Uno de los dramas más notables de John Milton fue su “Sansón Agonista” que acompaña la obra “El Paraíso recobrado” publicado en 1671, y que se basa en la tradición vetero-testamentaria del Libro de Jueces (16-13). La singular combinación trágico bíblica inicia con la captura del campeón de Israel por los filisteos, le han cortado el cabello -donde residía el secreto de su misteriosa fuerza-, y le han sacado los ojos para aprisionarlo en Gaza. Literalmente está “ciego entre enemigos” como reza una de sus más potentes líneas (que más tarde inspirará a Aldous Huxley para intitular su intimista novela de 1936 “Ciego en Gaza”).
Desde luego el poeta apunta a una relación de doble ceguera del héroe –su verdadero drama-, no sólo física, sino que a la insuficiencia de Sansón para reconocer que su propia visión interior no necesariamente coincide con la voluntad de Dios, lo que más contemporáneamente puede ser traducido como la imposibilidad de la acción fundada en la razón, a menudo sustituida por la celeridad del desquite. De tal manera que el héroe bíblico se constituye no en el fin de la violencia, sino que sólo en su prolongación.
Esta última semana finalmente se concretó la anunciada campaña terrestre de las Fuerzas de Defensa de Israel sobre Gaza con vehículos blindados e infantería, una respuesta a los atentados terroristas de células de Hamas infiltradas el 7 y 8 de octubre pasado, que como un neo progromo provocó una masacre de 1400 víctimas mortales israelíes, entre civiles de militares.
No es la primera vez que acaece una operación de este tipo sobre la Franja. En la historia reciente se ejecutaron las intervenciones “Lluvia de Verano” (junio a septiembre de 2006), “Plomo Fundido”, “diciembre de 2008 a enero de 2009” y “Margen Protector” (junio a agosto de 2014). La actual acontece después de una campaña sistemática de bombardeos que provocaron la muerte de cerca de 9 mil palestinos, un tercio de los cuales corresponde a niños y niñas.
Es altamente probable que Hamas haya calculado la dimensión de la represalia israelí, buscando precisamente un combate urbano entre los escombros de la ciudad gazatí. Lo anterior no sólo por el abigarrado sistema de túneles subterráneos construido durante décadas, que puede llegar a ser una trampa letal para quien no lo conoce en profundidad -lo que sin duda contribuyó a retardar un par de semanas la reocupación de Gaza-, sino que también implica que quien ya nada tiene esté dispuesto a cualquier cosa, incluso transformar en un infierno lo que una vez fue su hogar. De tal manera que toda respuesta desproporcionada (uno de los objetivos de terrorismo es precisamente mover al Estado a una réplica desmedida) conduce al daño eufemísticamente llamado “colateral”, que indefectiblemente engendrará a militantes del “todo vale” por la causa. Lo anterior es lo que ocurrió en las anteriores campañas israelíes, que sólo trajeron una pausa en la estrategia de largo aliento de Hamas y otras facciones radicales islamistas.
Como el coro del poema de Milton al describir la destrucción del templo filisteo, en la que también murió el Sansón ciego, la devastación de Gaza puede no traer la necesaria paz y seguridad, sino más muerte.
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