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Menos desfiles militares y más carnaval

Columna de opinión por Vivian Lavín A.
Lunes 24 de septiembre 2012 7:44 hrs.


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El asueto dieciochero permitió que, como en contadas ocasiones, las Fiestas Patrias fueran una fiesta nacional, esto es que la mayoría pudiera disfrutar de unos días fuera de la rutina laboral. Y aunque el carnaval fue prohibido en casi todo el territorio desde los mismos momentos en que nos estábamos formando como República, el sentido de esa celebración religiosa se revivió en sus raíces cuando la carne y el sentido de la fiesta reinaron durante toda la celebración. En torno al asado, se reunieron las familias y los amigos a festejar no se sabe muy bien qué. Algo así como la alegría de ser chilenos, en medio de desfiles militares que nos remiten una y otra vez a que el orgullo de nuestra Patria esté directamente relacionado con las nuevas adquisiciones de pertrechos y armamentos que se van a utilizar quién sabe cuándo y en contra de quiénes, desplazándose así  el genuino sentido de lo nuestro. Confundiendo las Glorias del Ejército con ” la chilenidad” lleva a sentir, como se manejan las emociones cuando están bien remojadas en bebidas espirituosas, que es la superioridad militar la que nos cohesiona y nos enorgullece, eclipsando los aspectos centrales de nuestra cultura.

El trabajo es hoy la principal actividad de nuestras vidas. Muy diferente cuando éste ocupaba un rol muy secundario y, en cambio, era la religiosidad y su estricto calendario de ritos y observaciones las que reglaban la vida de las personas. Son tiempos que hoy resultan inimiginables, como que hasta 1820 en Chile se celebraba la fiesta de la Chaya, en la que el agua y el mojarse entre unos y otros de manera festiva e infantil eran la tónica. Para rememorarla, tenemos que ir hasta Perú para disfrutarla en todo su esplendor, como una manifestación popular y carnavalesca donde es la calle el centro de reunión y donde todos encuentran la diversión que no diferencia clases sociales. Nuestra acotada concepción de lo festivo, en cambio, nos lleva a confundirlo todo con el desate y el exceso, una manera de “borrarse”, queriendo olvidar la rutina de todos los días que absorbe de manera impecable nuestras existencias.

De la misma manera cómo la memoria en nuestros genes almacena y hereda determinados rasgos físicos, nuestra “memoria cultural” haría la misma tarea con nuestras ideas y conceptos. Esta idea acuñada por Richard Dawkins, no aceptada por todos, como es obvio, postula que la transmisión no es sólo genética sino que también cultural, la primera se desarrolla a través de los genes y la segunda mediante los memes, un neologismo que da cuenta de la memoria y la mímesis o imitación.

Pareciera que algo queda en nuestros “memes chilenos” que nos hacen aspirar a una vida que no esté centrada en el trabajo ni tampoco que el disfrute lo esté solo en el consumo. El problema claro, está en que ante tanto estímulo la mente se tropieza con demasiadas piedras perdiendo el rumbo, pero no por ello, el ánimo de disfrute y de goce. La reforma que acaba de anunciar el ministerio de Educación para el currículo del año 2013 apunta en este sentido, cuando se aumenta de dos a cuatro las horas de educación física y ” salud”. Lo mismo que el aumento de dos horas para Música y Artes Visuales, respectivamente, reduciendo de paso las de Tecnología. Un giro a todas luces centrado en aspectos más esenciales en la formación de los pequeños chilenos de hoy, que les permitirán entender, primero, para luego disfrutar, con más herramientas nuestro patrimonio. Un cambio que exige además, que nuestras maneras de celebrar a lo grande sufran un importante giro: menos desfiles militares y más carnaval.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.