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¿Los comunistas comen niños?


Lunes 3 de junio 2013 7:43 hrs.


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Parece increíble, pero está ocurriendo. Pese a los avances del conocimiento, de los logros -formales al menos- en cuanto a derechos de los seres humanos, de la cercanía que facilitan las comunicaciones, de los esfuerzos de los ciudadanos para que se los escuche, quienes manejan el poder, insisten en someterlos por el temor. Y lo que es aún más patético, recurriendo a herramientas ya enmohecidas por el tiempo.

Bastó que la pre candidata presidencial Michelle Bachelet aceptara el apoyo del Partido Comunista (PC) para que se reeditara una campaña del terror como en los años ´60. Desde la Democracia Cristiana (DC) hasta la Unión Demócrata Independiente (UDI), manifestaron su preocupación. Los DC, por los compromisos que para Bachelet significaba la presencia comunista en el mismo sector que ellos. La conservadora UDI, por la “amenaza” que representa para la democracia la actividad de los comunistas. En síntesis, el conglomerado Nueva Mayoría, que pretende crear Bachelet, no deja a nadie indiferente. O, al menos, nadie quiere perder la oportunidad de sacar alguna ventaja. Y tal posibilidad la presenta el anticomunismo, que en Chile llegó a grados superlativos antes y durante la dictadura del general Pinochet.

Lo que incomoda no son las diferencias ideológicas, que legítimamente pueden existir. Lo irritante es que detrás de tales diferencias se esconde el afán oportunista, la maniobra artera para acrecentar el poder sobre la base de la desinformación. Y como si el tiempo no hubiera trascurrido y la historia fuera una brizna que se la lleva el viento, se insiste en la amenaza que representan los comunistas para la estabilidad democrática del país. Argumento de la época de la Guerra Fría. Cierto, un poco más sutil que aquella aseveración de que los comunistas eran tan malos que se comían a las guaguas. Pero, en el fondo, se apela a lo mismo que antaño: la ignorancia. Veamos.

¿Los comunistas son una amenaza política? En Chile representan alrededor del 6% de la masa electoral. Y esa fuerza no bastó para que en 2009 ganara la presidencia de la República Eduardo Frei Ruiz Tagle, democratacristiano, a quien los comunistas apoyaron en segunda vuelta. Fue derrotado por el actual presidente Sebastián Piñera. Eso es en cuanto a peso electoral. Respecto de su postura frente al sistema democrático, a los comunistas se les cuestiona su apoyo a regímenes en que tales derechos no son respetados. La derecha y la DC le recriminan su amistad con Cuba, Corea del Norte y su rechazo a la democracia representativa, pese a lo cual luchan por tener representantes en sus organismos. Hoy, aquí cuentan con tres diputados.

Hasta el presidente Piñera ha terciado en el debate, condenando la presencia del PC en la alianza política que apoya a Bachelet. Pero cuando se condena al comunismo, se tiene especial cuidado de no tocar a China. La razón no es ideológica, sino comercial. China representa a un cliente esencial para Chile. Compra cerca del 60% de las exportaciones de cobre chileno, materia prima cuyo comercio resulta esencial para mantener la economía nacional. China, por lo demás, fue el país socialista que no condenó al régimen del general Pinochet. Tanto así que, el 10 de septiembre de 1976, la dictadura militar decretó duelo oficial por la muerte de Mao Tse Tung.

Tampoco hay coherencia en cuanto a la defensa de la democracia. La UDI fue la base política con que contó el régimen de Pinochet. Incluso, hasta ahora ese Partido no ha condenado la dictadura y sus militantes muestran fidelidad permanente al dictador. La DC, mayoritariamente, apoyó el golpe militar. Patricio Aylwin, -quien luego llegó a ser presidente con la vuelta a la democracia- dijo que prefería una dictadura de los militares que una dictadura comunista. Se refería al gobierno democráticamente electo de Salvador Allende, que fue interrumpido por la asonada golpista que contó con el apoyo democratacristiano, con la excepción de sólo una docena de sus miembros destacados.

Estas maniobras contra Bachelet dan indicios de la baja consideración que la clase política tiene de los electores chilenos. Todo esto en medio de un país en que la educación cívica y el reencanto por la política resultan indispensables. El temor a la dictadura aún se mantiene. Menos del 10% de los trabajadores están sindicalizado. La capacidad de reclamo del chileno medio es extremadamente baja. Todavía permanece el miedo a la reacción de los militares. Y éstos consideran que el poder aún lo comparten con los grupos económicos, de los cuales parecen sentirse garantes en este laboratorio del neoliberalismo.

El último botón de muestra lo entregó el almirante Edmundo González, hasta hace unos días comandante en jefe de la Marina. En su discurso de despedida asumió personalmente toda la responsabilidad de las fallas que tuvo su institución en las tareas de alerta por el maremoto del 27 de febrero de 2010. Errores que costaron la vida a más de un centenar de personas. Hasta ahora, a nadie se le ha ocurrido que el almirante (r) González debe responder ante la justicia por sus dichos. Sólo se ha alabado su valor.

Está claro que los comunistas ya no comen guaguas. Tampoco se sienten mal compartiendo los beneficios del sistema. Pero también es cierto que los que se vanaglorian como demócratas exhiben una cuota demasiado alta de hipocresía. El cura Felipe Berríos, hoy en Ruanda, dio una entrevista y habló sobre Chile. Cuestionó severamente a la jerarquía católica local y vaticana. Condenó la segregación de la educación en colegios católicos y arremetió contra el poder económico que mantiene al país entre los que peor reparten la riqueza en el mundo, ante la mirada impávida de la Iglesia. Las críticas llovieron sobre Berríos. Monseñor Ricardo Ezzati, Arzobispo Primado de Chile, opinó: “Todas las veces que algún cristiano se propone ser el juez de los demás y no el compañero de camino de los demás, se va marginando de la Iglesia”. Otra hipocresía. El propio Ezzati se ha caracterizado por condenar las uniones homosexuales y por prohibir abordar siquiera el tema del aborto. Así estamos