“Los ciudadanos deben reconocer que la participación democrática y no la abstención es el camino más potente para producir lo cambios que quieren”, afirmó el domingo en la tarde la Presidenta Michelle Bachelet, tras dimensionar los resultados que iban emergiendo de las elecciones municipales.
Desde los comicios locales de 1928, cuando sólo podían votar hombres mayores de 21 años en medio del régimen autoritario de Carlos Ibáñez del Campo, que la abstención electoral no alcanzaba las dimensiones que adquirió este 23 de octubre. Esta vez, más de 65% de los chilenos decidió no acudir a las urnas, lo que probablemente coloca a nuestro país entre aquellos con la menor participación en el mundo de los países con democracias formales.
¿Es ello malo? Para la clase política tradicional la respuesta es sí. Por eso los dos grandes bloques se empeñaron tanto en los días previos a los comicios en convencer a la gente de salir a votar. Por eso ahora algunos vuelven a hablar del voto obligatorio. Aunque la democracia representativa no requiere de quórums –basta con recordar que en las primarias legales que hubo a mediados de año votó un 5,6 por ciento del padrón– el gran temor de la elite transversal es el fantasma de la legitimidad. Si el dupolio que ha monopolizado la política chilena desde 1990 se rompe, como sucedió en Valparaíso, también cambia la manera de entender nuestra democracia.
Entonces, más allá de los análisis sobre ganadores o perdedores dentro del orden duopólico, el verdadero temor que tiene esa elite es que la elevada abstención pueda resquebrajar el modelo político al restarle, en los hechos, toda legitimidad representativa. Peor aún para el orden establecido, una parte importante de esa abstención puede ser en realidad un voto político duro.
La abstención viene creciendo hace años, pero sería un error de análisis creer que la falta de interés de fines de los años 90 o inicios de los 2000 es similar a la actual.
Antes se hablaba de la indiferencia de la juventud, del desinterés general con la política y muchos analistas se inclinaban por ver en ello una satisfacción con el modelo, como una señal de “normalización democrática” y del éxito del capitalismo chileno. De alguna manera, esa abstención se simbolizaba en una figura como el tenista Marcelo Ríos y en la frase “no estoy ni ahí”.
Sin embargo, mucho agua ha corrido debajo del puente desde entonces. Los jóvenes estudiantes ya llevan una década movilizados exigiendo un sistema educacional público, gratuito y de calidad. Este año, cientos de miles de ciudadanos han salido a marchar en contra del sistema privado de pensiones. Así, habría que ser muy ciego y sordo para creer que la abstención es un simple desinterés con la política. Al revés, la explosición de causas sociales, medioambientales, el conflicto mapuche y tantos otros temas muestran que la “conciencia cívica” de muchos chilenos está en sus niveles más altos en un cuarto de siglo.
Sólo que ello no se expresa en las urnas.
Veamos un simple ejemplo para ilustrar algo de esto: la mediática derrota de Carolina Tohá en la comuna de Santiago.
En las elecciones de 2012, Tohá consiguió 42.500 votos y logró con ello sacar al alcalde de la UDI Pablo Zalaquett. El domingo Tohá sólo logró 23.000 votos. Perdió casi 20.000 votos en cuatro años. ¿Qué pasó con esos 20.000 ciudadanos? Porque esos votostampoco se fueron a otras candidaturas o a la derecha.
De hecho, un análisis que aún merece mayor atención es que la supuesta victoria de la derecha en los comicios en realidad también esconde una derrota, ya que ese sector también perdió ciento de miles de votos. Por ejemplo, Felipe Alessandri, el nuevo alcalde de Santiago de RN, obtuvo 29.000 votos, casi 7.000 votos menos que Zalaquett en 2012. Así, contrario a lo que muchos creen, también el electorado de derecha ha castigado a sus partidos, sólo que mucho menos que los votantes de centro-izquierda.
Ante todo este escenario, el dupolio se ha enfrascado en debates internos menores y está con la calculadora en la mano con vistas a las elecciones legislativas y presidenciales del próximo año. Claramente no está entendiendo lo que gran parte de la sociedad les viene gritando en la cara hace ya varios años. Y el ejemplo que mejor ilustra esta total desorientación y falta de cable a tierra es precisamente la frase de Bachelet al comienzo de este artículo.
Contrario a lo que sostiene la Mandataria, los ciudadanos han participado activamente, sólo que la clase política los ignora. Y, nuevamente, el mejor ejemplo de ello son que en 10 años de movilización el sistema de educación superior chileno apenas ha cambiado, y que ante las masivas protestas contra las AFP la propia La Moneda le haya dado un portazo al sistema de reparto. Con autoridades tan sordas, ¿quién querrá votar por ellos?