El G-20, el grupo de 19 países, con la Unión Europea (UE), que son, a fin de cuentas, las naciones que marcan el rumbo del barco de la economía mundial, ha elaborado en su última reunión en Australia diversas estrategias de crecimiento para enfrentar la lenta recuperación y hasta peligros de deflación que afectan a varios de ellos.
Las estrategias implican una mezcla de reformas macroeconómicas y estructurales a nivel nacional, adaptadas a cada país aunque, en lo sustantivo, implican más presupuesto y reformas, entre las que han informado aumentar la inversión en la calidad de la infraestructura y la participación del sector privado en este desarrollo. Asimismo, se ha propuesto reducir las barreras al comercio internacional, bajando el costo de hacer negocios. También las medidas apuntan a la promoción de la competencia, productividad e innovación de manera de llevar los precios más cerca de los costos de producción, en beneficio de los consumidores. Desde luego, esto generaría aumento del empleo trayendo mejores niveles de vida y mayor crecimiento económico.
Para tales efecto, los miembros del G20 señalan que para conseguir una recuperación de la economía global hay cumplir con las reformas de regulación financiera, modernizar el sistema fiscal internacional; reformar las instituciones globales para asegurar que los países con más presencia en la economía mundial tengan mayor voz; fortalecer la capacidad de recuperación del mercado de la energía mejorar su funcionamiento, eficiencia y transparencia y continuar la lucha contra la corrupción.
Si bien no hay nada muy nuevo, se observa en el grupo una mayor preocupación por el cansino ritmo de recuperación y más conciencia de que aquel sólo podrá acelerarse con medidas que refuercen la actividad de la economía real y no solo las finanzas. Como hemos visto en la “réplica” del terremoto de 2008 de la semana pasada, cada vez parece confirmarse que las políticas de los principales bancos centrales del mundo han generado aprensiones que alimentan la inestabilidad, haciendo correr a los agentes con cada señal de ajuste.
Así junto con las caídas de producción industrial en Alemania y la zona Euro, así como las predicciones del FMI sobre el “mediocre” comportamiento de las economías desarrolladas, las cifras de consumo se muestran cada vez más magras desde Japón a EE.UU., pasando por Europa, donde los planes de austeridad de Merkel y el FMI han afectado aún más esa variable, poniendo de relieve que en un mundo con desequilibrios persistentes y aumento creciente de la desigualdad que denunciara la presidenta de la FED la semana pasada, no es la oferta la que crea demanda, sino la demanda la que da fuerza a la oferta. En los hechos, en EE.UU., el consumo privado equivale al 70% del PIB.
Pero la cada vez mayor concentración de capitales en pocas manos que deciden donde va la inversión junto a la necesidad de aquellos grupos o personas de mantener el volumen y rentabilidad de esos recursos, induce un circuito cerrado de circulación del dinero en el sistema financiero –especialmente en la llamada “banca en las sombras”- creando múltiples burbujas especulativas, al tiempo que cae la inversión real, profundizando la crisis, no obstante las bajas tasas de interés mundiales que han estimulado alzas de valor de los patrimonios bursátiles.
Pero las caídas de la semana pasada en las bolsas europeas muestran que esta opción también va en descenso. La presidente de la Fed ha dicho que comenzará aumentar las tasas de interés el 2015, precisamente por el efecto burbuja que el dinero barato genera sobre los activos bursátiles, mientras se espera que Europa de un paso en la dirección opuesta, facilitando mayor liquidez. Ambos hechos provocaron una carrera hacia activos “seguros” la semana pasada, cuando los Bonos del Tesoro de EE.UU. cayeron por debajo de 2% por primera vez desde que la FED comenzó a hablar de remover su estímulo monetario, en mayo de 2013. Y si dicha corrección de los mercados se acentúa, podría hacer desaparecer varios miles de millones de dólares por ajustes de precios, pero esta vez con Gobiernos, Estados e instituciones sin herramientas para responder.
El cuadro derivado de la crisis del 2008 es además exacerbado por la guerra en Medio Oriente, los conflictos en Ucrania, la guerra de precios petrolera, las protestas callejeras en Hong Kong y la expansión del ébola en Estados Unidos, razones demás para entender por qué nuestro cobre en Londres casi rozó los US$3 la libra, pues, adicionalmente, pesan sobre su valor la incertidumbre sobre el crecimiento económico en China –afectado por una depresión de su sector inmobiliario- y la fortaleza del dólar frente a otras monedas principales, que lo hace más caro. Las preocupaciones de la OCDE son, pues, justificadas, aunque, por cierto, parece que ni siquiera su enorme poder conjunto logrará enderezar la ruta del barco mundial con mayor velocidad que la del lento ajuste en marcha.