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Año XVI, 28 de marzo de 2024


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¿Para qué un diccionario de Coa?

Columna de opinión por Ricardo Candia Cares
Jueves 24 de noviembre 2022 19:20 hrs.


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Por estos días saldrá a la venta al público mi tercer diccionario de coa: Diccionario de coa. El lenguaje de los vivos en tiempos de Internet.

Parece una ocupación extraña dedicarse a saber cómo hablan los ladrones. Aunque, si se piensa bien, ante la verdadera epidemia de delincuencia que azota al país es un ejercicio interesante si se considera que el modo de hablar de los seres humanos, tanto como lo dicho y hecho, entrega información que va más allá de los conceptos o significados formales.

El lenguaje de los ladrones en nuestro país es el coa, nombre que se origina en la muy española expresión de origen gitano, dar coba, y que significa, traducido al chileno, algo muy parecido a engrupir.

Si se le sigue la pista a la terminología coa podemos encontrar algunos hallazgos interesantes, incluso para el que quiere saber por qué pasa lo que pasa en esta dulce patria.

No es que el conocimiento del coa tenga las claves para resolver aquello que nos afecta cada día, una verdadera epidemia delictual, pero, aunque no se crea, entrega algunas claves.

La delincuencia está de moda. Ocupa titulares en los escasos diarios nacionales y los matinales dedican gran parte de su tiempo a cubrir una enorme cantidad de delitos, muchos de ellos en formatos no conocidos hasta ahora en nuestro país.

Históricamente las palabras del coa fueron creaciones de los choros más audaces, reconocidos y respetados del ambiente. Jamás ha sido, como se ha dicho respecto de ciertos grafitis que abundan en los muros de casas y recintos públicos, obra de una especie de congreso de ladrones en el que se sintetizó una serie de claves con diferentes significados para marcar las casa susceptible de ser robadas.

No solamente es un mecanismo imposible, sino francamente ridículo.

El caso es que ahora las más importante expresiones y palabras de la jerga delictual vienen de los llamados choros de menores, es decir, niños que se criaron en el ambiente del delito y, ¡ojo!, muchos pasaron por instituciones como el SENAME.

Aquí hay algo interesante. Muchos de los niños que aparecen cada día en asaltos de distintos tipos, fueron cuidados, educados, formados y, finalmente, abandonados por el Estado.

Luego, el sistema judicial y las leyes, el Estado otra vez, al que le corresponde aplicar en los hechos están hechas para la reincidencia. Y, a renglón seguido, de nuevo el Estado, el sistema penal lejos de favorecer la reeducación y la reinserción, administra mecanismos que son útiles solo para endurecer al potencial delincuente. Si sale vivo, lo hará más malo, con más rabia y con más necesidad de validarse ante sus pares: los giles no tienen muchas perspectivas en el ambiente.

Las cárceles chilenas son un nido de pobreza, abuso, terror, de condiciones higiénicas inimaginables y corrupción. Así, o eres vivo o lo pasas mal en lo que te quede de vida.

El trabajar o estudiar como cualquiera, son ocupaciones que no son bien vistas en el ambiente. Hay quienes trabajan un mes completo por el sueldo mínimo de $ 400.000: el choro se gana eso y más en un par de horas. Y estudiar no tiene sentido para la gente de la calle, si va a endeudarse por veinte años para ganar al mes lo que ellos van a hacerlo en un rato.

Y mientras tanto, la sociedad, ciertos medios de comunicación y la cultura imperante, muestra el aspecto que debe tener una persona exitosa: buena vestimenta, lujos, un auto de alta gama, mucho dinero disponible, joyas, etc.

Y sucede que muchos delincuentes acceden a esos logros con una rapidez de encomio. A la sociedad se le olvidó anunciar que la cosa no es por esa vía. Por lo menos para gente pobre, sin cuello ni corbata.

Luego, en los medios de comunicación se habla de tarde en tarde de los escándalos en los que generales, políticos de alto vuelo, empresarios multi millonarios, se ven involucrados en robos cuyas cifras son difíciles de escribir y que, luego, quedan libres de polvo y paja.

Da la impresión de que la cultura imperante no soporta a los minoristas y premia el mayoreo.

En ese contexto histórico los ladrones sin cuello ni corbata inventan día a día su lenguaje que tiene por finalidad destacar a los vivos más audaces, enmascarar las comunicaciones y reconocerse entre colegas, características que dotan a ese lenguaje de un valor jergal, es decir, lo hace un lenguaje útil para sus efectos.

Este diccionario tiene, como resulta lógico, una falla imposible de corregir: obvia el contexto, tono, intención y cadencia de quienes lo hablan, lo que le resta vivacidad y gracia.

Leer estas palabras no resulta tan atractivo como escucharlas de un choro hablando con otro.

Pero un análisis somero de ese lenguaje entrega información acerca del tipo de delincuentes, el tipo de robos, motivaciones y las condiciones de vida de la gente que eligió el ambiente.

Si la delincuencia de un país informa el tipo de sociedad que construye, su lenguaje ayuda a identificar lo que hay detrás, lo que motiva, lo que justifica y explica.

Para el choro, este es un país de los vivos. Los que trabajan son giles. Y en donde sale barato hacerlo si se es menor de edad, y en el cual las policías no quieren meterse en muchos líos porque ganan poco y resulta peligroso, y las leyes dan la pasada.

Definitivamente, el chancho está tirado. Hay mano.

Ser movido, finalmente, es bien visto, aceptado, reconocido, premiado: permite un buen vestir, un auto moderno, joyas, relojes y mucho efectivo, y ser respetado sobre todo si se anda líquido, detonado o ready.

Así, buscando palabras y expresiones usadas por los choros de hoy es posible encontrar algunas claves: los ladrones viven en barrios alejados de la mano de dios y de todo el resto, con pocas o escasas escuelas, sin centros de cultura, la mayoría paso por el SENAME, esa misma mayoría se crio con papá y/o mamá presos y la suma de eso factores ha creado una bronca contra todo lo diferente que es difícil de explicar.

¿Se nota en ese derrotero trágico la mano ausente del Estado?

Este diccionario recoge en la medida de lo posible, expresiones y palabras que van entregando información respecto del perfil del ladrón de hoy y de las nuevas modalidades de robo, alguna de las cuales son tan nuevas, que aún no tiene un solo nombre en el coa.

Finalmente, resulta notable que hoy entre choros se nombren como compañeros, concepto que hasta hace algunas décadas usaban los revolucionarios.  Y no menos llamativo es que entre estudiantes se usen expresiones de un coa muy anidado para estimular la lucha estudiantil: en ciertas escuelas se pueden ver rayados que invitan a luchar de pana.

(rcandiacares@gmail.com)

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.