“Mejor no hablar de ciertas cosas”. Esa conocida frase de un tema de Sumo representa muy bien una característica de la sociedad chilena. El solapamiento, el chaqueteo, el chisme son todas manías culturales que reconocemos propias y que aparecen para dejar salir, de alguna manera, aquello que nos molesta, pero que no queremos afrontar.
Desde la antigüedad uno de los roles de las artes fue su posibilidad de producir catarsis en la audiencia quien podía proyectar en aquello que le era presentado en el escenario -o sus símiles- su propias pasiones y frustraciones; observar en la ficción el castigo a los malvados y el premio a los bondadosos, y reconfortarse con ello. Uno de los principios básicos de la catarsis es la idea de empatía, el poder identificarse emotivamente con esos personajes de la propuesta artística y experimentar -desde ese punto de vista- sus aventuras y desventuras.
Con todos los ajustes que el tiempo y el contexto ha dado, ese sentido de empatía sigue siendo uno de los elementos más potentes que tiene el cine. La posibilidad de que, por un par de horas, el espectador pueda ponerse en la mirada de otro distinto que está pasando por situaciones que superficialmente nos pueden resultar ajenas, pero con las que -a través de un correcto uso del lenguaje cinematográfico- logramos identificarnos desde lo humano universal.
El 2016 el cine chileno propuso varias películas que nos ayudaron a acercarnos a ciertas realidades de nuestra sociedad que, por lo general, no nos gusta mirar de frente. Películas que, inspiradas en hechos reales, se abrieron a personajes y temas que no habíamos visto antes -o por lo menos no con este enfoque- en la producción cinematográfica nacional y que hacen un aporte a complejizar la mirada respecto a la realidad de muchos chilenos y chilenas que mediáticamente hemos dejado en la invisibilidad o ridiculizado y que nos ayudan a reflexionar sobre cómo estamos cambiando como sociedad.
Una de estas películas fue “Rara”. La ópera prima de Pepa San Martin, que en la actualidad sigue cosechando premios a nivel internacional, situó al espectador en la mirada de una pre adolescente, hija mayor de una familia de padres separados y cuya madre rearma su vida junto a otra mujer con todas las consecuencias culturales que -en una sociedad pacata como la nuestra- se imponen a la construcción de familia que salen de los modelos dominantes. Inspirada libremente en la lucha de la jueza Karen Atala por la tuición de sus hijas, la eficiencia y honestidad de la narración hizo que “Rara” se transformara en una de las películas chilenas más reconocidas del 2016 y la más votada en la encuesta que hace a los internautas el sitio especializado CineChile.
Pero “Rara” no estuvo sola. El cuarto largometraje de Alejandro Fernández Almendras “Aquí no ha pasado nada” se inspiró en el caso de Martín Larraín y construyó un ácido retrato a la clase económica dominante y las redes que se tejen entre ellos y los poderes del Estado. “Aquí no ha pasado nada” es una película incómoda en la distancia que genera para el espectador con estos personajes que juegan con la vida de los otros “que no son como ellos” y en donde ninguna acción -incluyendo la muerte de un inocente- pareciera tener consecuencias.
También en este grupo podríamos incluir “7 semanas”, filme de egreso de un grupo de estudiantes de la escuela de cine UDD -en su mayoría mujeres- que instala la narración en el personaje de una joven estudiante de danza que queda embarazada y que lentamente se va dando cuenta de que – a pesar del entusiasmo por el bebe por venir de su novio, su familia y sus compañeros- no quiere ser madre. El enfoque en esa decisión de la mujer sobre su cuerpo y su vida, en un país que es uno de los pocos del mundo que sanciona el aborto en cualquier situación, resulta valiente y enriquecedora.
Por último, valdría la pena destacar “Nunca vas a estar sólo”, premiado filme del también músico Alex Anwandter que se distancia del glamour con que los medios han vestido el mundo gay para mostrar las dificultades que tiene un adolescente homosexual en un barrio popular de Santiago. Inspirado en la muerte de Daniel Zamudio, esta película parte con su narración centrada en el joven gay para ir lentamente moviéndose hacia la figura del padre que ha querido ignorar la sexualidad de su hijo, pero que -al igual que otros elementos de su vida- van imponiéndose hasta hacerlo salir de su estado de negación.
Entender el cine como un espacio para contar historias que vayan más allá del puro entretenimiento y que permitan al espectador pensarse dentro de un contexto complejo y cambiante puede ser entendido como un signo de madurez y es allí -y no en el número de producciones de irregular calidad que llega a estrenar, pero que no logran conectar con la audiencia- donde deberían centrarse los énfasis respecto del crecimiento del cine chileno.