Túnez: Premio al diálogo

El Nobel pone en valor la experiencia de Túnez, que ha sido el país que ha despertado mayores expectativas tras el incio de las revueltas populares en la región y que aparece como la experiencia más luminosa en un escenario convulsionado por las escaladas de violencia en países como Libia, Siria o Egipto.

El Nobel pone en valor la experiencia de Túnez, que ha sido el país que ha despertado mayores expectativas tras el incio de las revueltas populares en la región y que aparece como la experiencia más luminosa en un escenario convulsionado por las escaladas de violencia en países como Libia, Siria o Egipto.

Después de Barack Obama (2009); Liu Xiaobo (2010); la lucha por la seguridad de las mujeres y su plena participación en la construcción de paz representada por Ellen Johnson-Sirleaf, Leymah Gbowee y Tawakkul Karman (2011); la Unión Europea (2012); la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (2013) y Malala Yousafzai y Kailash Satyarthi (2014), el Premio Nobel de la Paz ha sido concedido este año al Cuarteto de Diálogo Nacional de Túnez. Integrado por la liga de derechos humanos, la asociación de abogados, el principal sindicato de trabajadores y la confederación de comercio e industria del país, esta iniciativa jugó un papel clave para evitar el descarrilamiento de la transición iniciada tras el derrocamiento del régimen de Zine el Abidine Ben Alí en 2011. Surgido en 2013, el Cuarteto de Diálogo Nacional facilitó una salida negociada en un momento de creciente convulsión, tras el asesinato de dos destacados líderes políticos tunecinos -Chokri Belaïd en enero de 2013 y Mohamed al-Brahimi seis meses después- y en medio de un aumento de las movilizaciones y los hechos de violencia entre sectores partidarios de las fuerzas islamistas y seculares del país. La intervención del Cuarteto permitió el traspaso del poder del Gobierno islamista (liderado por el partido Ennahda) a una administración tecnocrática y que continuara el proceso que condujo a la aprobación de una nueva Carta Magna -fruto del trabajo de la Asamblea Constituyente-, en enero de 2014, y a la celebración de elecciones a finales del año pasado.

A través de este premio al Cuarteto de Diálogo Nacional, la academia sueca valora el aporte de la sociedad civil a la paz. El galardón también implica el reconocimiento a un mecanismo local de gestión y transformación de conflictos, objeto de un creciente interés y de estudio como infraestructuras de paz endógenas que proporcionan una aproximación diferente para  alcanzar acuerdos políticos, generar consensos o avanzar hacia una reconciliación y que -con sus pros y contras- se distinguen de fórmulas de mediación lideradas desde el exterior. En este sentido, la experiencia tunecina destaca entre otros mecanismos de diálogo nacional puestos en marcha en el norte de África y Oriente Medio tras el estallido de las revueltas que, con formatos similares pero no equivalentes, han tenido resultados menos fructíferos. Así lo ilustran los procesos de diálogo nacional en Bahrein -suspendido, tras varios intentos fallidos de propiciar consenso entre la oposición y el Gobierno- y en Yemen, donde los resultados del diálogo nacional han quedado totalmente eclipsados ante el severo incremento de la violencia en el país.

El premio también pone en valor la experiencia de Túnez, que pese a su evolución accidentada ha sido desde el principio (y continúa siendo) el país que ha despertado mayores expectativas tras el incio de las revueltas populares en la región y que aparece como la experiencia más luminosa en un escenario convulsionado por las escaladas de violencia en países como Libia, Siria o Egipto. Como decía el presidente tunecino Beji Caid Essebsi al enterarse de la concesión del galardón al Cuarteto de Diálogo Nacional, el Nobel reconoce así la decisión de Túnez de elegir el camino del consenso. Este camino, sin embargo, no es ni ha sido garantía de una vía sin retos. El país norteafricano enfrenta múltiples desafíos de seguridad, como ha quedado en especial evidencia tras los recientes y cruentos ataques en el Museo del Bardo en la capital tunecina, en marzo, y en la localidad costera de Soussa, en junio pasado. Paralelamente, el país debe lidiar con múltiples problemas económicos -en parte vinculados al severo impacto de los ataques en la industria turística-, crecientes protestas sociales, sobre todo en el sur; dificultades derivadas de la persistencia de viejas prácticas políticas y escándalos de corrupción; y un ingente proceso de justicia transicional que busca esclarecer los abusos cometidos en el país durante los gobiernos de Habib Bourguiba y Ben Alí.

Con todo, en semanas donde la actualidad ha estado marcada por la errática e insuficiente respuesta de la Unión Europea a la crisis de refugio y por las dramáticas consecuencias del ataque estadounidense contra un hospital de Médicos Sin Fronteras en Afganistán, el casi siempre polémico Nobel de la Paz parece tener mucho más  sentido, sobre todo en comparación con algunos de los concedidos en el pasado reciente.

  • Pamela Urrutia Arestizábal, Investigadora de la Escola de Cultura de Pau, Universidad Autónoma de Barcelona




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