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Nadie está olvidado

Columna de opinión por Antonia García C.
Martes 10 de septiembre 2013 20:13 hrs.


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En medio de las diversas iniciativas que han sido implementadas para conmemorar los 40 años del golpe de Estado, resulta llamativo el esfuerzo que algunos han desplegado para reivindicar aspectos que otros años han estado ausentes o no tan claramente visibles. Sin duda, cuando de conmemorar se trata, nada está escrito de antemano. Pero no solamente porque hay cabida para oportunismos y múltiples manipulaciones sino también porque todo cuanto hacemos se nutre de tiempo, de experiencias propias y ajenas, de lo que hemos visto, de lo que no hemos visto, de lo que hemos hecho y también de lo que no hemos hecho.

Algunas de estas iniciativas han puesto el foco sobre la Unidad Popular. Es una dimensión necesaria. No se entiende el golpe de Estado sin la Unidad Popular y la Unidad Popular tampoco encuentra su explicación en sí misma. Precisamos de historiadores. Todo el tiempo precisamos de historiadores y de nuestra propia capacidad a hilvanar hechos, procesos. No es casual que varios lectores hayan señalado la extrema focalización sobre el año 1973. Pero una cosa no quita la otra. Todos sabemos que las causas del golpe de Estado no se gestan en 1973. Y todos sabemos además (aunque no todos quieran reconocerlo) que ese golpe se hizo con infinita cantidad de complicidades. Sobre este tema preciso, quisiera resaltar la importancia de una película. Hay varias películas necesarias sobre nuestra historia. Todas han aportado lo suyo pero esta película –todavía poco difundida– es crucial para entender en qué historia política se inserta el golpe de Estado y el entramado concreto de las complicidades que lo hacen, finalmente, posible. Me refiero a la película de Armand Mattelart, Jacqueline Meppiel, Valérie Mayoux “La Espiral” (1975) que hoy existe en DVD y que Le Monde Diplomatique (edición chilena) de este mes resalta y pone a disposición del público.

Dentro de estas lógicas, es decir indagando en mecanismos y causas, algunas iniciativas han hecho hincapié en el proyecto político que defendieron quienes fueron sistemáticamente perseguidos durante la dictadura. Este enfoque es sumamente relevante porque nos está diciendo con una fuerza extraordinaria que “las ideas no se matan”… que no se entierran, que no se les da cristiana sepultura ni se les niega sepultura. Las ideas, como si fueran el alma de los que no creen en el alma, siguen viviendo y se quedan con nosotros. ¿Cuál es el lugar que les damos? Ese es otro tema. Algunos piensan que esas ideas y/o proyectos del pasado, concretamente de la Unidad Popular, tienen cabida en algo que no se limita a la memoria. Me sumo. Tengo la convicción de que todavía hay lugar para ellas en una mesa de discusión, que hay que examinarlas, conocerlas, analizarlas y, a partir de esa experiencia reelaborar un pensamiento para nuestro tiempo. No se trata de repetir, se trata de no ignorar. De saber dónde anclamos nuestra irrenunciable voluntad de una mejor sociedad para todos. Porque podemos discutir al infinito sobre el modo y los posibles errores del pasado, pero también sabemos, si nos ponemos la mano en el corazón, en qué no hubo error. No hubo error en los postulados. Ni en la aspiración. No hay error en la voluntad de hacer justicia. Y esa palabra atraviesa, en sus más variadas facetas, la experiencia de la Unidad Popular.

Con el nombre de Proyecto: “Enemigo”, el pueblo, el domingo pasado se realizó en el Cementerio General una actividad que todavía no sé bien cómo caracterizar. Partamos por la palabra homenaje. Porque sin duda se trataba de un homenaje. A contra-corriente de las grandes ceremonias estructuradas en torno a figuras particularmente emblemáticas de nuestra historia, en este caso se trataba de homenajear a los más humildes. “Los pequeños, los oscuros”, como dijo alguna vez Edmond Rostand. Los muertos que nadie conoce salvo los suyos, sus parientes, y no precisamente porque estén desaparecidos. No lo están. Su muerte se dio a conocer. Sus nichos están “ahí”. En el mismo cementerio. En una zona que va desde el Memorial del Detenido Desaparecido y del Ejecutado Político hacia el Patio 29 y que cubre los módulos Eduardo Marambio U-1 y U-2 y los de Méjico U-2, U-4 y U-5. Ellos estaban ahí. Visibles y, sin embargo, invisibles. De eso se trataba de que se les pudiera mirar, individualizar y, a la vez, reconocer como parte de esta historia colectiva que hoy estamos conmemorando.

