y el reconocimiento, “se contrapone en un giro de 180 grados a las medidas que ha adoptado el Gobierno este ultimo tiempo“, concluyó.