Hay verdades que pocos se atreven a confesar. Una de ellas es que son cada vez menos las mujeres y hombres profesionales que quieran trabajar en el actual gobierno. No es casualidad que el cargo del Contralor General esté vacante hace meses. O que La Moneda haya tardado más de tres meses en reemplazar el puesto que dejó Michel Jorratt al mando del Servicio de Impuestos Internos.
Existen los casos de derrotas auto-infligidas, como el despido de Francisco Huenchumilla, el ex intendente de la Novena Región, que vino a confirmar que la nueva hoja de ruta de La Moneda se inclinaba más por la renuncia que por el realismo. Pero la salida del ex jefe de gobierno en la Araucanía —que osó afirmar que el conflicto mapuche era de índole política y no delictiva, y que apuntó a las grandes forestales como actores clave en ese conflicto— sólo viene a confirmar que en este gobierno, post crisis del caso Sebastián Dávalos, ya no existe espacio para las voces disonantes.
Y también están los casos como los de Francisco Ugás, el secretario ejecutivo del Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior. A fines de este mes dejará su puesto para perfeccionar sus estudios en el extranjero. Muchas agrupaciones de derechos humanos consideran que él ha sido un hombre clave en avanzar en las causas de graves violaciones en este ámbito.
Al conversar con miembros de la actual administración emerge un cuadro deprimente: muchos se quieren ir del gobierno, mientras los que quedan están en una encarnada lucha por mantener y ampliar sus parcelas del poder. Y para las vacantes que quedan, no existen apenas postulantes. En otras palabras, estamos vivenciando una masiva fuga de cerebros, y casi nadie se percata de ello.
Eso es lo que pasa en nuestro país cuando la presidencia tiene una aprobación que roza el 20%. No es muy distinto a prácticas como las que suceden en México, donde todos huyen del perdedor político. Hoy nadie se sacaría una foto junto a Presidenta Bachelet. Y lo más probable es que Michelle esté ausente de los carteles gigantes de las elecciones municipales de 2016. Es decir, Michelle Bachelet está sola.
El problema es que en Chile no estamos acostumbrados a un nivel de aprobación presidencial tan bajo. Ni siquiera Eduardo Frei Ruiz-Tagle tuvo que lidiar con ello.
Y así estamos frente a una presidencia de “pato cojo”, faltando aún dos años y medio para la siguiente elección, pero sin que nadie pueda aglomerarse en torno a una figura futura. La candidatura de Ricardo Lagos ha sido levantada y alabada por sectores de derecha como El Mercurio o los representantes de los bancos. La candidatura de Marco Enríquez Ominami está en entredicho debido a sus denunciados vínculos financieros con Soquimich. Andrés Velasco y su entorno están ligados a las empresas Penta. Y Sebastián Piñera despierta, como siempre, sospechas de aprovecharse financieramente de todo tipo de vínculos.
Así las cosas, los cínicos podrán calcular empates electorales–bajo el lema, estamos todos sucios, pero escoja al menos manchado de todos-, pero la ciudadanía más consciente deberá optar, ya no por el mal menor, sino por el bien mayor. ¿Quién será? Nadie lo sabe aún.