Tres familias (sin vinculo personal con los casos investigados) trabajaron en este proyecto que se gestó a lo largo de un año y que tuvo varias etapas. La primera de investigación, cruzando diversas fuentes de información y revisando los archivos del cementerio para identificar los nichos que correspondían a la situación de personas reconocidas como víctimas de violaciones a los derechos humanos. Tras haber revisado la situación de mil quinientas sepulturas, se estableció que por lo menos sesenta y nueve sepulturas (según trabajo emprendido al día de hoy) correspondían a personas ejecutadas en los primeros tres meses y medios de la dictadura. El proyecto se centró en esas sepulturas y fue pensado como una intervención a realizarse el pasado domingo 8 de septiembre.

Cito un fragmento que figura en la página ad hoc. Ahí se precisa que la intervención: “pretende resaltar las sepulturas de estos sesenta y nueve compatriotas, con una mínima intervención que permita mantener la diversidad de cada caso”. Pero esto a la vez responde “a dos ideas básicas: detener el deterioro avanzado de algunas de ellas que ya no permiten ver los nombres precariamente grabados en el cemento mismo e indicarle al visitante que aún en la diversidad, existe un vínculo entre esos nombres: Ahí se encuentra una muestra del verdadero enemigo de quienes con mano ajena pero presta, golpeó la República ese 11 de septiembre: el pueblo de Chile perseguido, golpeado, asesinado. Dos tercios de ellos no eran dirigentes políticos ni sindicales, ni siquiera militantes. Pero todos eran trabajadores, obreros, chóferes, artesanos, empleados, jóvenes, algunos niños y algunos ancianos”.

Mario Parra Guzmán, José Gregorio Hernández, Roberto Darío Hernández, Jorge Alberto Vergara, Eduardo Elías Cerda, son algunos de ellos.

“Nadie está olvidado” eso fue lo que los participantes escribieron en el suelo junto a flechas que indicaban el camino. Un camino que partía del Memorial y que iba recorriendo esta zona de sepulturas “invisibles” ahora señaladas para que todos las puedan ver. Para cumplir con este fin, los organizadores realizaron paneles que todavía pueden ser vistos y que estarán disponibles “hasta que aguanten”, como indicaba una de las participantes. También se realizaron guirnaldas con las que se decoró cada una de las sepulturas. Cabe resaltar que había tres generaciones en acción: los “viejos”, los hijos y los nietos. Y también los amigos de cada uno de ellos. Un grupo humano en el que confluían diversas sensibilidades, formaciones, creencias y profesiones. Todos ellos movilizados en torno a esta idea:

“Porque fueron ejecutados cobarde e impunemente. Y para que las nuevas generaciones se pregunten no solo lo que ocurrió, sino que fundamentalmente por qué ocurrió. Por qué estas personas fueron asesinadas, por qué fueron consideradas peligrosas para quienes se apoderaban del Estado chileno. Por qué fueron visualizadas como el ‘Enemigo’. Qué se encontraba detrás de las decisiones de ejecutarlas. Qué proceso, qué proyecto. El que era necesario aniquilar”.

Uno de los aspectos que más me llamó la atención fue la voluntad de usar los mismos criterios estéticos (especialmente en los paneles) con los “que el cementerio general destaca a sus hombres y mujeres ilustres”. Entonces, se entiende que este homenaje fue también un acto político en el sentido a la vez más humilde y más pleno de la palabra. Porque es cierto que la pregunta que evocábamos la semana pasada se nos plantea todos los días, pero algunos más que otros… Quo vadis? Y a su vez: ¿Dónde estamos? ¿Dónde elegimos estar? ¿Junto a quiénes?

Ante hechos como estos, uno no puede dejar de pensar que depende también de cada uno que se otorguen o no las necesarias cuotas de justicia que nuestro país necesita. Y que ciertos días recibe.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.