De acuerdo a los últimos datos de Eurostat, la zona euro en su conjunto disminuyó su crecimiento económico en -0,4% en el tercer trimestre de 2013, decepcionando a quienes comenzaban a interpretar algunos “brotes verdes” como el inicio de una recuperación del área. Alemania, la locomotora de la región, avanzó apenas 0,3% en el tercer trimestre, cuatro décimas menos que el trimestre anterior (abril-junio) cuando llegó al 0,7%.
Más claramente, el crecimiento anualizado de Alemania al tercer trimestre llegó a un escuálido 0,6%, contra el 1,1% del año anterior a igual fecha, cifras que parecen confirmar la débil recuperación económica de la ya prolongada crisis que sufre la eurozona desde hace cinco años, caracterizada por un ajuste efectuado a través de un alto desempleo y fuerte caída de la demanda agregada. En los hechos, los analistas prevén que Alemania crecerá este año 0,4%, contra el 0,7% del 2012 y 3% del 2011.
Francia e Italia, que representan un 33% de la producción de la zona euro, redujeron su crecimiento en -0,1%. Austria, que implica el 3,2% del total del PIB de la zona, creció 0,2%; la República Checa se contrajo 0,5%, aunque Hungría superó las expectativas con un crecimiento del 0,8% respecto al segundo trimestre. Los Países Bajos, en tanto, que corresponden al 6,3% del PIB del área, crecieron sólo 0,1% respecto al segundo trimestre. La pequeña economía de Portugal creció 0.2%, mientras Grecia sufrió otro descenso del 3%.
Comparados los datos anteriores con los de Estados Unidos (2,8% de crecimiento en el tercer trimestre) y Japón (1,9 % en el mismo período), ambos con políticas monetarias expansivas, los datos europeos son desilusionantes y parecen confirmar las voces más pesimistas que se alzaron proféticas cuando la débil recuperación de España (0,1%) hizo decir al gobierno que la recesión hispana estaba en retirada.
China, por su parte, se expandió en el tercer trimestre a una tasa del 7,8%, solo 0,3% sobre la meta mínima de crecimiento que buscan las autoridades de la potencia asiática como “piso” para cuadrar crecimiento del PIB con sus exigencias de generación de nuevas fuentes de empleos para la fuerza de trabajo que se integra anualmente a la producción. De allí los cambios de mercado anunciados para aumentar la productividad, modernizando su sistema financiero y la gestión de grandes empresas estatales, añadiendo más mercado y competencia a la conformación de sus precios para evitar alzas inflacionarias y desequilibrios que pudieran afectar su estabilidad política.
El estancamiento de la zona euro, acicateado por el entorno de ralentización económica china, así como de lenta recuperación de EE.UU. y Japón, releva no solo la fragilidad de la reactivación del viejo continente, sino que, al revés de China, muestra el peligro de una deflación, que, tal como lo previéramos en un informe anterior, ya impulsó al Central Europeo a reducir la tasa de interés de la moneda única a un mínimo histórico de 0,25%, desde el 0,5%. Adicionalmente, altos funcionarios del BCE han declarado que el instituto podría, si es necesario, llegar a tasas de interés negativas para sus depósitos o compras de activos a los bancos, para que la inflación se acerque a su objetivo, luego que el IPC interanual de la eurozona bajara en octubre hasta 0,7%, muy por debajo de la meta de mediano plazo de 2%.
El presidente del BCE, Mario Draghi, enfrentado a las ortodoxas posiciones de Alemania que impulsan la actual contracción del gasto público y privado, parece dispuesto a seguir la línea de los bancos centrales de EE.UU. y Japón, flexibilizando su política monetaria, aunque llevando el precio del dinero a su última posición. En efecto, a 0%, el impacto en el ahorro hará migrar dichos capitales a posiciones más rentables en Bolsas y otros activos (como alimentos y materias primas), elevando financieramente su valor y afectando aún más la demanda agregada. Los datos indican, pues, que la crisis europea no ha terminado y que, más bien, tiende a profundizarse.
Los resultados del tercer trimestre constituyen, pues, un golpe al liderazgo económico alemán y para las esperanzas de recuperación rápida de Europa en la medida que los planes de austeridad promovidos por Berlín para ajustar el exceso de gasto público y privado de la “década de oro” parece estar llegando al final de su capacidad operativa. Luego, sólo parecen quedar los instrumentos “keynesianos” de más gasto e inversión sostenida con emisión inorgánica, aún con el peligro de una carrera inflacionaria y la consecuente pérdida de valor de una deuda de la cual los bancos alemanes son los principales acreedores.