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¿Qué libertad?

Columna de opinión por Wilson Tapia
Lunes 12 de enero 2015 9:50 hrs.


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Nada justifica tronchar una vida. Y quienes buscan en Dios esa justificación, son tan criminales como cualquiera.  Aunque esa sea una excusa  de antigüedad similar a las religiones, que han causado más muerte que todas las guerras mundiales o locales juntas. Por eso, lo ocurrido en París hace pensar que seguimos en pañales respecto de las motivaciones más profundas que mueven al ser humano. Entre ellas, el poder.  Porque detrás de la cruzada religiosa está la necesidad de dominar, que es lo mismo que mueve a ese poder imperial que para crecer intenta adueñarse de los grandes íconos que parecen guiar la evolución humana.

Ahora es la libertad de prensa la que fue amagada con el crimen de los periodistas de Charlie Hebdo. Antes de seguir, quiero dejar en claro que no comparto el humor que denigra razas, creencias, preferencias sexuales. Sobre todo cuando esa veta es explotada en momentos en que pareciera hacerse eco de los sones que entona la gran maquinaria mundial de las comunicaciones.  Hoy son los musulmanes -sin distinción- los que amenazan las libertades de Occidente.  Ayer fueron los comunistas, los japoneses, los rusos, las creencias ancestrales de los indios americanos, los chinos, los vietnamitas, etc., etc. Y todos recibieron -y algunos aún reciben-  su merecido.

Esa libertad que han salido a defender los líderes europeos ¿es real o sólo una ilusión manipulada por el poder? ¿Es verdaderamente libre la prensa para mostrar lo que ocurre? Para serlo, debería estar desligada de intereses tan poderosos como son los que guían hoy a la civilización occidental. Y eso no es así. Los medios de comunicación se mantienen gracias a la publicidad y ésta es controlada por quienes ejercen el poder económico y, a través de éste, orientan la acción política.

Los chilenos esto lo tenemos claro y, para quienes lo hayan pasado por alto, ni siquiera es necesario citar el caso de Penta y la Unión Demócrata Independiente (UDI). Basta con mencionar la huelga de los supermercados Líder, pertenecientes a la cadena norteamericana Walmart -la tercera corporación pública del mundo, según la lista de Fortune Global 500. Ningún noticiero de la televisión chilena dio cuenta del hecho. Curiosamente, todos tenían financiamiento de Líder.  Las peticiones de los trabajadores no pesaron para inclinar a su favor la tan recurrida libertad de prensa.

El presidente francés, Francois Hollande, tiene razón al llamar a defender la libertad. Claro que el crimen es una amenaza a la libertad.  Pero todos los crímenes que se hacen para sojuzgar a otros, lo es. Y la imposición de los intereses de Occidente en países del Medio Oriente, de África, también lo es, y él no levanta la voz para condenar aquellos crímenes.  Es más, defiende a ultranza a regímenes que atropellan esa libertad porque son aliados del pensamiento imperial que impulsa un tipo de sociedad que está muy lejos de ser perfecta e, incluso, contradice abiertamente al modelo que inspiró a quienes crearon la democracia.

Hay discursos dobles. Es cuestión de ver cómo la ultraderecha europea comienza a reverdecer laureles. Ahora, como antes, lo hace estimulando la xenofobia que se manifiesta tanto en expresiones antimusulmanas como antisemitas. Y el apoyo lo está logrando en la cuna de la democracia que defienden Hollande y los otros líderes europeos.

Pero nosotros, los latinoamericanos, también tenemos algo que decir. Hasta ahora no he visto un movimiento de líderes tan masivo como en el caso de Charlie Hebdo, para condenar la masacre de los 43 estudiantes mexicanos. Los líderes de esta parte del mundo no se movilizaron hasta Ciudad de México para darle respaldo a la libertad en ese país.  Tal vez porque el propio presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, le restó importancia al hecho al no suspender su viaje a China para estar con los deudos de las víctimas. ¿Cómo calificar a la democracia mexicana? ¿Es una administración que cobija a delincuentes pertenecientes a los grandes carteles de la droga?  De ser así,  este no sería un maridaje nuevo. El Partido Revolucionario Institucional (PRI), al que pertenece Peña, gobernó México desde 1929 a 2000, período en que se crea la estructura social y política que sostiene al sistema de gobierno mexicano.  Una estructura que el PRI acomodó para que el aparato estatal diera origen a una de las administraciones latinoamericanas más corruptas y que permite compartir el poder con poderosos grupos narcotraficantes.

Hasta hoy los asesinos de los 43 estudiantes de la ciudad de Iguala de la Independencia, en el Estado de Guerrero, continúan en libertad y sin identidad.  Y ya la maquinaria de las comunicaciones mundial los ha borrado de sus preocupaciones principales. Peña Nieto sigue siendo presidente y los organismos internacionales guardan silencio.  Tal vez, por no quebrantar la autodeterminación de los pueblos.

Lo ocurrido en París, como lo sucedido en México, son manifestaciones de la irracionalidad a que puede llegar el ser humano. Y el estímulo para alcanzar tales niveles se relacionan con el poder. Hoy el mundo no puede cerrar los ojos: quienes manejan el poder globalizado han destruido las instituciones, han anulado los valores y aún pretenden que los ciudadanos sigan creyendo que los principios que inspiraron a la Revolución Francesa continúan vigentes.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.