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¿Estados Unidos en mora?

Columna de opinión por Roberto Meza
Miércoles 16 de enero 2013 11:51 hrs.


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Estados Unidos se encuentra a pocas semanas de enfrentar una virtual cesación de pagos por unos US$ 600 mil millones, especialmente en deuda social interna, luego que, tras acordarse el pasado 1º de enero postergar las reducciones de gasto fiscal y alzas de impuestos que debían realizarse por acuerdo del Congreso el 31 de diciembre de 2012, quedara para febrero la adopción de medidas para enfrentar un déficit fiscal de más del 9%, una deuda pública que ya llegó a su “techo” con US$ 16,4 millones de millones  (más del 100% del PIB de EE.UU.) y un déficit presupuestario anual de US$ 1 millón de millones, producto de ingresos estatales por US$ 2,5 millones de millones y gastos por US$ 3,5 millones de millones.

Como se recordará, se había propuesto como fórmula para que el Gobierno de Obama accediera a los recursos que impidan dicho default -sin pasar por la eterna polémica demócrata-republicana- la emisión, por parte de la Secretaría del Tesoro (Hacienda) de una moneda de platino por un valor nominal de un millón de millones de dólares, canjeable en la Reserva Federal por dicho monto en billetes.

La propuesta, para muchos ridícula, ha sido avalada por destacados economistas para destrabar el lío político, pero también rechazada, debido a que la eventual inyección de un millón de millones de dólares de un golpe, podría tener serios efectos inflacionarios. David Hume, creador de la Teoría cuantitativa del dinero (MV=PQ,. donde M es la cantidad de dinero; V, su velocidad de circulación; P, el nivel de precios y Q, el nivel de producción) estimaba que V y Q mantienen una velocidad constante, razón por la que un aumento de M (la masa de dinero) repercutiría en un aumento de P (precios).

Sin embargo, la ecuación, ideada en el siglo XVIII, no contó con que la velocidad del dinero y la globalización de su circulación tendría un incremento casi infinito con la llegada a la industria financiera de las tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC’s), que permitieron a la banca realizar operaciones de transferencias de dinero a la velocidad de la luz entre Nueva York y Tokio, entre Paris y Moscú, con el solo golpe de tecla de un ordenador. Dicha capacidad generó la ilusión de gran riqueza de la “década de oro” (1996-2007), pues mediante apalancamiento y generación de múltiples derivados, se posibilitó a los bancos, sin regulaciones ad hoc, generar moneda ficticia, hecho que llegó a su fin cuando la burbuja de los supuestos aumentos permanentes de precios de los suelos en que se sustentaba el modelo de negocios, estalló con los primeros impagos de deudas hipotecarias sub-prime en EE.UU.

Tras el atasco, que quebró a cientos de bancos y obligó a todos a bajar costos, reduciendo puestos de trabajo y sueldos, merced a la caída de los precios (aunque no de las deudas, que siguen acumulándose), los Gobiernos de las naciones industriales cuyos bancos están más comprometidos con bonos “basura” y el super apalancamiento bancario, han estado intentando revivir sus economías -sin avances notables desde 2008- mediante drásticas medidas de ahorro fiscal (incrementando las tendencias recesivas) y emisiones inorgánicas de dinero entregados a la banca para que aquella, al menos, responda a sus ahorristas, aunque comprimiendo el flujo de los créditos.

Los motivos de esta falta de respuesta a los estímulos fiscales parecen complejos, pero en realidad responden a las medidas de ajuste (fiscal y privado) que han reducido la demanda agregada (consumo, flujos de crédito, inversiones, saldos de balanza comercial y gasto estatal), demorando pagos y disminuyendo la velocidad de circulación del dinero. También ha contribuido la lucha de los bancos y Gobiernos para hacer la menor parte de la pérdida posible de los formidables costos de la fiesta financiada con dinero ficticio, creado a punta del aumento de su velocidad, espacio de circulación y creativa ingeniería financiera, afectando a todo el sistema y llevándolo prácticamente a su quiebra, dado que, considerando la enorme generación de dinero y endeudamiento barato, aunque pagadero con interés compuesto (interés sobre interés), la deuda es, en realidad, impagable a corto y mediano plazo y se mantiene más bien como memo estadístico en los balances de los supervivientes del desastre.

Pero cuando el dinero deja de circular a su velocidad habitual y su ritmo cae por un tiempo prolongado, se puede llegar a una recesión, impulsada por esa “Trampa de Liquidez” en la que parecieran estar las economías desarrolladas, es decir, aquella situación en que las tasas de interés están muy bajas, desestimulando el ahorro, y los inversores deciden guardar su dinero y no colocarlo en nuevos proyectos, lo que explica, en parte, los aumentos especulativos de valor del oro, petróleo, cobre y otras materias primas.

De allí que, a pesar de los estímulos fiscales, las grandes emisiones de dinero de los bancos centrales y la permanente creación de dinero por parte de la banca privada, la inflación no surja aún como un problema para esos países, porque a) el dinero creado artificialmente vía apalancamiento y aumento de su velocidad de circulación se ha esfumado en gran parte, tras las caídas de precios de los bienes reales asociados; b) los inversionistas están siendo muy cuidadosos en la selección de sus riesgos, no ahorran en el sistema por las bajas tasas y obligan a las industrias a ajustar su producción y oferta, disminuyendo ingresos y ahondando la ralentización y, c) la baja de remuneraciones y empleo, así como el menor gasto fiscal en las naciones industriales disminuyen aún más la demanda por bienes y servicios.

Luego, más que en la inflación, la atención de las elites norteamericanas debiera estar enfocada en el persistente aumento de la deuda de EE.UU., sin una contraparte de ingresos esperados para pagarla –que no sea imprimir aún más dólares sin respaldo-, incrementando un déficit fiscal que resta competitividad y dinamismo a su sector privado, que es quien tiene la tarea de aumentar producción y productividad para atraer los ingresos que le permitan volver a su posición de líder económico mundial. Pero esta tarea implica enormes sacrificios en consumo presente y fuerte aumento del ahorro público y privado.

De allí que el gobierno del Presidente Obama rechazara la moneda de platino como solución y que esté negociando una solución más formal, como eliminar el “techo de la deuda pública” auto impuesto por las autoridades de ese país, único en el mundo con dicha norma. Pero si consiguiera aumentar el “techo”, la jerarquización y racionalidad de dicho gasto será vital para evitar llegar al punto en el que la deuda se torne impagable, dado el modelo de interés compuesto aplicable que la reproduce al infinito –como muestra el reloj en Union Square-. Por cierto, hasta ahora nadie cree aún que la potencia dejará de cumplir sus compromisos, lo que es perceptible en que, en plena crisis, EE.UU. siga siendo un país que recibe ahorros e inversiones de todo el mundo, permitiéndole así, aun lentamente, seguir creciendo.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.