Hoy recuerdo a Pereira. Ese personaje de Antonio Tabucci del libro Sostiene Pereira, quien era el encargado de la sección de cultura de un modesto diario. Pereira conoció a un joven filósofo, a quien le encargó la tarea de escribir obituarios. Como la muerte juega con la sorpresa, de manera dolorosa también, el diario de Pereira no podía esperar a que el periodista de turno diera con el artículo que destacara la personalidad y el legado del difunto. De modo que alguien que escribiera por adelantado las necrológicas, era una solución muy conveniente para la premura periodística.
El escritor chileno Andrés Gallardo estaba consciente no de las peripecias del periodismo como de las inconveniencias de la muerte, las formas en que se hace presente, anunciada o de manera intempestiva, como lo demuestra en su último libro titulado Obituario. No se trata de una obr inédita, por eso, desde el comienzo aclara en una nota que este libro se publicó primero en cuadernillos semiconfesionales en el año 1986, en Ediciones Sur, en la ciudad de Concepción, hasta una primera edición íntegra en 1989 en el FCE, pero que ya no se encuentra. Por esta razón y porque ya no quedaban rastros de esa publicación, es que siguió escribiendo sobre la muerte hasta reeditarlo este año con la editorial Overol, “casi como un libro nuevo”.
Por eso cuando nos enteramos que ha sido el mismo Andrés Gallardo el que ha muerto, recurrimos a esta obra con la que reflexionó de manera irónica y con el humor del que siempre hizo gala, sobre una materia nada de frívola como es la muerte y donde Obituario, bien parece un cenotafio, esto es un monumento literario que lo recuerda. De los 109 breves textos que son parte de Obituario, finaliza con uno titulado Por último, donde dice: “ No creo que sea mucho pedirles a los amigos que por un momento lloren a moco tendido, a los conocidos simpatizantes que estrujen una lágrima, a los lectores desconocidos un instante de benevolencia, a los malquerientes una tregua, considerando que yo también me voy a morir (quizás antes de lo que creo y en todo caso mucho antes de lo que quisiera) y me conformo con saber en vida que pude ser objeto de pena negra, de conmiseración o de buenas intenciones proyectadas hacia donde sea su cariño, que en eso sí que no me meto”. Los 108 textos restantes corresponden a leves reseñas de la muerte de difuntos, como dice su amiga Adriana Valdés, “empecinadamente chilenos, casi siempre provincianos, pencopolitanos, provisto de don o doña y, generalmente, de los dos apellidos; sujetos tan minuciosamente identificados, que lindan en el anonimato total que producen las listas del registro civil”. En este Obituario, como en el Tríptico de Cobquecura o La Nueva Provincia, estos últimos publicados por Liberalia ediciones, rezuman un provincianismo que cala los huesos de aquellos cuya memoria emotiva se encuentra en un Chile amable y de buenas costumbres, salpicado de picardía y humor, pero sobre todo de la bonhomía de esas gentes de antes que hoy encontramos en la literatura y ya no en la vida real.
Andrés Gallardo fue una de los más destacados académicos de nuestra lengua, miembro de la Academia, profesor de castellano y doctorado en lingüística, que optó por esta última “porque si hubiera sido profesor de literatura, habría tenido que leer cosas que no le interesan: porque además, habría tenido que decir cosas coherentes sobre ellas y porque prefiere que los estudiantes despotriquen contra la gramática y no contra El Quijote”.
Autor otras novelas, como Cátedras paralelas y Estructuras inexorables de parentesco. También dramaturgo: Llueve en el sexagésimo quinto aniversario de don Martín Morales y El faro de Tacas.
La Nueva Provincia constituyó, el año pasado, uno de los acontecimientos literarios más silenciosos y remecedores, cuando pocas veces una novela expone una relación histórica del Chile de las últimas décadas, de manera tan precisa, original y no impostada, con personajes que comparten sueños democráticos y nada utópicos para una mejor república. Una verdadera clase de civismo en tiempos de proyectos individuales y de ordeña estatal desenfrenada para los que beben de sus ubres.
El espíritu cívico que se respira en la novela La Nueva Provincia de Andrés Gallardo convierten al más desafectado lector en un coelemano de corazón. Una novela que evoca nuestro ser chileno en cada página, con un lenguaje cuidado, respetuoso, lleno de picardía y humor, donde los aires de pueblo chico soplan fuerte en su ideal de quedar señalado en el alto lugar que la historia le ha dispuesto. El sueño de sus protagonistas, Cifuentes, Meneses y Plasencia, los tres adelantados coelemanos, de ver convertida su tierra natal en una ejemplar República, son los que palpitan de manera permanente en este territorio literario que es una novela, pero que no se quisiera abandonar con el término de la lectura de sus páginas.
La muerte de Andrés Gallardo enluta a una literatura honesta y comprometida con el buen decir y la mejor versión del ser chileno.